El viento soplaba a mi favor, la mar estaba tranquila y el sol se ponía bajo un cielo despejado. A medida que el frío nocturno hacía presencia, la luna se alzaba plácidamente sobre las colinas costeras, acompañada por incontables estrellas. La osa, el búho, la serpiente y el mono se dibujaban mediante el trazo de cuerpos celestes en aquel majestuoso manto de la penumbra. Mientras la nave avanzaba a mar abierto, la península iba desapareciendo en el firmamento, dejándome vagando extasiado por aquel infinito mar, cuyos reflejos de los astros hacían indistinguibles a sus aguas del cosmos. Mientras miraba a ese mar estrellado, observé que una majestuosa luz verde se dibujaba, la aurora boreal había hecho presencia en toda su gloria.
El espectáculo acabó cuando ví una nueva luz, color rojo, no venía del cielo sino de algún lugar en el firmamento, pasaba el tiempo y la luz se hacía más grande, pensé que era un cometa, pero me percaté de que la acompañaban otras tres luces y ahí fue cuando el horror se apoderó de mí, eran tres antorchas de barcos. Sólo hay una agrupación que viaja en formaciones de 3 barcos, piratas de Ulam. Me senté tembloroso, sostuve los remos y dí media vuelta al barco, empleé todas mis fuerzas, sin embargo, no importaba cuanto remara las 3 llamas se acercaban más rápido de lo que podía huir. Una vez miré hacia atrás observé a las tres enormes embarcaciones. Remé y remé hasta agotar mis brazos, aun así los barcos enemigos estaban cada vez más cerca. Luego escuché un estruendoso golpe a mis espaldas.
La popa de uno de los barcos había embestido la proa del mío, escuché gritos, mofas y silbidos, me volteé para encarar a mis enemigos, sólo para encontrar un puñal justo frente a mi ojo. Me ataron y arrastraron hasta el más grande de los tres barcos, descendieron unas escaleras hasta llegar a una habtiación, mientras mi cabeza chocaba contra cada escalón. Al llegar me tiraron de cara contra una dura mesa de mármol, sobre ella cientos de papeles desordenados y mordidos por ratas estaban apilados. Sentado frente a ella, estaba un sucio, maloliente y con un rostro lleno de llagas, hombre de mediana edad con pluma en mano, escribiendo en una de tantas hojas, al terminar, la colocó descuidadamente sobre la pila sin importarle el rehén a sus pies.
El hombre procedió a tomar otra hoja de papel y en una voz reverberante y profunda, como el croar de un sapo dijo — "Nombre completo y procedencia"
"Ovaik de Vaanching, Hijo de Gioro" — Dije con voz temblorosa. El grotesco capitán, escribió algo a gran velocidad
"Motivo de viaje" — Exclamó con la mirada fija sus notas.
"Soy un ballenero, me dirijo a Kitania con..." — Fuí interrumpido abruptamente.
"No es mercader, no hay que pagar impuestos al sindicato" — Pronunció el hombre de forma cortante, mientras anotaba.
"Jagadei, dígame que trae consigo" — Añadió mientras despegaba por primera vez su mirada del papel para ver a su tripulante.
"2 Pescados, una bolsa de pieles, un arpón enfundado" — Respondió el hombre que me había arrastrado por el piso.
"Traiga el arpón" — Ordeno el capitán. El subordinado obedeció, lo sostuvo y cuidadosamente removió su funda. Su mirada, perdida y cansada se llenó de vigor, sus ojos entrecerrados se abrieron como platos, se hizo un leve corte en la mano y al ver que la sangre brotaba como como una cascada, se pudieron ver sus dientes amarillos y oscuros mientras se reía como un niño al ver golosinas. Sus hombres le miraban tan desconcertados como yo.
Dirigió su mirada eufórica hacia abajo y me dijo — "Te digo algo niño, me has hecho la noche, así que no te echaré al mar"
"¡Caballeros, esta noche vamos a pescar truchas! ¡Yo invito!" — Los hombres se unieron a su celebración, cantaron, bailaron y bebieron. El capitán dio orden de la orden de que fueran rumbo a "Isla Trucha". Oí antes sobre ese lugar de un marino durante un viaje, me dijo que, si quería volverme un hombre, ese sería el lugar perfecto, poco después un hombre más viejo lo escuchó y lo golpeo, luego me advirtió que me alejara de esa "maldita isla".
Me arrastraron por unas largas escaleras, mi blanco abrigo de pieles, ahora con manchas húmedas y sucias, en el trayecto observaba las habitaciones embarrotadas de un calabozo, vacías salvo por huesos y una que otra rata, el lugar apestaba a sangre y grasa humana. Me lanzaron a una celda resguardada por un centinela sentado en un taburete podrido, con mirada perdida y una botella de vino a medio tomar. Sentí como las naves surcaban los mares a toda velocidad, los constantes choques eventualmente lo tumbaron boca abajo, al estar atado no me pudo levantar. La navegación tan errática evidenciaba la ebriedad de los timoneros.
Recordé algo que podría ser mi salvación, un pequeño objeto de vidrio conteniendo un líquido ámbar que hacía agua la boca de todo hombre de mar.
"!Ey amigo, acércate a la reja, te conviene!" — Ocultaba mis maquinaciones tras una media sonrisa.
El ruborizado guardián se levantó con dificultad de la silla y acercó tambaleante a la celda, mientras decía — "No me gustan los prisioneros habladores. Más te vale que valga la pena o te cortaré la lengua"
"Oh sí que vale la pena, en mi bolsillo tengo un fuerte ron sureño, de esos que calientan hasta los huesos." — Respondí
El pirata soltó una risa aguda, acompañada por una sonrisa chueca de dientes amarillos, mientras se frotaba las manos. Dificultosamente alcanzó las llaves a medio oxidar que colgaban de su desteñida correa de cuero. Inentó abrir el candado tres veces, no fue hasta la cuarta que lo logró. Caminó hacia el muchacho y justo en ese momento, el barco golpeó una roca y el sucio hombre cayó sobre mí, dejando ir las llaves a una esquina de la celda. Ésta era mi oportunidad.
Me deslicé por debajo del pirata y me arrastró boca abajo hasta la esquina, alcanzando el juego de llaves con la boca. El centinela se dio cuenta y sacó un puñal, me apuñaló en el hombro, pero la hoja se quedó atascada. El dolor hizo que mordiera fuertemente las llaves, luego las escupió. Él me pateaba y maldecía, mas yo lo soporté y saqué el arma con los dientes mientras me llevaba las manos hasta la boca y corté la vieja cuerda que me ataba.
Libre otra vez, me levanté con facilidad, mi sangre hervía, por ello, propicié el puñetazo más contundente de mi vida justo a la nariz del captor, el hombre cayó e hizo un sonido estruendoso, lo que hizo que la música, los cantos y las risas se detuviesen abruptamente. Una serie de precipitadas pisadas se escuchaban descendiendo velozmente las escaleras. Debía pensar rápido.
Arrastré al desmayado fuera de la celda y lo coloqué boca abajo al lado de su taburete, luego cerré la puerta. Yací mirando al piso con el hombro ensangrentado contra la pared, escondiendo mi herida, coloqué los restos de la soga bajo mis manos y pretendí estar dormido, el puñal lo escondí en el bolsillo junto al ron, cerré a los ojos y recé a los dioses en silencio para que el plan funcionara.
Seis hombres llegaron, examinaron la escena, yo sudaba y temblaba, un hombre se acercó al rostro del desmayado, vio el vino en el piso y observó la sangre brotando de su nariz. Suspiró y sacudió la cabeza.
"El imbécil volvió a beber hasta desmayarse, cayó boca abajo y se partió la nariz" — Exclamó el pirata.
Todos dieron media vuelta quejándose y ascendieron las escaleras lentamente. En un momento la música regresó y los festejos continuaron. Al irse abrí la puerta, arranqué un trozo de ropa del inconsciente captor y con ayuda de la soga fabriqué una venda improvisada, mientras me la colocaba escuché al bacanal detenerse. Hubo un silencio de unos segundos, hasta que unos gritos de festejo llegaron hasta el último rincón de la nave.
Escuché miles de pisadas en la parte superior del barco, el bullicio se detuvo rápidamente, estaba seguro de que habían abandonado el lugar y me habían dejado sólo. Me levanté, abrí el cerrojo, caminé hasta la proa, y examiné los alrededores del increíble lugar al que había llegado.
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Ciudadela de Sangre
AdventureLa masacre de su tribu causó la muerte de su maestro, armado solo con su arpón, su abrigo y su fe, emprendió un viaje en busca de los culpables, quienes residen en una colosal ciudadela en los confines más recónditos de la tierra. Su travesía dese...