Pieles Falsas

2 0 0
                                    

Con el cuerpo bañado en sudor, el rostro empapado de lágrimas, salpicado de sangre. Los ojos entrecerrados, luchando contra las ganas de desmayarme, contemplaba mi imperdonable crimen. Me levanté y caí nuevamente de rodillas frente al cadáver, su rostro con la boca carmesí y expresión de miedo me conmovió, sólo pudo emitir un bajo "perdón". Hace mucho tiempo me habló el Gyoro sobre un ciclo, el de la violencia y la muerte, quién entrara en él nunca pararía de matar hasta que lo mataran, Ahora yo era parte de ese ciclo, de seguro enviarían a alguien a cobrar venganza, si yo lo vencía, enviarían a otro más y otro más y a otro más, hasta que alguno finalmente me hiciera pagar mi deuda. La idea de tener que asesinar a más personas me hizo vomitar, no podía soportarlo, pensé que tenía las agallas para vengar al maestro, pero con esto se demostró que era demasiado blando. Me ahogaba en la culpa por arrebatarle la vida a otro ser humano, me ahogaba en vergüenza por sentirme culpable de proteger mi vida, y me odié a mí mismo por lo que haría después.

Pedí perdón a todos los dioses por hacerme con las ropas de este hombre, quería hacerme pasar por él hasta llegar a la ciudad o aldea más cercana, se supone que los de mi tribu estaban en buenos términos con los kitaníes pero nadie está en buenos términos con un homicida, mucho menos uno extranjero. Desecrar el cadáver se sentía diferente a hacerlo con los de los saqueadores, pues ellos mataron a muchos inocentes y quemaron mi hogar, este hombre sólo protegía las tierras de su señor, quizá en otra vida el asesinado habría sido yo.

Pese a tener un nudo en el estómago y profundo dolor en el alma, mi arrepentimiento no me detendría. Me dirigí a mis pertenencias, saqué el mapa para colocarlo en el suelo, en él se veía la icónica ciudad manchada de sangre ubicada muy, muy al norte de mi aldea. Un poco arriba de Vaanching pero aún en el sur, estaba la tan afamada ciudad del estrecho, capital de Kitania, ubicada entre el mar de oriente y el de occidente, donde mercaderes y navegantes se abastecían y lucraban. Los jinetes eran belicosos y demasiado vengativos, seguro podría conseguir apoyo de algún burgués o noble menor de la capital que buscara represalias por sus pertenencias destruidas por los norteños, posiblemente me proporcionaran apoyo con algunos caballeros errantes o si tenía suerte una compañía mercenaria. Localicé mi ubicación en el mapa al leer un subtítulo que rezaba "Jardines Reales" con grabados de rosas, se encontraba relativamente cerca de la ciudad del estrecho, a 4 días de distancia en bote.

Preparé mis cosas, la armadura robada pesaba bastante, además me quedaba un poco grande por haber perdido tanto peso, me ajusté las botas ajenas y metí el mapa a la bolsa. En la playa se mecía suavemente mi barco ballenero, las olas estaban bajas y la mar parecía pacífica, no habría contratiempos para llegar a la capital, tristemente, mi adorada nave ya no me pertenecía. Regresando a la costa encontré a dos jinetes, con armaduras idénticas a la que robé, estaban inspeccionando el ballenero.

Tragué saliva, erguí la espalda, saqué el pecho e hice mi mejor intento en poner una "cara de malo" pese a tener un casco puesto, para que aunque sea mis ojos se vieran desafiantes. Hice mi mejor imitación del marchar de un soldado hasta la playa. Al encarar a los demás, con una voz baja y exageradamente profunda dije: "el comandante me encargo confiscar este barco" ... un silencio incomodo se apoderó de la costa, por dentro sentía que me ahogaba "¿No me creyeron? Dioses me llevaran cautivo ¡Me matarán!".  

Ciudadela de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora