Llorar. Llorar era lo único que podía hacer en ese momento. Giré la silla de mi escritorio a la derecha, justo donde se hallaba mi ventana. Comencé a mirar a través de ella y posteriormente tomando la taza de café que yacía sobre el viejo escritorio de madera. El café estaba frío, ni aquello podía ofrecerme la calidez que buscaba. Estaba tan deprimida, inclusive el día ayudaba en ello; era un día demasiado nublado como para ser febrero. Simplemente quería recostarme sobre mi cama y llorar, sin embargo, volví a girar la silla unos 180° y volver a lo que me distraía de todo esto, mi computador.