Capítulo 6: La cena (Carlota)

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Me tocaba cena "familiar", sí, así era, y lo digo entre comillas porque desde hacía años nuestras cenas en familia dejaban mucho que desear para considerarse lo que básicamente la palabra "familiares" significaba en sentido literal.

A ver, no me malinterpretéis somos una familia, mi madre, mi hermano, su mujer, un pequeñajo de tres años y el perro. Nos queríamos, pero nunca sería lo mismo desde lo que pasó. Mi hermano ya no sería el chico rebelde que siempre se metía en líos en el instituto y luego tenía la cara de llegar a casa y decir que él no había hecho nada y a mi madre nunca le volvería a ver ese brillo de felicidad que invadía sus ojos color miel, calcados a los de mi hermano, cada vez que estábamos juntos y desde luego su actitud hacía mi hermano, pero sobre todo, hacía mí nunca volvería a ser la misma.

Llegué a la puerta de la casa de mi hermano, situada en las afueras de la ciudad, y antes de llamar al timbre, comprobé como iba.

No me había cambiad de ropa al salir de la comisaría, por lo que llevaba con lo que había empezado la jornada: iba con el pelo recogido en un moño del que rebeldes rizos se habían soltado, pero no me importaba. Lucía unos vaqueros negros, una blusa blanca y una chaqueta granate a juego con mis botas Dr. Martens del mismo color. La verdad, es que ese día iba muy yo, se suele decir que cada uno tiene un estilo diferente, pues ese era el mío, cualquier outfit combinaba con mis queridas botas.

Respiré hondo y, decidida, llamé al timbre.

Pude oír a mi sobrino Niko llamar a su madre para que abriera la puerta, y en menos de dos minutos ya lo tenía encaramado a mí, mientras su madre le echaba una mirada inquisidora y ponía los ojos en blanco.

No sé muy bien porqué, pero ese pequeñajo me adoraba, puede que fuera porque era la más joven o la más graciosa o simplemente porque casi nunca me veía y se alegraba de verme. No lo sé, pero yo le adoraba igual o, incluso, más a él.

Había heredado el pelo rubio de su madre y los ojos color miel de mi hermano, aunque actualmente tan solo tenía tres años, yo ya tenía claro que de mayor sería todo un adolescente rebelde, gracioso y rompecorazones como lo había sido su padre.

La voz de mi cuñada hizo que el pequeño me soltara, y tras darme un fugaz beso en la mejilla, corriera a dentro de la casa a lavarse las manos para cenar. Le dediqué una amplia sonrisa a Marta y entramos juntas a la casa.

Sinceramente, admiraba a mi cuñada, era de la misma edad que mi hermano, de hecho llevaban juntos desde los quince, habían pasado juntos la desaparición de mi padre, se habían mantenido unidos pese a que Marta se había ido a estudiar al extranjero, y hoy en día llevaban cuatro años casados, ambos eran licenciados en derecho y regentaban un bufete de abogados, a la vez que no dejaban que la llama de la familia se apagará.

Al llegar al salón me encontré de frente con mi hermano y me lancé a sus brazos como si tuviera diez años, él era mi mejor amigo y le quería un montón, siempre estuvo ahí para mí y le debo mi vida entera.

Me separo de él y me giro a mi cuñada.

-Marta, le podrías decir a tu marido que se corte la barba- dije intentando ponerme seria, en vano.

-Créeme Carl, se lo digo todos los días, pero nada dice que se ve más guapo así...

-Ejem, - la interrumpió mi hermano- para vuestra información, sigo aquí. Y no digáis que no os gusta porqué sé que en el fondo os encanta. - puntualizó poniendo esa mueca que siempre ponía cuando quería llevar razón.

-Claro que sí, cariño. - repuso Marta acercándose a él y rodeándole la cintura- muy muy en el fondo...

Estallé en una carcajada que mi cuñada secundó encantada, mientras Sebastian, mi hermano, nos miraba con cara de no entender nada.

Lunes 13Where stories live. Discover now