Desde inicio del año escolar hasta ahora, marzo, no podía dejar de mirarlo y evitar que se le escapara un suspiro de los labios cuando lo hacía. Su atención no se centraba en otra cosa que no fuese él. Su sonrisa, su rojizo cabello, su cuerpo, sus lentes con los que se veía aún más adorable de lo que ya lo era; cada una de esas cosas lo enamoraban más y más.
Siempre que el chico pelirrojo iba a dibujar sentado en uno de os bancos del jardín de la escuela, Kaga iba a observarlo, a apreciar su belleza.
Como Geiju siempre hacía lo mismo, Kaga aprovechaba de dejarle pequeños obsequios. Mismo lugar, misma hora, todo el tiempo.
Para Kaga, ver la sonrisa en el rostro de su amado crecer con las flores que él escogió específicamente para él era lo más gratificante.
Cada día Geiju recibía regalos. Notas junto a flores, en ocasiones tenían regalos, pequeños detalles.
Geiju tenía un admirador secreto, y él sentía que estaba cayendo perdidamente enamorado de aquella persona.
No sabía su nombre ni mucho menos quién era, pero dejó de importarle luego de leer todas esas notas. Eran notas tan preciosas y, por parte de un presentimiento, las sentía bastante sinceras.
Puede que no conociera a su admirador, pero ya sólo con leer sus escritos, aquellas pequeñas notas, cayó vencido frente al misterioso sujeto.