Barriga

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Llevaba casi ocho meses de gestación y podía notar con absoluta seguridad que cada movimiento le significaba un esfuerzo sobrehumano. Pero, por fortuna, ese día estaba descansando tranquilamente junto a William. Apenas amaneció, el Shinigami de ojos verde-amarillentos se levantó, intentando no despertar al demonio y, dejando un beso apenas sutil sobre su frente, se dirigió al cuarto de baño. Una vez aseado, bajó a la sala, encontrándose con el Conde Phantomhive y su esposa junto a su pequeño hijo. Se detuvo a observar brevemente al niño casi idéntico en apariencia a su padre Ciel, pero con los ojos jades de su madre, Elizabeth. Sonrió, imaginando como serían sus propias gemelas. Jamás le había sucedido algo semejante, pero en ese instante y sin proponérselo, una única lágrima escapó de uno de sus ojos. La secó rápidamente y, acercándose a la pequeña familia, les saludó finalmente.

—Sebastian está descansando, por fortuna... —dijo el Shinigami, sonriendo nuevamente—. Cada vez está más cerca...

La mujer de rizos alzó entonces la mirada hacia él, mientras lo invitaba a tomar asiento a su lado y le servía una taza de té. Sonrió sutilmente, para luego preguntarle cómo se sentía al respecto, señalando que podía comprender que estuviera ansioso, nervioso. Ellos mismos –por supuesto ella y Ciel- habían estado también sumamente alterados durante mucho tiempo. En especial, hasta que supieron el sexo del bebé en primer lugar y, más tarde, durante las últimas dos semanas de gestación.

—Comprendo. Sé que debe ser una situación inusual para Sebastian. Lo es para mí también, sin embargo...

—Tú lo has acompañado bien mientras has podido. Él entiende perfectamente que tienes tus deberes que cumplir...

William asintió. Luego tomó asiento y bebió un par de sorbos de su té. Al cabo de unos minutos, volvió brevemente su atención a Elizabeth y le agradeció por las compras para sus gemelas. La mujer de rizos sonrió, señalando que era lo mínimo que podía hacer por Sebastian. William comprendió de inmediato el significado de esa frase. Sabía bien que Michaelis había estado junto a su amo durante mucho tiempo. Y que había servido también en cierto modo como un protector para la propia Lizzie.

Una vez que acabaron, Mey-Rin se acercó a ellos, retirando la vajilla que habían utilizado. Su mirada recayó por algunos segundos en William y le preguntó por Sebastian, al notar que, obviamente, no lo acompañaba. El Shinigami pelinegro ajustó sus gafas y sonrió levemente, reiterándole lo que le comentara momentos antes al Conde. La doncella pareció satisfecha con su respuesta, puesto que simplemente inclinó su cabeza a modo de agradecimiento y, antes de retirarse tras ser excusada por el de cabello índigo, le recordó a William que ella y sus compañeros estarían a su disposición en caso de que él o el mayordomo requirieran de su ayuda.

—Lo es y lo agradecemos sinceramente, señorita Mey-Rin. Aunque, Sebastian mencionó que prefiere que le llame Mey, ¿es así?

La mujer de ojos cafés cubrió su rostro con ambas manos, intentando disimular el rubor en sus mejillas. Asintio a la consulta de Spears sin retirar sus manos y apenas con un leve movimiento de su cabeza. A lo que Will respondió que entonces le llamaría de ese modo a partir de ese momento. Después de todo, era evidente que todos los miembros de la servidumbre se habían convertido en una especie de familia para su esposo. E incluso para la esposa del Conde. Se puso de pie sirviéndose de su curiosa guadaña y explicó, mientras daba la espalda a los presentes, que regresaría a su habitación a ver como se encontraba el demonio. Probablemente no pudiera verle al menos hasta la noche, ya que debía reportarse con Grell ante sus superiores. Y dudaba que fuera solo para darles los buenos días.

—Adelante... —indicó el Conde asintiendo con una media sonrisa—. Este es tu hogar también. Deberías acostumbrarte a que no es necesario que anuncies cada uno de tus movimientos, William...

¿Seremos... Padres?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora