Dolor

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Era doloroso, esa sensación en su piel era demasiado incómoda y dolorosa. Incluso quemaba. Sentía el suelo frío, pero había algo tambien estaba un poco duro. Que le adormecía las extremidades. No podía abrir sus ojos y sentía dolor en sus extremidades. Tenía la boca seca y su armadura pesaba demasiado.
Estaba sintiendo demasiado en un sólo momento, y eso lo estaba molestando.

Escuchó pasos cerca suyo, y por cada paso un sonido extraño cada vez que majaba el suelo. Estaba nevando, hacía frío.

Pudo sentir que alguien se le acercaba, más no pudo identificar su olor ni el olor del lugar donde estaba, su olfato ya no era tan sensible como siempre lo había sido.

-¿Estás bien? -Escuchó una voz femenina, joven, hablándole. Apretó sus labios y también los puños. No podía del dolor insoportable que cargaba su cuerpo. ¿A caso su madre lo tiró desde el cielo?-. ¿Puedes escucharme?

-Due..le.. -Pronunció con esfuerzo. La chica se asustó y sintió sus manos agarrarlo de los hombros pero ni siquiera pudo moverlo un centímetro. Esa armadura pesaba demasiado. Jamás iba a poder moverlo de ahí. Ella no volvió a hablarle ni a hacer preguntas, sólo estaba dispuesta a ayudarle.

A ese punto de dolor, el hombre no podía pelear por la idea de que un humano estuviera poniéndole las manos encima.

Sintió que no se terminaba, que esa armadura no se iba a quitar de encima suyo nunca y que no iba a poder librarse del dolor quemante que le provocaba la fría nieve. La chica tuvo que llamar a los aldeanos para que le ayudaran a levantarlo, y de esa forma romper la armadura.

Se dio cuenta de que toda su ropa también había perdido sus poderes sobrenaturales, su estola se sentía como un almohadón común y corriente y su armadura se rompió como si fuera de vidrio.

Al sentir el alivio de ya no tener esa cosa tan pesada, lo pusieron sobre algo y de ahí lo movilizaron a algún lado. Escuchó muchas voces preguntandose quién era él, por qué llevaba esa ropa tan costosa y que era muy atractivo (de parte de las mujeres).

En algún momento, se durmió después de ya no sentirse tan mal por esa armadura.

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Quejidos, quejidos y gritos, incluso llanto. Eso lo sacó de una reparadora siesta de casi dos días. Finalmente, pudo abrir sus ojos con algo de esfuerzo. La claridad era insoportable y se sentía mareado.
Volteó a la izquierda, y vio la espalda de alguien, de una mujer y luego al lado derecho, una niña de ojos grandes que lo observaba atentamente.

-¡Hermana! -Gritó-. ¡Ha despertado!

La chica que le daba la espalda se levantó, el volvió a mover su cabeza y pudo ver su rostro. Era una mujer muy joven, delgada y de piel tan blanca. Le pareció que había visto un ángel.
Ella caminó hacia la chiquilla de cabellos castaños y se hincó a su lado.

-No grites, Rin. Los enfermos tienen dolor de cabeza -Habló tan dulcemente que le repugnó. Aún así, observó que su mirada estaba cansada y tenía algunas vendas que sobresalian de su kimono. Ella también estaba herida.

La mano suave de la muchacha, tocó su frente y sus mejillas. Frunció el ceño molesto, él no necesitaba esas atenciones. Podía curarse sólo. -¿Puedes hablar? -La vió coger un tipo se frasco, embarró sus dedos con el contenido y luego se dirigió a él de nuevo. Eso le puso los pelos de punta.

Agarró la mano de la chica deteniéndola y tragó antes de hablarle.

-No necesito los cuidados de un humano.

Ambas chicas se miraron extrañadas y después empezaron a reirse. Ella ignoró lo que había dicho por completo y zafó su mano del agarre con facilidad. Untó la crema sobre su pecho y sus brazos.
Y eso lo enfureció.

-¡Te dije que no! -Se levantó en una descarga de adrenalina, olvidando el dolor que sentía por todo su cuerpo y agarró a la chica del cuello.

Ella se asustó, y su pequeña hermana también. Incluso algunos enfermos que podían moverse se levantaron en busca de ayuda y para poder salvar a la joven doctora.

-¡Sueltala! -Gritaban.

Pero él estaba tan furioso, que apretó un poco más obligándola a soltar el frasco y a cerrar sus ojos para soportar que se estaba asfixiando.

-Se-Señor.. Sueltela, mi hermana sólo está ayudandole a curar sus heridas -La niña lloraba, alejada un poco de él temiendo por la vida de su hermana y por la suya.

Hizo oídos sordos, observó el rostro de la chica y después observó sus manos alrededor de su cuello y sus brazos, percatandose de que su piel ahora era ligeramente menos pálida y sus garras habían desaparecido. Soltó a la chica espantado y se apresuró a ver sus manos y su piel más de cerca. ¿A donde habían ido sus garras que desprendían veneno y esa piel pálida?

Ignoró los comentarios llenos de temor y la pobre chica que estaba recobrando el aire para respirar. Se levantó de inmediato y corrió, sintiéndo también esa falta de fuerza que le permitía impulsarse y llegar rápido a cualquier lado. Su cuerpo seguía siendo delgado, pero aún asi era muy pesado. No tenía la condición para correr ni impulsarse y se sintió cansado.

Salió de la casa en donde se encontraban todos los heridos y enfermos, y en la entrada se encontraba más gente esperando ser atendida. Estaba confundido, ¿qué hacía en un lugar lleno de humanos?
Se movió entre la gente hasta salir al camino, bajó la colina y se tiró de rodillas a la orilla del río. Su corazón latía tan rápido, olvidó el dolor que sentía porque solo podía preocuparse por su apariencia y también porque había perdido todo su poder.
Temía lo peor, pero asomó la cabeza en el agua cristalina que el pequeño río que atravesaba la aldea tenía.

Sus ojos se abrieron enormemente. Eran de un color pardo. Sus cejas ahora eran oscuras y al igual que su cabello. Oscuro, como el de esa mujer. Como el de todos esos aldeanos. No había perdido su buen físico ni la altura que poseía, pero aún así, tenía una apariencia muy débil. No habían colmillos, ni garras, no estaban las marcas en sus rostro que caracterizaban a su familia.

Golpeó el suelo, enojado y avergonzado. Su madre, era la culpable de que se viera así. Ella se había encargado de castigarlo convirtiéndolo en aquello que había estado detestando.

Miró hacia el cielo, molesto y juró que nunca iba a perdonarla.

Nunca perdonaría a su madre por tal humillación.

Ser humano || Sesshomaru y KagomeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora