Deseos en el Jardín Secreto

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Encendida, exasperada, Hermione subió rápido a la Torre de Gryffindor, y usando la varita abrió su armario, de donde sacó flotando un vestido blanco, que depositó en la cama.

Esperando que Snape tuviera material para pensar por besarlo en el balcón, la castaña observó la elegante prenda blanca, en el silencio del dormitorio.

Era un ajuar especial. Cuando fue a Londres con Ron y Harry para restaurar la memoria de sus padres, el remordimiento y el recuerdo de la pérdida la llevó a comprar aquella ropa en la tienda Mirror Mirror, de Park Road, como conjuro personal de tiempos mejores.

El largo vestido blanco estaba sin estrenar. De escote discreto, mangas cortas, lazo a la cintura, había sido su prometerse ir a la fiesta de final de año, donde la pasaría bien, como en los viejos tiempos, con las chicas de Casa, más Ron y Harry.

Pero los muchachos estaban lejos, a punto de empezar como aurores; Luna presentó el examen especial y se marchó de Hogwarts; antiguas oponentes como Pansy no volverían en enero, sin graduarse, odiando al colegio... No, los viejos tiempos no volverían, ni para mal, ni para bien. La vida los llevaba por otros caminos.

Y tal vez, Snape continuaría siendo Snape.

La castaña tuvo temor indefinible y prefirió no esperar a ser feliz mañana.

Se duchó y probó el vestido, con los zapatos nuevos que le hacían juego... Caminó por el dormitorio, recordando los pasos con que se entraba al salón, oyendo el viento nevado que acariciaba su ventana, trayéndole ecos de los primeros acordes del baile.

Se miró al espejo, recordando... El abrazo fugaz que dio a Snape entre las luciérnagas y el beso efímero que le dio aquel hombre complicado, no eran respuestas, sino preguntas. ¿Era ella una mujer demasiado joven y por ello no sabía? ¿Era una joven demasiado mayor y por ello no creía? Mas si nada era una certeza, ¿por qué el amor tocaba a su puerta?

Frente al espejo se soltó el cabello, agitando la cabeza para darle forma, y pasando los dedos por sus rizos sedosos.

Había cambiado, sin apenas darse cuenta. Ya no era una niña, y así como muchos otros terminarían su paso por Hogwarts, ella llegaría al final de su senda en el colegio, como una mujer joven. Una que, enamorada sin saber cómo, hoy se probaba el vestido de un ensueño.

Los copos golpearon contra su ventana, en llamado de las aspiraciones que sonaron su primer día en Hogwarts. La castaña se probaba el vestido para mantener esas recorrer el camino hasta el final, aunque fuera sola.

Snape, ¿desea ser el de siempre?, pensó. Que lo sea. Si se libró de la muerte para ser el mismo de antes, es su decisión. No me debe nada. No me debe ninguna explicación.

La tela del vestido estaba encantada, por lo que no necesitaba mayor abrigo. Por ello la chica fue a la ventana y la abrió de par en par, dejando entrar la nublada luz del día, al viento y al ocasional rocío.

Se apartó un mechón de la cara, contemplando la nevada languidez de Hogwarts.

En contraste con lo reconstruido, el Patio del Viaducto y el puente continuaban derrumbados. Era difícil erradicar las artes oscuras usadas contra ellos y volver a darles forma, pero se lograría. Estos días eran un paréntesis.

Desde afuera, abajo, podría haberse visto, bajo el pico de la Torre de Gryffindor, en la ventana abierta, a Hermione pensativa, de vestido y rizos sueltos, cruzada de copos de nieve.

La vida seguía, pero la vida nunca se había detenido, y ella estaba ahí, en la desolación, con su vestido blanco, en nombre de quienes creían en el ensueño.

Diciembre ÍntimoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora