CAPÍTULO XV

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Adela no había vuelto a ver a Alec hasta el día siguiente, cuando aún el nerviosismo y el miedo se aferraban a su mente, incapaces de abandonarla, como si de un koala se trataran.

Habían llegado a la escuela a tiempo, y su prima se le había adelantado, entrando al salón para luego no tener que correr, ni confundirse de aula como la vez anterior, dejando a la pobre pelinegra sola con los pensamientos negativos presentes en su mente.

Estaba apoyada en la pared junto a su salón, cuando una mano se apoyó en su hombro, haciendo que ella saltara y golpeara por puro impulso a la persona a su lado sin siquiera mirarle.

-Eso dolió- al escuchar su voz lo reconoció y giró su cabeza, encontrandose con los ojos vacíos y azules de Alec.

- Hola.

-¿Por que estás aquí sola?- Le sonrió

- No quise entrar a la sala antes de tiempo, no es de mi agrado el olor a adolescentes sudorosos y hormonales.

El le respondió con una sonrisa y preguntó- ¿Te parece si te invito a escaparte de clases?

-Es la mejor propuesta que me han hecho en mi vida...- iba a continuar hablando, cuando fue interrumpida por el peliblanco.

- Ahora es cuando viene el pero- suspiró.

- De hecho, no, acepto- dijo olvidando que su prima la esperaba e intentando huir de sus preocupaciones, y a la vez, adentrándose un poco más en ellas, con sospecha.

Él se rió divertido y la tomó de la mano, llevándola hacia su coche, que se encontraba aparcado a varios metros de la institución, le abrió la puerta del copiloto como todo un caballero y luego de que ella se montara en el coche, el hizo lo mismo en el asiento del piloto. Miró un momento por la ventana y prendió el coche, preparado para acelerar. En un instante el auto se precipitó a gran velocidad por las calles, llevándose por el medio la poca cordura que a Adela le quedaba y haciendo que esta pensara en no volver juzgar la manera de conducir por la personalidad. Por algo lo había visto en las carreras clandestinas, era un puto monstruo al volante.

Llegaron a luego de varios minutos a un lugar apartado de la ciudad y que debía estar un poco lejos de la población humana. Era un gran campo, donde lo único que se observaba eran matorrales, plantas, alguno que otro animalillo y montañas, muchas montañas, ¿la había llevado a un jodido picnic?

Cualquier persona normal que hubiese visto series adolescentes románticas y leído libros captaría el "escapemos juntos de clase" como una salida a una disco, una tienda rara, un Boulevard e incluso su casa, nadie esperaría ser llevado a un campo.

El chico estacionó entre la maleza, y antes de tiempo, la pelinegra ya se estaba quejando en su mente de la picazón que le provocaría la hierba alta que posiblemente le rosaba los muslos. Cuando el chico se bajó y fue hasta la parte trasera del coche, Adela empezó a hacer lo que mejor hacía en el mundo, pensar de más, comenzó a imaginar las distintas formas en las que podría asesinarla, sin que nadie se diese cuenta y enterrarla en alguna parte de este lugar alejado de la sociedad, donde su cuerpo jamás sería encontrado. En el momento en que el joven se acercó a su puerta, se preparó para golpearlo de ser necesario, cosa que no hizo al ver que lo único que tenía en su mano era una llave, gigantezca por cierto, casi del tamaño de su mano.

Al salir del auto, notó algo de lo que no se había dado cuenta antes, a su derecha, oculto entre tanto verde, se encontraba un invernadero de cristal, opaco y viejo, como si llevara un gran tiempo en ese lugar. Alec se dirigió hacia allí una vez pudo comprobar que la chica a sus espaldas lo seguía y al llegar, observó el gran candado en la puerta del edificio con emoción, como si se tratara de la envoltura de un regalo. Introdujo la llave en la cerradura y lo abrió con rapidez, para luego tomarlo, tirarlo a un lugar donde fuera visible y abrir la gran puerta blanca que tenía enfrente.
La imagen de adentro impactó a la chica, quien la comparó, a pesar de su hermosura, más con una pesadilla que con una escena de cuentos de hadas.

Frente a ella todo era rojo.

Había flores rojas por doquier y la temperatura era fría y humeda, como en una película de terror.

Alec se adentró en el lugar, y ella lo siguió de cerca, curiosa por la rareza de las flores, las cuales tenían una forma que nunca antes había visto y le recordaba a una lámpara de techo antigua. Él tomó en sus manos una de ellas, y se la tendió, sonriendo.

Adela la aceptó, tomándola entre sus dedos con delicadeza, para luego preguntar, sin apartar la vista ella- ¿Qué es?

- Es un lirio araña rojo, mi flor favorita. Solo crecen en Asia, pero alguien a quien quiero mucho logró que sobrevivieran aquí.

-Son muy bonitas.

- Lo son, aunque, curiosamente, las llaman las flores del infierno.

- ¿Por qué? - ladeó la cabeza, mirando la hermosa flor entre sus manos.

- Porque solo crecen cerca de los cementerios.

A la chica se le heló la sangre y miró a su alrededor varias veces, para luego escuchar la risa del peliblanco y girarse hacia él, desconcertada.

- Es solo un dicho, no quiere decir que sea verdad.

-Pero tampoco quiere decir que sea falso.

-Piensa lo que quieras. - se giró elevando sus hombros.

-Oye, ¿por que me tragiste aquí?- preguntó, temiendo la respuesta.

- Quería mostrarte las flores, son algo raro y único de ver, me recuerdan a tí- Se volteó hacia ella y la miró a lo ojos, haciendo que ella hiciera lo mismo de forma inconciente.

El telefono de la chica sonó minutos después, interrumpiendo la lucha de miradas que habían iniciado. Esta lo sacó de su bolso para mirar la pantalla y ver el nombre de su prima, que seguro la llamaba para sarmonearla por abandonarla e irse sin avisarle siquiera. Cuando descolgó, aún sin llevarse el teléfono al oído, ecuchó el potente grito de su amiga que seguro Alec también oyó.

-¡Adela!

-Holis.

-¿Se puede saber dónde estabas y por que me abandonaste sola en una clase llena de desconocidos y personas sin sentido común?

-Vaya, un mes y ya los insultas.

- No has respondido a mi pregunta.

-Estaba en una cafetería cerca de la escuela.

- ¿Y por qué mierda no me llamaste?

-Lo siento.

- Ya sabes como compensármelo, adiós.

-Bye.

Cuando la llamada terminó se giró hacia Alec con una sonrisa apenada.

-Parece que tengo que irme.

El asintió y juntos se dirigieron al coche, luego de que él cerrara el lugar con el mismo candado de antes. Se adentraron en el auto y él arrancó, haciendo a Adela sufrir nuevamente mientras intentaba que la flor en sus manos no saliera volando por una ventana debido a la fuerte presión del aire.

Al llegar a casa la colocó en un jarrón pequeño qué encontró en la cocina y tuvo que darle la escusa a su prima de que alguien sin importancia se lo había regalado, bueno, no era una mentira, ni que le diera tanta importancia

Tan dulce como la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora