Capítulo 50: A medio camino

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Con el desayuno se acabaron los huevos y la leche. Dono acordó ir a las granjas, aprovechando que Yashi se quedaría esa mañana cumpliendo su castigo. Para él la noche fue más apacible, pero de todas formas lo invadieron sueños raros y caóticos. Bostezó toda la mañana, restregando platos junto al arroyo.

Su labor se vio interrumpida cuando llevó a Clavel desde la entrada del baño hasta el sofá, sirviéndole de apoyo. Asistida por Mizu, la elfa por fin pudo asearse y la grata sensación la animó; les relató anécdotas de su pueblo mientras la ayudaban a secar y cepillar su largo cabello, el que la aprendiz miraba con nostalgia.

Sus historias le trajeron imágenes vagas a Yashi, de una época en que los elfos viajaban libres por el mundo. Nada lo atrapó por completo ya que el elemental llevaba siglos apartado de su raza.

Dono dejó la comida y fue a inspeccionar las trampas, pidiéndole a Yashi que lo esperara. Él terminó lo suyo y acompañó a Ban en silencio, limpiándole el sudor de la frente con un paño húmedo. El estado febril lo tenía tan agotado que ni se percató. Por la ventana sobre la cabecera vio al joven regresar con presas al hombro e incómodo se escabulló antes de que llegara. Agarró una cesta y se despidió a la pasada, entrando al bosque sin un rumbo fijo.

Caminó una media hora y se detuvo, perdido. Su respiración se aceleró al comenzar a ver recuerdos de Tierra.

Itte le dio una palmada y del susto se alejó unos metros antes de darse vuelta a mirar, traído a la realidad por la risa de la anciana, que ya preparaba la calabaza con semillas. Al menos no arremetió contra ella. Le asombró que su primer instinto fuera huir y no atacar. Tal como analizó durante la charla con Azzel, algo muy propio de él.

La anciana lo llevó a un lago de aguas turquesa e indicó un bote pequeño, atado a la rama de un árbol torcido. Subieron y le entregó una vara larga, ordenándole ir hasta el otro lado. Concentrado en llevar el rumbo de la barca, ignoró el entorno hasta quedar en medio de los juncos, donde ella los recolectó usando un machete.

—El bosque esconde unos parajes increíbles.

—Ideales para extraviarse. —Echó las hojas dentro hasta tener un fajo considerable—. ¿Cómo te ha ido con el cambio de perspectiva?

—La verdad he estado tan ocupado que no he vuelto a tener otro episodio. ¿Era necesario que lo hiciera, el corte?

—Sí, para que no siguieras ocultándote cuando no estabas conmigo. Y porque molestaría para enseñarte el masaje contra las náuseas. Siendo un paciente, me daría lo mismo, pero no lo eres, ¿o sí? Vamos bajo esos árboles.

Con mucho esfuerzo el aprendiz condujo hasta la sombra, donde ella ató el bote y señaló una ruca colina arriba, diminuta en la distancia.

—Lleva los juncos allá. Yo prepararé lo necesario.

—Me tomará más de un viaje...

—Tómate todos los que debas —respondió sin mirarlo, juntando matojos de pasto secos—. Esto no es una carrera.

Yashi se asombró. Ella le mostró la premura con la que actuaba sin darse cuenta, la misma que lo impulsó a vender todos sus remedios. No tenía por qué ser el más rápido ni el más fuerte, el más útil o hábil para setirse validado, ya con hacer las cosas a su manera estaba bien.

La percepción de Itte era más aguda de lo que esperaba, no debía subestimarla. Sonrió, se echó un atado a los hombros y subió, tratando de no aplastar demasiado a la maleza. Lo dejó a un costado de la choza, encima de la tierra despejada y fue por el siguiente.

Ella estaba en un barrial que les llegaba a las canillas, envolviendo la pelota de hojas con greda, dándole forma de cabeza. El lodo le recordó a Tierra, cuando se despojaba de su forma de montaña para adoptar una nueva apariencia.

Archimago 6, Al final del viajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora