Capítulo 47: Confesiones

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Después de oír sus nombres, Kane se caló la capucha y bajó de la roca dando saltitos. Los condujo a paso rápido entre los arbustos, donde se deslizaba como si anduviese por un camino despejado, en contraste al resto que la seguía con dificultad. Dono y Clavel iban cerca, inmunes a la vegetación debido a su contextura y naturaleza encantada.

Yashi los secundaba, esquivando las ramas con menos presteza que el espadachín y la elfa. La intriga provocada por Kane lo hizo olvidar que podía hablarles a las plantas y pedirles que los dejaran avanzar. De por sí, estas al haber crecido en un lugar tan extremo no reconocían su toque, como aquellas en su hogar.

El resto se encaramó a las rocas que aparecían de tramo en tramo para agilizar su andar y gracias a que la joven tenía una potente voz podían escucharla con claridad. No daba pausas, ya fuera andando o conversando.

—Aire me ha contado muchas cosas, pero no cómo se encerró en la gruta. Deduje que escogió el lugar por las condiciones únicas que reúne, que no describiré porque deben verlo para entender. Creí que los demás elementales hicieron igual, pero parece que no —los miró intrigada, con el ceño arrugado y cierto deje de incredulidad. En particular a Dono, que de todos era el que le pisaba los talones.

Por su parte, él tenía curiosidad dada la forma en que hablaba de Aire, tan cercana. El elemental que llevaba consigo siempre se rehusó a cooperar.

—¿Por eso se escondió al fondo de Magia Ascendente, pese a ser un elemental fantasmal?

—Precisamente. Los lugares únicos uno no escoge dónde están. Y bueno, aire, hay en todas partes de Terra. —Les dio la espalda, incómoda por el mal chiste.

—¿Te contó lo que está pasando en Terra?

—Si no lo supiera no tomaría tan en serio su petición: hacer un viaje de leguas, esperar más de un día y guiar a ocho extraños hacia su refugio, ¿por las puras? —Se llevó una mano al pecho, en gesto dramático—. Hay gente buena que aceptaría porque sí, pero no es mi caso. Dono, ¿verdad? Sé lo que está pasando y también quiero que pare.

Karen hizo un chasquido con la lengua.

—Admítelo, aceptaste por miedo.

—Preocupación. —La refutó con enfado—. Me advirtió que tarde o temprano Terra colapsaría. Había escuchado rumores, pero que me lo confirmara antes de encargarme la misión me dejó helada. ¿Es la única opción? ¿Y si no basta? ¿Y si sale mal? —Le devolvió la mirada cargante—. Dijo que sacando a los doce el proceso se detendría.

—¡Tsk! —Reclamó la pelirroja, dando un salto al siguiente pedrusco—. Vaya especificación. ¿Y cómo espera que partes sin cuerpo o poder actúen? No todos los elementales se guardaron enteros como ella. —Recibió a Furan, que la empujó y casi cayeron.

—O no todos quieren colaborar. —Les recordó Azzel.

En el Gremio Supremo, cuando el Décimo Mago los dejó solos, discutieron la teoría de que Tiempo andaba haciendo cosas por su lado. Eso podía ser tanto bueno como malo: ocultar al devoto de la aldea lo resguardaba de desertores y cazadores del exterminio, pero, si sabía la verdad y pese a ello se escondía... ¿Cuál era su motivo? ¿Precaución y resguardo? ¿O acaso tenía otros planes?

—Ella les explicará qué tienen pensado.

—No sabían lo que pasaría —contraatacó Karen, recordando lo que dijo el alma de Fuego en el santuario.

—Cuánta certeza. —La fulminó con sus ojos violeta, echando las ramas hacia los lados para poder pasar—. Aunque dudo puedan dejar a Terra como antes, prefiero que el daño se detenga y de ahí continuar. Porque si se fueron, no fue porque sí. Algo sucedió que los hizo tomar esa decisión y lo que pasó después es la consecuencia de aquello. A ver si con ustedes acabo por enterarme.

Archimago 6, Al final del viajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora