Una voz en las tinieblas

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Las llamas devoraban el poblado en aullidos, pero en aquella casa sombría, los gritos cesaron.

El silencio no habló de paz. No podían sentir tranquilidad, ni Hermione, ni Harry, ni Ron, bañados en tierra, cenizas, sangre y sudor... La situación era más álgida, brotando peligros a cada paso. Todo pendía de un hilo. Y ahora, en grave drama, Hermione, respirando agitada, contemplaba a un hombre agonizante.

Harry estaba al lado del moribundo Snape.

La herida era terrible: un desgarro en un lado del cuello, jirones de carne que manaban sangre en abundancia. Pero aunque la herida era escandalosa, Hermione sabía de anatomía: la mordida de Nagini no trozó la arteria carótida, sino la vena yugular, y por ello supo que el deceso no era instantáneo, sino que contaba con unos segundos antes que sobreviniera.

Fue rápido. Metió una mano en la alforja y corrió hacia Harry, que tomaba las lágrimas de Snape y desaparecía rumbo al Pensadero.

No era que Snape le agradara. Pero por lo que Hermione acababa de oír, pensó que si Snape era el dueño de la Varita de Saúco, al enterarse de la verdad debió haberla reclamado. Si era un ambicioso sin freno, debió haber tratado de apropiársela.

Si no tenía frenos en el mal, podía haber tratado de tomar el lugar del Señor Tenebroso en un rapto de locura.

Y si era un cobarde, así como huyó de Hogwarts, debía haber intentado escapar de Nagini.

Pero no. Era evidente que se dejó atacar.

Y ahora se desangraba en el suelo, con la cabeza en el muro, en silencio.

Con gesto grave, Hermione se arrodilló al lado de Snape, que tosió. Pero no tosió sangre, se dijo la chica, prueba de que el conducto respiratorio estaba intacto, que la hemorragia no se iba a sus pulmones. Si podía oxigenarse tenía un punto a favor. Aun así era muy grave. La sangre se acumulaba en charca aparatosa.

Ron, siguiendo a la castaña, también se arrodilló, pero protestó al verla desenroscar el frasco de díctamo. Ella había conseguido más Augustifolia en casa de Abeforth.

Y como si guardara respeto por el estado de Snape, el pelirrojo habló en voz baja, aunque para decir el nombre como prueba de que no merecía ayuda.

—Hermione... –susurró Ron– ¡es Snape!

Ella apartó a Ron, ante la sonrisa despectiva y ensangrentada del director:

—¿Qué hacen aquí, par de idiotas? –tosió– Haga caso a su imbécil amiguito y lárguense los dos, par de maldi....

Hermione vertió la mitad del díctamo en la herida de Snape, que se arqueó de dolor, sofocando un gemido. Ron lo observó, impresionado. Vapor de líquido sanguíneo, con olor a hierro, se elevó en el aire mientras la mirada del mortífago vagaba descontrolada por el dolor.

Aun así, furioso, negándose a ser auxiliado, Snape empujó a Ron haciéndolo sentarse en el suelo, aunque el pelirrojo se levantó rápido, para no ensuciarse con la sangre del archienemigo. No sabía si sentir asco, compasión o enojo por aquel desagradecimiento ante la ayuda, pero notó que la herida de Snape, cerraba.

—¿Quién le dijo que interviniera, estúpida Granger? –rabió Snape entre dientes, observándolos con profundo odio.

Inflexible, la castaña acercó el frasco a la boca de Snape. Éste forcejeó, aunque con menor fuerza. Sumado a la grave pérdida de sangre, el tono de su piel mostraba la acción de una fuerza invisible.

—Bébalo –le ordenó Hermione, grave.

Snape apartó la cara, con disgusto, debilitándose.

—¿Está loca? –rió con sorna– No beberé nada. ¡Lárguese! –susurró– Si pudiera ahora mismo los mataría. Mejor adelántense a mí. ¡Acaben conmigo!

Diciembre ÍntimoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora