Vacié una bolsa de una libra de arroz y metí ahí las manos de Gioro. Cubrí sus cuencas con un trapo. Junté ambas mitades del cuerpo, lo arropé de pies a cabeza con una manta y removí las pieles contenidas una gran canasta de madera con tirantes, para colocar en ella los restos del difunto. Me llevé el gran recipiente en mi espalda y en la mano derecha llevaba la bolsita. Cada paso que daba era una tortura, no sabía cuáles heridas dolían más, si las físicas o las emocionales.
Mientras pasaba por la aldea, observé las secuelas de la destrucción, la gente limpiaba cadáveres en la calle y los envolvía en mantos que cargaban entre varios para llevarlos a la casa comunal. Ví una fila de hombres que llevaban a sus difuntos en la espalda, eran quienes habían perdido a su familia entera, como yo, debían cargar con su pesar solos. Fue un espectáculo sombrío, todas las personas caminaban en silencio, llevando a sus seres queridos al hogar de los ancianos chamanes, donde iniciaría el rito funerario.
La mayoría de las veces morían docenas, en raros casos centenares, por tanto el gran espacio de la casa comunal siempre fue suficiente tanto para los fallecidos como para sus familiares, sin embargo, la enorme cantidad de defunciones forzó a la mayoría a tener que esperar su turno en la intemperie, la hilera era tan larga que ocupaba dos calles de principio a fin.
Uno tras otro los cuerpos eran llevados al altar para ser cremados y los familiares entregaban recuerdos de sí para que al llegar las estrellas nunca los olvidaran, algunos entregaban arcos, otras vasijas, otras cartas de amor, cualquier objeto que tuviera un significado emocional importante para ellos. Los llantos, las súplicas de perdón, gritos de horror de niños al darse cuenta de que sus padres nunca volverían, me conmovieron tanto que rompí en llanto.
Cuando ya el sol se encontraba en el poniente, casi sumergiéndose bajo el océano, mientras la luna ya se asomaba desde el este, llegó el momento de dar el último adiós a Gioro, fue el momento más difícil de mi vida. Ese hombre que fue mi guardián cuando nadie más se atrevió a cuidarme, que me acompañó durante el dolor de la muerte de sus padres biológicos. Ese hombre que me instruyó en temas tan simples como buenos modales al comer hasta actividades tan difíciles como la navegación de meses en altamar, ahora yacía muerto. El obsequio que decidí entregarle fue aquel liquido rojo que viajaba en mis venas proveniente de las cicatrices en mis manos, dibujé en su rostro las runas de la familia, uniéndonos simbólicamente con sangre. La última frase que le escuché decir reverbera aún en mi memoria.
"¿Quieres a Gioro? ¡Aquí lo tienes!" — Me dijo el viejo con una sonrisa, cuando le confesé que no me sentía preparado para cazar cachalotes sin él, mientras me entregaba su arpón preferido, el de punta de barracuda, animal protector de su clan. Jamás pude prever que esa misma arma, que previamente tenía rotundamente prohibido siquiera tocar, sería la que terminaría con la vida de la bestia más grande del rebaño.
Los chamanes cocieron todas las partes del cuerpo y lo cargaron a la sala sin techo del santuario. Acostaron boca arriba para que el alma saliera fácilmente por la nariz. Fumaron pipa para contactar a los Dioses, bañaron el cuerpo con aceite, colocaron sus máscaras de hueso y encendieron los restos del gran arponero. Esperé pacientemente a que se extinguiera la pira, mientras escuchaba los cánticos y rezos de aquellos sabios ancianos.
Al desaparecer la última nube de humo, agradecí a los ancianos por su ayuda en transferir su alma al más allá. Mientras entre lágrimas y sollozos en silencio, caminaba a la puerta abierta de la casa comunal, observé que la enorme hilera de personas aún estaba ahí, incluso se había hecho más grande cuando muchos de los que ya habían dado su último adiós encontraron más familiares muertos en las afueras de la aldea. Al llegar a la entrada, mi llanto se detuvo por un segundo, sólo para regresar de forma más devastadora, cuando en el cielo nocturno observé la constelación de la barracuda. "Adiós Gioro...Adiós maestro...Adiós padre..." — Pensé con gran dolor mientras miraba a la formación de los astros.
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Ciudadela de Sangre
AdventureLa masacre de su tribu causó la muerte de su maestro, armado solo con su arpón, su abrigo y su fe, emprendió un viaje en busca de los culpables, quienes residen en una colosal ciudadela en los confines más recónditos de la tierra. Su travesía dese...