Síndrome de Couvade

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Residencia Midford

Sebastian tenía que agradecer en incontables ocasiones a su naturaleza el permitirle llevar a cabo hasta la más increíble e inimaginable 'hazaña'. Tal como ocultar un vientre ya prominente de seis meses de embarazo cuando debió acudir al llamado de la Marquesa Midford. Eso no era lo peor; su esposo Alexis la acompañaba, y ante los ojos del Jefe de la Guardia Real, él debía cumplir el papel del perfecto –y absolutamente ordinario- mayordomo. Porque sí; Frances había descubierto 'por las malas' su verdadera identidad. Aunque ambos preferían olvidar las circunstancias en que eso había sucedido, puesto que había involucrado a Lizzie y su hijo de entonces dos años de edad.

—Me sorprende que tú 'acompañante' no esté contigo, mayordomo...

Dijo, precisamente, Alexis, al verlo justamente solo allí frente a ellos. Sebastian le sonrió como acostumbraba antes de responder que también él tenía sus deberes que cumplir. Lo cual, solo en esa ocasión, era mentira. A decir verdad, ni el propio demonio podía explicar que le estaba sucediendo a William. Solo podía afirmar una cosa; jamás le había visto dormir tanto. Y lo que era peor, en ocasiones despertaba con los mismos mareos que él solía padecer al inicio del embarazo. La voz de Frances cuestionándole si se encontraba bien lo volvió de golpe a la realidad y tan solo respondió asintiendo. Luego de un momento de silencio, su rostro recuperó su acostumbrada seriedad –o más bien frialdad- y afirmó, en un tono casi acusatorio:

—Esto debe acabar de una vez, Marquesa. Usted y yo sabemos que ella no merece continuar sin saber que el resto de su familia, ella y su hijo incluidos, están en peligro por su culpa. Sí; así como lo oye. En este preciso instante, mi papel de perfecto mayordomo puede irse al infierno. ¡Es su familia de quien estamos hablando, con un demonio!

De haber tenido su espada, o un arma a mano, Alexis hubiera apuntado a Michaelis por su irrespetuosidad al proferir tales insultos a su esposa. E indirectamente, también a él y a su hija. Y Frances era consciente de las intenciones de su esposo tan solo con observar sus movimientos, por lo que una risa sutil e involuntaria escapó de sus labios.

— ¿Te importaría una prueba, Michaelis?

Inquirió sin mirar al mayordomo, quien comprendió a que se refería aun sin necesidad de ello.

—No; si eso saciará la evidente necedad de su esposo, laissez-faire, Marquise*...

Alexis abrió enormemente los ojos ante tal 'provocación' y, sin dudarlo un segundo, tomó su arma y disparó. Cuatro veces. Todas ellas al mismo sitio. Sin embargo, y solo para exacerbar su ira, el mayordomo no se inmutó siquiera. De hecho, alzó su mano izquierda a su pecho, donde recibiera dos impactos y tomó los proyectiles en su mano como si los hubiese sacado de manera quirúrgica.

—Debería pensar dos veces antes de apuntar a un hombre que se supone debe cuidar las espaldas de su sobrino. Nadie en sus cabales iría desprotegido a un sitio así. Y solo para que lo sepa; no puedo morir, de todos modos...

Estaba a punto de hablar nuevamente cuando sonó el teléfono de la casa. Paula llego corriendo momentos después, informándole a Sebastian que algo muy serio había sucedido en la mansión. Mey-Rin no le había mencionado nada más que el hecho de que su amo estaba bien, pero que alguien, cuyo nombre era William si mal no lo recordaba, se había desplomado en la sala principal. Finalmente, Elizabeth había llamado a su médico para que lo examinara.

—Con un demonio... ¿Milady pretende matar a un humano de un infarto?

Volvió la mirada a los Marqueses y se disculpó con Frances, pidiéndole que lo buscara nuevamente en la tarde. Sin embargo, señaló con un dejo de ansiedad en su voz, e incluso sus movimientos, en ese momento debía regresar de manera urgente a la mansión Phantomhive.

¿Seremos... Padres?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora