Comenzaba la pandemia, los negocios cerraban, estábamos encerrados, los niños con colegio online, mi marido y yo con trabajo online. La convivencia se hizo un poco más difícil.
Era el primer año de mi hijo mayor en la universidad, tenía tantas ganas de vivir su vida universitaria como todos los jóvenes que entraron en ese momento y no pudieron.
Los colegios debían adecuarse a esta nueva forma de enseñanza, que no era fácil ni grata, el colegio de mi segundo hijo, tardó mucho tiempo en implementar alguna plataforma buena para enseñar a los chicos. Él estaba en segundo medio, perdieron demasiado tiempo. Nuestras libertades estaban restringidas por la pandemia, las comunicaciones básicamente eran por celular, los cumpleaños por video llamada. Teníamos que pedir permisos online a las comisarías, para poder salir a comprar o fuera de la ciudad.
Pero para Mi General y para mí, este fue el escenario perfecto para vivir nuestro amor. Él como militar y yo como personal de salud, no teníamos restricciones si queríamos salir de la ciudad o ir a cualquier parte.
Por lo tanto lo invité al litoral central, a la casa de un familiar. Yo tenía la llave y ella no tendría por qué saber que yo iría, además así le regaba las plantas...
Íbamos rumbo a la playa y nos pidieron nuestros permisos, él mostró su credencial y dijo que iba con su secretaria a una reunión en Valparaíso, el carabinero, miró la credencial y a él. Se cuadró y le dijo: "Adelante mi general" (y con eso me prendió, ese gesto me calentó, me gustaba que él ejerciera su poder con otras personas y lo perdiera conmigo). Así que mientras manejaba le abrí el pantalón y le hacía cariñitos con la lengua, para comenzar a calentar motores.
Llegamos a la casa en Algarrobo, yo llevaba como de costumbre el desayuno y el postre, jejeje. Esta vez fue küchen de manzana hecho por mí, un té y jugo de naranja.
A Mi General le gustaba el vino y yo no era muy entendida en el tema de alcoholes y licores. De hecho, no bebo, nunca lo he hecho, más que en mi etapa católica en misa a la hora de la comunión, a riesgo de que no me crean (uno pasa por etapas y ese era mi único acercamiento con el alcohol).
Con respecto a este tema, nunca lo necesité, nací sincera, valiente y sin vergüenza. No necesitaba un trago para envalentonarme, ni para hacer amigos ni para sentirme aceptada. Siempre sentí que yo era lo que quería ser y eso lo era todo. Gracias a mi madre tuve una niñez muy linda y una autoestima bien cuidada, por último, el alcohol engorda, así que no había una sola razón para beber. Eso sí, no me molesta que él tome.
Bueno, al grano. Tengo entendido que la champaña es un vino espumoso, así que le llevé champaña y fui con una malla con ligas de bajo de mi ropa y sin ropa interior, le tenía una sorpresa...
Empezó el jugueteo después del desayuno. Nos besamos, él me comenzó a sacar la ropa, cuando me despojó de la blusa, se dio cuenta que traía una malla (como un enterito, negro, que dejaba ver mis senos, ya que no usaba sujetador, luego me sacó los pantalones y confirmó que tampoco estaba la tanga, mis nalgas y mi sexo, estaban expuestos y dispuestos para él.
Se sacó ordenadamente la ropa, él era muy meticuloso, un poco "TOC", colgó su camisa, pantalón y chaqueta, lo esperé en la cama, me encantaba que fuera así y no botara todo, por todos lados, se veía muy tierno, me impulsaba a desordenarlo...
Me puse al borde de la cama, me abrió las piernas, como para subirse encima mío. Yo tenía la champaña en una mano y le dije: "Descórchala", él lo hizo y me preguntó: "¿Vas a beber?, con cara de sorpresa.
— Yo no, tú sí. Agáchate! —contesté.
Lo empujé con mi pie al suelo, luego me vertí la champaña entre los senos y esta caía por mi vientre hasta mi sexo, él estaba de rodillas delante mío, entre mis piernas...
— No dejes que se pierda, ¡tómatela!
Él comenzó a beber champaña directo desde mi sexo (que rica se sentía su lengüita ahí) yo subí mis piernas en sus hombros y él bebía y chupaba... (cómo me gustan estos juegos de poder...), le pegué dos cachetadas en la cara como castigándolo (sí ya estaba de rodillas, lamiendo mis labios) y le dije: "Sigue" y él solo asintió, mientras yo lo empujaba hacia mí y lo apretaba con las piernas. En ese momento y con el champaña en algún lugar de la habitación, llegué al clímax en su cara.
Nos besamos y le dije: "Ahora te subirás arriba de mi pecho, despacio y yo te besaré y lameré, hasta que llegues tú al orgasmo en mis senos, háblame, dime lo que te gusta, dime lo que quieras, que siga, que no pare, tómame la cabeza y empújame hacia tu sexo".
Pero Mi General en la cama no manda, ¡¡¡en la cama mando yo!!! Y aunque eso me derrite, amo tener el control, de repente me gustaría que hablara, que dijera algo, no solo que ejecute órdenes (a veces fantaseo con que es él quién inicia todo).
Bueno, terminamos la primera ronda y como dice Alexander Pires: "Y es entonces que entiendo se mide el amor, cuando acaba el placer..." Ahí nos fuimos a bañar juntos, nos volvimos a acostar, y yo con mirarlo era feliz, sentía fuegos artificiales dentro de mí. Besarlo despacio, verlo dormir en mis brazos, admirar su sonrisa bella, su nariz pequeña, acariciar su pelo, me fascinaba, yo con él vivía en éxtasis permanente. Él se dormía (ya era una costumbre) y yo hacía como que también, pero no siempre podía, prefería no perder un minuto de disfrute y velaba su sueño (estúpidamente embobada).
Recuerdo que al despertar vimos una película: "El Vuelo" y después nos vestimos para ir a comer a mi restaurante favorito en el Quisco. Esta vez por la pandemia, el restaurant había habilitado el estacionamiento para comer al aire libre y era de tierra. No nos soltamos las manos ni dejamos de sonreír (en ese momento me daba lo mismo, incluso haber comido debajo de un puente). Y le dije: "Yo quiero estar contigo, donde sea, pero contigo..." Sabía que no debía enamorarme, pero ya era terriblemente tarde...
Pedí salmón a la plancha, tres cuartos y él, lomo vetado. Después un paseo por la costa, unas cuantas fotos abrazados, para la posteridad y de vuelta a nuestro nido temporal, para la final antes de volver a Santiago.
La canción de hoy, ya saben... "Cuando acaba el placer", de Alexander Pires.
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Mi General
RomanceUna enfermera de 36 años, casada y madre, lleva una vida normal trabajando en una rama de las fuerzas armadas. Hasta que un día en un viaje de bus camino al trabajo conoce a quien sería el amor y la pasión de su vida. Un general de 60 años, atractiv...