Demonios de lo Profundo

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"¡Arpones! ¡Arpones!" — Exclamó un tripulante del bote vecino, mientras lanzaba su arma atada con una cuerda al cuello de la colosal bestia, el dolor le hizo entrar en pánico y rápidamente comenzó a sumergirse halando el barco como si fuera de papel. Mis camaradas observaron atónitos como el animal lentamente hundía el barco, mientras que yo tenía mis ojos fijados en la más grande del rebaño, una de color azul marino. La mayoría de naves andaban tras más pequeñas, algunas mataban incluso becerros. Yo era el único con las suficientes agallas o locura para cazar a tan enorme criatura.

"¡La proa se hunde!" — Gritó el capitán de la embarcación vecina antes de que la bestia se perdiera en lo profundo, mientras el arpón que la ataba a la pequeña nave se separara de su enrome cuerpo. La tripulación, decepcionada, al no ser capaces de vencer al enorme cetáceo, remo cabizbaja en dirección a la costa, no podían pronosticar el horror que se les avecinaba. Las aguas se tornaron intranquilas, un sonido semejante al de un proyectil se escuchaba por debajo nuestro y de repente, la bestia emergió a la superficie, embistiendo desde abajo a los derrotados marineros, partiendo a la mitad al barco. Trituró los huesos y desgarró los cuerpos de la tripulación, quienes cayeron metros bajo el agua, solo para resurgir inertes segundos después, pintando de un rojo carmesí las gélidas aguas polares.

La muerte de nuestros compañeros tuvo en efecto terrible en mi tripulación, el pánico se esparció rápidamente entre los 17 jóvenes, exceptuándome a mí, o al menos eso quería proyectar...

Un fuerte coletazo azoto el costado de nuestro barco, anunciando la partida de la ballena hacia el fondo del océano, lanzando a tres hombres por la borda. El capitán Yeren, tan inexperto como el resto, intento mantener la compostura ante tal situación, con una voz quebradiza exclamó: — "Los cachalotes no atacan barcos...debemos huir mientras podamos. ¡Estas bestias son Demonios!"

"¡Más razón para cazarlas!" — Grite a todo pulmón, mientras me levantaba con arpón en mano.

"¡Nos matarán a todos!" — Contestó uno, aterrado "¡Respeta las órdenes del capitán!" — Exclamó otro, indignado.

"Transfiero el mando a Ovaik, hijo de Gioro..." — dijo el capitán en voz baja mirando al suelo del bote.

Todo el mundo miro sorprendido al ex-capitan Yeren Shun, quien, sin levantar la cabeza, solo pronunció las palabras "¿Cuáles son sus órdenes capitán?"

"¡Arponeros, a sus posiciones!" — Declaré firmemente, ocultando mi miedo. Los 10 arponeros se levantaron y tomaron con manos temblorosas sus armas.

Tome mi arpón con la mano izquierda y señale hacia aquel animal azul marino, que robo mi mirada desde que encontramos el rebaño.

"Les presento a nuestra presa" "Adelante remeros, con todas sus fuerzas" — Grité nuevamente a un volumen estremecedor. Los remeros, obedecieron mis órdenes al pie de la letra. Movieron el barco a una velocidad casi sobrehumana, esquivando los cuerpos de los leviatanes y surfeando cuando sus enormes colas creaban oleajes que superaban con creces el tamaño de nuestra nave.

En cuestión de segundos estábamos a metros de nuestro botín, su piel azul, con muchos percebes, era indicativo de su longevidad y sus numerosas cicatrices eran evidencia de que había sobrevivido a incontables cacerías.

"Posiciones de combate, aten sus arpones al barco, recuerden hay que desnucarla" — Di la orden para que todos los arponeros ataran cuerdas a sus armas, con el fin de arrastrar al gigante a un costado del barco para llevarlo a casa. Asumimos la postura de lanzamiento, el pie izquierdo detrás, la mano izquierda también con el arma y la mano derecha apuntando hacia nuestro objetivo.

"Ahora, todos a la nuca" — Ordené cuando estábamos justo frente a la bestia. Una lluvia de arpones descendió sobre el titan azul, sin embargo, solo mi arpón, el de la punta metálica en forma de barracuda, logro darle en la nuca, algunos cayeron en su cabeza otros en el lomo y uno de ellos cayó a las profundidades del mar y el peso terminó rompiendo su soga. El gigante azul se sumergió rápidamente, buscaba hundirnos, la proa se inclinó justo como ocurrió con la otra nave. El resto de los jóvenes estaban paralizados del terror, sin embargo, yo me rehusaba a que el mar fuera mi tumba.

Antes de que la bestia nos sepultara bajo las olas, salte a las frígidas aguas polares en busca del arpón caído. Aguante la respiración a tal punto que mi visión se tornó borrosa, bucee hacia abajo sin cesar, pero parecía que nunca alcanzaría la deseada herramienta, no obstante, justo cuando perdí la esperanza, la ballena cambió bruscamente de dirección lo que generó una corriente de agua que impulso velozmente el arma hacia mí, la apañé con una destreza que no sabía que tenía y me acerqué al monstruo marino.

Ascendí a la superficie en busca de aire, solo para recibir ruegos de que cortara las cuerdas que nos ataban a una muerte segura, sin embargo, los ignoré. Regresé a las profundidades y me percaté que al haber solo uno de los arpones clavados en la nuca, sería imposible separar el cuello del cráneo, así que trepé por la cuerda que daba a la nuca y al llegar hasta su cabeza, utilicé los percebes de la ballena para desplazarme, cada roce era un profundo corte que me hacía soltar alaridos desgarradores ahogados por el mar. Alcancé a ver los ojos aterrados del animal, este miro los míos, con la brutalidad de un depredador hambriento le clavé mi arma justo en la córnea como un lobo moribundo clava sus colmillos en el cuello de un ciervo.

El coloso se retorció frenéticamente, lo que me disparó devuelta a la superficie, rompiéndome varias costillas y dislocando una de mis rodillas. Lo último que recuerdo antes de desmayarme fue ver como el enorme cadáver flotaba sobre las olas. Habíamos pasado la prueba.

Ciudadela de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora