Capítulo dos

62 11 30
                                    

«Te voy a cuidar.»

La promesa que le había hecho a su hermana hace un par de años atrás, se aporedaba de su mente, como el filo de un puntiagudo cuchillo atravesando una manzana.

Le había fallado, había incumplido con esa promesa.

Verla tendida en el suelo, llena de sangre y rodeada de pequeñas partículas de vidrio eran la demostración clara de que le había fallado a su hermana.

Con la ira en un nivel demasiado alto dentro de su ser, comenzó a caminar rápidamente al interior de la casa.

La sala permanecía exactamente igual a como la había dejado minutos antes. Las serpentinas moradas continuaban en su misma posición, regadas por el suelo, aunque, el ingreso de un silbante viento las removió un poco.

—¡Arg!— La rabia que corría por sus venas, iba a una alta velocidad. Sus dedos quemándose al formar puños, se tornaban rojizos. Su frente estaba arrugada, al igual que sus cejas. El color negro de sus ojos, estaban ardiendo, llenos de furia, la furia de un toro.

Damián estaba decidido a llevarse por delante, o ponerle los ganchos a quien sea. Era una idea clara y precisa que había tomado en su mente, en el primer segundo que observo la vida de su hermana irse para siempre.

Comenzó a ascender por las ondeadas escaleras, sus pasos hacían eco en todo el lugar. Sus manos rozaban por un segundo cada barandilla de hierro pintada de blanca, que servían de protección para evitar caídas certeras.

Llegó hasta la parte de arriba, tratando de mantener la calma que iba siendo devorada por la sed de venganza. Sus pómulos estaban humedecidos por lágrimas.

El pasillo de las habitaciones estaba solitario, vacío. No se escuchaba ni el más mínimo sonido, nada que pudiera identificar una voz humana escondida al otro lado de las puertas.

Los fotografías enmarcadas colgadas de la pared, que contenían imágenes de aquellos momentos agradables que vivió al lado de su hermana, reclamaban venganza a gritos en su mente.

De una manera preventiva, con un arma de fuego, color plateada entre sus dedos de la mano derecha. Se aproximó a la puerta de la habitación de su hermana, que permanecía cerrada sin llave.

—¡Levanté las manos!— Exclamó, abriendo de un golpe la puerta, con su mano temblorosa apuntando a la oscuridad. No hubo respuesta o sonido que delatara la presencia de alguien en la habitación.

Con la palma de su mano, de manera brusca, encendió las luces de la habitación que no tardaron en reflejar todo el lugar. Estaba vacía, no había absolutamente nadie: Ni Evelyn ni Celeste. La cama estaba totalmente desordenada, las almohadas con fundas rosas estaban tiradas por el suelo, había algunas prendas de vestir que pertenecían a su hermana tiradas por el piso. La habitación era un desastre de ropa y artículos de maquillaje en su totalidad.

—¡Maldición!— Dijo en voz baja, dejando caer el brazo que sujetaba el arma a su costado.

Damián se aproximó a lo que quedaba de ventana. Preguntadose quién sería la persona que estaba observando su crímen desde la posición que el ocupaba en ese momento. Trató de meterse en la piel de esa persona, ¿Qué motivos tenía para matar a Gloria? Acaso, se trataba de un ajuste de cuentas o de una venganza. ¿Por qué estaba observando todo desde esa posición? Acaso, estaba asegurándose de cumplir con su objetivo o era simplemente para burlarse al ver el cadáver de Gloria en el suelo, sin vida llena de sangre y rodeada de pequeñas partículas de vidrio.

Evelyn asomo su cara por el palmo de la puerta. Su cabello rubio caía a un lado de sus mejillas y parte de su frente. Sus ojos verdosos estaban llenos de una mezcla de temor e impresión. Su pecho subía y bajaba con cada una de sus respiraciones.

Celeste PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora