#Tres.

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- La paciencia era una gran virtud, era lo que Jay se había repetido cientos de veces esa madrugada. Una y otra y otra vez, mientras las canciones seguían reproduciéndose sin parar. Eran las dos de la mañana y las canciones seguían, eso no era normal.

Ahogado por el dolor de cabeza, por el cansancio y la molestia, se permitió levantarse y caminar hasta el piso de al lado. Sin dejarse acobardar, golpeó la puerta con fuerza, pensando que por el volumen de la música nadie lo escucharía. Pero al primer contacto entre la mano del de pelo azabache y la madera, la puerta se abrió de par en par y Jay frunció el ceño.

Entonces, la preocupación llegó en olas. Quizá había sido demasiado egoísta al pensar sólo en él y en su cansancio. En ningún momento pensó que la música jamás había sonado hasta tan tarde, no creyó que podía haberle pasado algo a quien se encargaba de apagar la música a cierta hora.

Con un suspiro tembloroso, dio un paso dentro del lugar y en cuanto divisó las horrorosas bocinas que tantas jaquecas le habían causado, trotó hacia ellas para apagarlas. Con un vistazo al rededor pudo ver el bulto que descansaba sobre una cama, y un nudo se creó en su garganta. ¿Podría ser acaso un cadáver?

Con un alivio inexplicable, confirmó que no era ese el caso. En la cama se encontraba un chico que no podía ser mayor que él por muchos años. Había rastros de lágrimas en sus mejillas y parecía balbucear entre sueños. Cuando Jay acercó su mano a su frente, supo que la fiebre no era una cosa de tomar a broma.

Decidió cuidarlo esa madrugada.

Decidió cuidarlo esa madrugada

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