Ash se había quedado dormida con truenos y relámpagos resonando en sus oídos; había sido una de las peores tormentas que recordaba desde que había llegado a esa isla, condenada por su padre a vivir allí para siempre, solo para mantenerla alejada de Atlantis y de su trono.
Pero, a la mañana siguiente, al despertar, algo había cambiado: sí, seguía en el mismo lugar donde se había dormido, en su mueble, aún con su libro favorito entre manos. Sin embargo, había algo diferente allí, o al menos no recordaba que una persona hubiera estado amenazando su garganta con una daga la noche anterior.
En cuanto sintió el filo del arma contra su cuello, buscó el brazo de su atacante con rapidez; no perdió tiempo y le hizo una llave de judo, haciéndolo girar por el aire, tirándolo de golpe al suelo. Su asaltante soltó un gemido de dolor, no siendo capaz de levantarse por el impacto y la impresión. Usando la daga que su agresor había estado presionando contra su garganta hacía segundos, ella le devolvió la misma acción, poniendo un pie sobre su pecho.
-¡¿Quién demonios eres, y cómo te atreves a entrar aquí?! ¡Es una propiedad privada! -le gritó con todas sus fuerzas, quitándole a su atacante la capucha que cubría su cara.
Tan solo hacerlo un jadeo se le escapó. Bajo aquella tela negra se escondía el rostro de un rubio muchacho, de unos intensos ojos verde jade, labios finos, nariz punteada, piel extremadamente pálida y unas orejas punteadas decoradas con cadenas y zarcillos. Una bandana azul grisáceo envolvía su desordenada cabellera dorada.
Le había robado el aliento.
-¿Cómo...cómo demonios quieres que te responda, si no puedo...respirar? -se limitó a balbucear él, casi sin aire.
Apenada, Ash aflojó el agarre de la daga, pero no lo separó demasiado, por si al chico se le ocurría atacar de nuevo.
-Ahora -prosiguió ella, intentando disimular su fascinación y embelesamiento por el muchacho con un tono furioso -, dime quién diablos eres, y cómo demonios se te ocurre entrar a mí propiedad, y tener la osadía de amenazarme con un cuchillo.
El muchacho se demoró un segundo en responder, y Ash notó que estaba distraído recorriendo con sus verdes ojos sus propios ojos comunes y marrones, luego sus cabellos, después sus labios y vuelta a empezar. Un rubor apareció en las morenas mejillas de la chica.
Ash carraspeó, algo incómoda porque la mirara tanto. No estaba acostumbrada a eso, ni a estar con otros seres; llevaba cuatro años confinada en esa isla, y durante ese tiempo no había tenido ninguna clase de visita. Además, nunca había visto otra clase de criaturas, sólo conocía a las sirenas, y, si sus estudios y libros estaban en lo cierto, aquel apuesto muchacho debía ser mitad elfo y...mitad humano...Mitad de su sangre era...de su especie...como ella...
-¿Y bien? -insistió Ash, sacándolo de su ensimismamiento.
El muchacho se detuvo en sus ojos, y esbozó una sonrisa que le derritió el corazón a Ash.
-Soy Rhysand, Rhysand Foreswift. -respondió él -Y lo único que buscaba en tu propiedad era una posada, pero con el golpe que me diste creo que voy a necesitar un hospital.
Ash abrió los ojos lentamente.
Necesitó unos cuantos segundos para aclarar su emborronada vista; cuando lo logró, descubrió que, sobre ella, había un rústico techo de madera, como el de una cabaña. Sentía todo el cuerpo entumecido, débil y magullado, y parecía que le habían aplastado el cerebro con un mazo. El estómago le daba vueltas, al igual que la cabeza. No se sentía capaz siquiera de mantener los ojos abiertos por mucho rato...
Pero...
Pero aquello...aquello no podía ser posible...porque...porque ella estaba muerta, y los muertos no podían sentir sus cuerpos, porque no tenían, ni se les revolvía el estómago, o se aclaraban la vista, porque...estaban muertos. Y...y ella había muerto...su padre la había ahorcado...su hermano Azariel la había atravesado con una espada...la habían ahogado en un mar gélido que le había congelado los huesos, los pulmones y el corazón...
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𝑳𝒂 𝑹𝒆𝒊𝒏𝒂 𝒅𝒆 𝑨𝒕𝒍𝒂𝒏𝒕𝒊𝒔
FantasyAsh Wildforce, una humana hija de sirenas, espera con ansias el momento en que su padre Tritón, el rey de Atlantis, le entregue su trono. Pero todo sale mal. Debido a su gran odio hacia ella, su padre se niega a dárselo, y Ash se decide a recuperarl...