Fugas de Leche

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Ambos sabían perfectamente que el momento que habían estado esperando estaba cada vez más cerca. No obstante, eso no significaba que estuvieran plenamente preparados para ese día. Al contrario, la tensión y el temor aumentaban con cada minuto que pasaba. En especial, y por más que obvias razones, en la futura madre. Aun a pesar de las dificultades, el Shinigami procuraba por todos los medios que el demonio pudiera descansar, o al menos permanecer relajado, el mayor tiempo posible. Lo consiguió eventualmente, puesto que esa noche Sebastian tuvo quizá el descanso más placentero en mucho tiempo. Para decirlo de otro modo más apropiado, esa noche pudo dormir finalmente. Nunca lo había hecho, en casi 16 años que llevaba acompañando al Conde Phantomhive. Antaño, en realidad, repetía una y otra vez a quien hiciera un comentario por el estilo que dormir no le era necesario. Que, en realidad, era un lujo que no estaba permitido para los demonios. Ahora debía pensar seriamente antes de afirmar tal cosa. Su cuerpo le exigía menos esfuerzos pesados y mayores periodos de reposo desde que aquellos dos seres comenzaran a crecer en su interior.

Estaba profundamente dormido cuando de pronto, y para sorpresa de su esposo, comenzó a moverse en sueños, aferrándose literalmente a la sábana mientras apretaba los dientes. William no le oía murmurar o balbucear como en otras ocasiones en las que experimentara pesadillas. Aunque si le escuchó emitir un quejido de dolor, al tiempo que arqueaba levemente su cuerpo hacia atrás. No obstante ello, permanecía profundamente dormido. Sin saber que más hacer, apoyó una mano en el vientre del demonio y, acercándose lentamente a este, pidió casi en un susurro inaudible:

—Cálmense, por favor; su madre necesita descansar...

Suspiró profundamente mientras que acariciaba con dulzura el vientre del mayordomo y, con su mano libre, hacía lo propio con el cabello negro y extrañamente húmedo del demonio. Abrió sus orbes verde-amarillentos en un gesto asombrado y, aun a pesar de que sabía que Sebastian no podría escucharlo, musitó, ahora con evidente preocupación y temor en su voz:

—Sebastian... Cariño, ¿qué tienes? ¡Despierta por favor!

El demonio abrió lenta y dolorosamente los ojos, para luego emitir un quejido de dolor mientras intentaba enfocar la mirada en la voz que le llamaba desesperadamente. O, mejor dicho, en su dueño. Y se sorprendió al darse cuenta de que su visión era muy borrosa, además de que tenía una fuerte jaqueca. Nuevamente, ya que había padecido malestares similares el día anterior.

—Will... —jadeó apenas el demonio cuando pudo finalmente enfocar, aun con dificultad, la mirada en su esposo—. ¿Cuánto tiempo llevas despierto?

—Eso no importa ahora... —replicó el Shinigami, con un dejo de reproche en su voz. ¿De verdad le preocupaba que él no hubiera dormido lo suficiente? —. Tu dime, ¿cómo te sientes?

Su mano una vez más, aunque esta vez de manera intencional, se posó en el vientre de su esposo. Sebastian no reaccionó en modo alguno. Es decir, no sentía dolor o molestia alguna. En cambio, si le ofreció una pequeña sonrisa que lejos estaba de pretender convencer al pelinegro de que se encontraba bien. Michaelis era plenamente consciente a esas alturas que no era fácil engañar a William. Nunca lo había sido en realidad, a diferencia de lo que sucedía con Lizzie, e incluso con su amo. Abrió ligeramente los ojos en un gesto sorprendido cuando, al cabo de unos minutos y mientras se incorporaba con ayuda de su esposo, sintió algo extraño, algo húmedo en el pecho. Spears imitó el gesto en el rostro del demonio al notar aquello y, una vez más, preguntó si se encontraba bien.

—Supongo que si... —dijo Michaelis, con cierta vacilación en su voz y mientras apoyaba su mano sobre la camisa, a esas alturas, mojada—. Necesito cambiarme, ¿podrías ayudarme, Will?

¿Seremos... Padres?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora