𝟑. 𝑴𝒆𝒏𝒔𝒂𝒋𝒆 𝒆𝒏 𝒖𝒏𝒂 𝒄𝒂𝒓𝒂𝒄𝒐𝒍𝒂

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-Ahora vámonos. Estoy agotada y quiero acostarme temprano.

-Awww ¿la bebé tiene sueño? -se burló Iris, soltando una de sus escasas bromas. Ash le dio un codazo en las costillas, saliendo ambas de la taberna.

-Cállate, arcoíris.

***

Ash detestaba admitirlo, pero se estaba arrepintiendo de no haber aceptado la oferta de Iris antes de emprender aquella infernal caminata.

Lamentablemente, se dio cuenta de eso muy tarde, como, por ejemplo, cuando ya llevaban más de la mitad del camino recorrido. Además, era demasiado orgullosa y terca como para darle la razón a Iris, y admitir que sí habría necesitado esa revisión antes.

Intentaba no demostrarlo, pero le dolía un mundo estar de pie, y aún más caminar. Cada paso era una agonía insoportable, y ya no le salía muy bien disimular su cojeo; mientras más avanzaban más cansada se sentía, podía sentir la sangre caliente y espesa estampándose en su bandana, y la herida le dolía horrores; sino fuera porque sabía que no estaba ahí, hubiera jurado que aún tenía a la sirena clavada en su pierna, mordiéndola incesantemente.

Además, siempre cualquier herida que se hiciera en las piernas le dolía mucho más que cualquier otra, aún así no fueran graves. Se debía a una cierta discapacidad, de nacimiento, que tenía.

Recordaba que su dama de compañía, la única sirena que la trató bien en Atlantis, le había contado esa historia.

Primero que nada, Ash había nacido prematuramente, probablemente por el hecho de que era humana desde el momento en que la concibieron. Cuando nació y los médicos la tuvieron en sus manos, advirtieron que tenía las piernas "pegadas" por una delgada capa de piel turquesa, como si su cuerpo hubiera intentado imitar el físico de una sirena, más hubiera fallado en el proceso. Los médicos que asistieron el parto se las separaron a la fuerza, al notar que eran piernas de humana, y que no había ninguna forma de que en el futuro su organismo pudiera generar una cola normal y corriente.

Sin embargo, a pesar de eso, tenía ligeras escamas regadas por todo su cuerpo, en especial las piernas; tenía unas cuantas en los brazos, y también en el abdomen. Incluso, tenía cicatrices, que hasta hoy día conservaba, en el cuello y las costillas, justo donde debían estar sus branquias de sirena.

Pero, con el paso de los años, las escamas se le iban cayendo de poco a poco, dejándole aún más cicatrices.

A pesar de ello, de las heridas, cicatrices y el dolor que le causaban las escamas al desprenderse de su piel, Ash apreciaba estas marcas, ya que eran la prueba física de que era parte del linaje real de Atlantis, de que era la heredera auténtica y legítima del trono y que también era parte del mundo de las sirenas, aunque no se pareciera a ellas. A veces incluso, al pensarlo y ver las marcas de su piel se sonreía, porque al menos su cuerpo había intentado reflejar los genes de sus padres en ella, sin importar que hubiera fallado al hacerle una cola de sirena.

Pero tampoco podía negar que hubiera preferido que no se le hubieran pegado las piernas al nacer, ya que así no serían su "talón de Aquiles", ni tampoco en esos momentos le dolería tanto su herida.

Si bien prácticamente la condenada lesión la estaba torturando en silencio, se mantenía callada con respecto a eso. Iris, mientras, le iba hablando de los pendientes del barco; había que comprar unos cuantos víveres, tanto el ron como el vino se estaban acabando, y también tenían que buscar telas para remendar la vela mayor. Ash le respondía vagamente, soltando bromas de cuando en cuando, pero la verdad lo único que quería era llegar al barco de su amiga y coserse esa maldita herida. Y también dormir hasta la tarde del día siguiente.

𝑳𝒂 𝑹𝒆𝒊𝒏𝒂 𝒅𝒆 𝑨𝒕𝒍𝒂𝒏𝒕𝒊𝒔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora