En una de las ocasiones que regresábamos del trabajo, decidimos hacer una parada en Plaza Egaña para disfrutar de un reconfortante té y un delicioso pastel en la cafetería Cory. Fue entonces cuando él compartió la noticia de que estaría partiendo de vacaciones al sur en una semana más.
A pesar de llevar apenas dos o tres semanas saliendo juntos, no pude evitar expresarle:
— Te voy a extrañar...
— Yo también, preciosa. Antes de irme, quiero hacerte el amor...—respondió con una mirada cargada de deseo.
—Tendremos todo el tiempo a tu regreso, amor.
—Me vas a olvidar...—comentó con un dejo de preocupación.
—Jamás, eso es imposible—contesté con determinación.
Entonces, sugirió una escapada a Los Andes, asegurando conocer un encantador hotel y un restaurante especial que solía visitar con su padre.
—Está bien, amor. ¡Vamos!—acepté emocionada.
Llegó el día...
Optamos por un día administrativo y él pasó por mí a las 6:50 am. La anticipación se palpaba en el aire; apenas llevábamos unas semanas juntos, pero ya nos mirábamos con ansias y deseos, presintiendo que aquel viaje sería algo maravilloso. Para mí, cada instante del viaje fue como vivir en un sueño; aún hoy, al recordarlo, siento mariposas revoloteando en mi estómago y corazones danzando en mi mente.
Nuestro trayecto nos llevó por La Pirámide, en un hermoso día de verano de marzo. Él lucía impecable como siempre, con su ropa impecablemente ordenada y su auto reluciente (un Mazda CX5). Su perfume me envolvía con su seductor aroma, una fragancia que descubrí luego que también impregnaba sus partes más íntimas. Yo, por mi parte, vestía un ajustado vestido negro y tacones de aguja de 15 cm.
Al llegar al hotel, nos recibió una habitación espaciosa y acogedora. Mientras dejábamos nuestras pertenencias, yo sacaba un pastel para nuestro desayuno, que complementamos con té y pie de limón. Luego, nos encontramos de pie junto a la cama, intercambiando besos apasionados. "¡Dios mío! ¡Cómo me gusta este hombre!", pensaba mientras sentía cada roce de sus labios en mi piel.
Decidí poner música para crear el ambiente perfecto. Él bajó las luces y se acercó por detrás de mí, haciendo que un escalofrío recorriera mi espalda al sentir su suave respiración en mi nuca. Luego, con manos expertas, deslizó la cremallera de mi vestido, revelando mis hombros y besando delicadamente mi cuello. Cada caricia suya provocaba que mi piel se erizara de placer, mientras me abrazaba con firmeza y yo podía sentir su miembro erguido presionando contra mis nalgas (en ese momento, estaba dispuesta a dejarlo hacer lo que quisiera).
Después de liberarme del sujetador, me giró y me miró con deseo antes de sentarse en el borde de la cama y atraerme hacia él, tomando mi cintura con sus grandes y fuertes manos. Comenzó a besarme y lamerme, y yo, solo con mi braga y los tacones puestos, me dediqué a desabotonar su camisa, botón a botón, mientras nuestros labios no dejaban de encontrarse (quería saborearlo lentamente). Una vez despojado de su ropa, primero la camisa, luego los pantalones y finalmente su ropa interior, lo vi desnudo por primera vez y me encantó aún más. Tenía un miembro increíble, grande, grueso y firme. "¡Dios mío! ¿Todo esto es para mí, Mi General?", pregunté con una sonrisa traviesa, a lo que él respondió con otra sonrisa... (cada vez que recuerdo ese momento, siento un calor abrumador subiendo por mis piernas).
Empezamos a explorarnos mutuamente. Me abrazó y me atrajo hacia él, nuestros besos eran apasionados, me arrojó a la cama y se colocó encima de mí. Me penetró lenta, dolorosa y deliciosamente. A pesar del dolor, fue un placer indescriptible tenerlo dentro de mí. Tenía una energía y una fuerza impresionantes, y no paraba. Yo lo agarraba del pelo y el cuello, lo empujaba hacia atrás para ver cómo entraba y salía de mí. Me encantaba, lo estaba disfrutando tanto, pero sentí que ya era hora de tomar las riendas. Le dije: "¡Ahora, yo arriba!"
Me subí encima de él, despacio, disfrutando cada centímetro de su pene introduciéndose en mí. Él estaba recostado con los brazos bajo su cabeza, mirando como entraba. Luego, lo besé apasionadamente, lo agarré del cuello y le dejaba caer mi saliva en su boca mientras lo montaba. Él tenía sus manos en mis nalgas... Le dije: "Ahora si eres "Mi General", ahora eres mío, para siempre, ¡pégame!" (lo hizo con cuidado, él no era de muchas palabras, menos de tomar la iniciativa en el sexo). Dejé de besarlo y me senté en 90 grados con respecto a él. Los tacos seguían puestos, él tenía una mano en mi cadera y la otra en mi seno, me miraba sin decir nada, le tomé una mano y comencé a besarle un dedo, luego ese dedo estaba entero en mi boca, mientras yo galopaba directo al cielo, entre gemidos, me agarró de ambas caderas y llegamos juntos al clímax, él se aguantaba cualquier sonido, mientras yo le decía: "¡¡Grita!!" Finalmente, gritamos juntos, me llenó de él y caí encima suyo, feliz de haberlo hecho mío...
Después me recosté a su lado, le besé la frente y su hermosa y pequeña nariz, dormimos abrazados, durante una hora. Desperté, lo vi dormido, me gustaba verle tan dispuesto, tan indefenso, a mi lado, tan relajado y tan hermoso. Comencé a hacerle cariño y despertó. Volvimos a hacer el amor...
Luego nos vestimos y fuimos al restaurante.
Dada su forma de ser, de vestir, lo ordenado y preocupado que era, me imaginé otro tipo de restaurante, algo más yo, más él. Sin embargo me llevó a un restaurante llamado "La Roca", con piso de tierra (con pinta de fonda dieciochera). Cuando pasó mi primer impacto y el hambre acechaba después de una mañana intensa. Le di una oportunidad al restaurante y vi su menú. Comí carne como la primera vez, con verduras y jugo natural. Al rato me relajé con sus historias y ya me sentía en casa.
Me comentó que cuando su padre estaba vivo, era un asiduo comensal en ese restaurante y que tenía una "amiga" que en sus tiempos, actuaba ahí, a la que él iba a ver, muy enamorado.
Después nos fuimos y pasamos al cementerio de Los Andes a ver a su padre, nos quedamos un ratito en el auto besándonos antes de volver a Santiago y de vuelta, el viaje fue en las nubes. Volvíamos de la mano, mientras él conducía con una mano y de fondo sonaba: "Bendita tu luz", de Maná, que esta vez eligió él.
Me pasó a dejar a mi casa y se fue a su departamento...
Yo ya lo extrañaba antes de dejarlo.
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Mi General
RomantizmUna enfermera de 36 años, casada y madre, lleva una vida normal trabajando en una rama de las fuerzas armadas. Hasta que un día en un viaje de bus camino al trabajo conoce a quien sería el amor y la pasión de su vida. Un general de 60 años, atractiv...