Capítulo 48: Sentidos nublados

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Yashi soñó que atravesaba una selva desconocida, deslizándose entre los árboles a gran velocidad. La sensación era agradable, liberadora. Tenía el control absoluto y a la vez una sombra interna le recordaba que no todos los días eran así.

De pronto descendió hasta casi rozar el suelo. Escondido detrás de las hojas contempló a la niña de coletas pelirrojas tirando pequeñas bolas de fuego contra un objetivo. Estas parecían una pelota mojada ya que las llamas chorreaban, apagándose al caer, pero ella seguía intentándolo y cuando no la vigilaban se divertía a su manera.

La cálida imagen le llenó el corazón. Era una candidata para la ninfa de fuego, de mirada intensa y voz crepitante, similar al golpe seco que lo hizo brincar en la cama.

***

Despertó con un ruido que, al borde del sueño, se oyó como un gran golpe. Vio a Dono entrar, alumbrando con una lámpara de aceite. Se frotó la cara y contempló sus manos. Las lianas no respondían. Era cierto que la magia quedó fuera y sólo la podía sentir en sus sueños.

A través de la ventana el cielo aclaraba en un gris frío.

El joven avanzó sigiloso y se detuvo a los pies de Azzel.

—¡Arriba! —Quiso asustarlo, pero sólo Ban reaccionó. El aprendiz fantasmal con suerte abrió los ojos—. El desayuno está servido. —En su retirada llamó a la puerta contigua—. Furan, baja ya.

Ban, repuesto del calambre de ayer, se puso el chaleco negro que arregló Letice, encima de la ropa con la que durmió y bajó, trastabillando por sentir el cuerpo raro. Yashi acompañó a Azzel hasta que espabiló lo suficiente y descendieron.

La mesa estaba servida con té, frutos secos, harina tostada, avena caliente y sobras de la sopa, que Ban reclamó porque nada más llamaba su atención. Clavel observó somnolienta cómo Yashi guardaba las medicinas en el morral, rodeándolas con una prenda para protegerlas.

—Todo listo. —Afirmó y bebió al seco el té tibio—. El dinero que consiga lo usaré en lo que más haga falta. ¿Alguna prioridad, Mizu?

—¡Ah! —Ella se sobresaltó, botando a Psi que reposaba en su cabeza. Esta picoteó la avena y la tiró lejos al no parecerle apetecible—. Déjame pensarlo...

Dono alzó el índice.

—Opino que huevos, leche y vegetales. Con eso se pueden preparar panes, pasteles y sopas cundidores.

—QUÉ. —Karen indicó a Ban—. No podemos vivir de agua y pan. Así no va a mejorar nunca.

El chico le sacó la lengua e inclinó el tazón de caldo para que no lo viera. Dono soltó una risa corta.

—Me encantaría que trajera carne, pero Yashi es el menos indicado para comprarla. De ser posible, prefiero cazarla, en lo que entendemos el sistema de Simirén.

—Empecemos por ahí —se pronunció Kane, contenta de verlos motivados—. Aquí una moneda grande equivale a dos oros de afuera. Dos pequeñas una de plata, o cinco cobres. Por los remedios, no pueden darte menos de treinta monedas grandes, si lo compran todo. Eso en el mercado cunde, pero ya que ustedes son hartos, prefiero que busquen en las granjas, les saldrá más barato. También quedan más cerca.

Furan bajó envuelta en la frazada.

—Hace mucho frío. —Se sentó y apoyó el mentón en la mesa.

—Entonces te quedas y me ayudas. —Dono levantó los platos vacíos—. Tampoco es como que debas buscar información, ya no hace falta. —Ignoró sus rezongos y se dirigió a Ban en el momento que recogía el tazón—. Preferiría que te quedaras.

Archimago 6, Al final del viajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora