Perro, gato, oso

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"Utya porque hablas así? Además... ¿Que comandante está a kilómetros a la redonda?" — Exclamó uno. "Está enfermo Bleda, mira lo pálido que está, seguro esta alucinando" — Añadió el otro. Bleda miro a su compañero — "Oh Sigis, tienes razón. No sé por qué no lo han echado de la guarnición si es un maldito enclenque". "Porque es el "tesoro" del capitán" — Concluyo Sigis. Bleda rio y me miró "Ven tesoro vamos a llevarte al cuartel".

Quizá por suerte o por desgracia, fuí confundido por el hijo consentido de un capitán, me sentí avergonzado al saber que casi me mata un niño mimado y sentí lástima por matar a un joven débil y enfermizo. "No me siento capaz de subir al caballo, por favor cárguenme" — En realidad, yo nunca había cabalgado en mi vida. Bleda exhaló mientras ordenaba a su compañero — "Sigis, súbelo a tu caballo", él se enfadó "Si claro, yo lo lleve la vez pasada, ahora te toca a ti". "¿De qué hablas, tarado? Si yo lo lleve dos veces antes de eso" — Ninguno de los dos quería lidiar conmigo. Comenzaron a discutir. La diferencia escaló y se llegó a los golpes, era evidente que detestaban al tal Utya. Harto de la discusión y asustado de que fueran a descubrir mi identidad, pensé en una distracción. Me acerqué con cautela a la pelea y dije en mi voz rasposa — "Perro, gato, oso". Ambos desenvainaron sus espadas y se alzaron en postura de combate"¿Dónde están?" — Sigis preguntó. "No hay animales salvajes, es un juego. El perro mata al gato, el oso mata al perro y el gato huye al oso. Contaré hasta tres y deben elegir uno de los animales, el perdedor me llevara con él." — Expliqué, ambos parecieron entender. "Uno" — Comencé a contar, los jugadores se miraban mutuamente. "Dos" — Nadie quería cargar con el inútil de Utya así que estaban bajo mucha presión."Tres" — Oso: Grito Bleda. — Gato: Grito Sigis. "Jajaja te ganaste al tesoro, recoge tu premio" — Se burlaba Sigis. "Apúrate Utya " — Bleda gruñó.

Al estar frente al caballo, Bleda me puso ambas manos en las costillas y me alzó como si de un niño se tratase, para luego sentarme encima del equino, del costado del caballo colgaba una bolsa rectangular de casi un metro. Me dejo estupefacto la fuerza del muchacho, debió ser muy fuerte para cargarme, pues yo era bastante robusto pese a perder mucho peso por el viaje. Observé a ambos jóvenes y me sorprendió la anchura de sus brazos, parecían tener muy poca grasa corporal y unos músculos dos veces más grandes que los míos en mi mejor forma física. 

Bleda subió, sujeto las riendas y pateo al caballo con fuerza, se oyó como un golpe seco. El animal corrió enfurecido, fue tan rápido que sostuve firmemente de su pecho para no caer a lo que él respondió en tono burlón "No me abraces que me enamoro". Entre más avanzábamos más se perdía la costa en la infinidad de la pradera y más nos acercábamos a un denso pinar de altos arboles de sombras largas que asemejaban figuras humanas, oscureciendo el paisaje y dándole un aspecto macabro. En sus copas, centenares de monitos nos observaban con curiosidad desde sus nidos de hojas y ramas, estos monos eran distintos a los que ví en mis viajes de altamar por zonas tropicales, estos de aquí eran pequeños y de pelaje negro muy voluminoso, recordaban a pequeños perritos de la nieve. Los más pequeños parecían brincar de pino en pino siguiéndonos, usualmente eran reprendidos por sus madres y llevados a regañadientes devuelta al nido, pero la curiosidad era demasiada y en cada oportunidad escapaban y continuaban correteandonos. Amé ese tramo del bosque pues siempre tuve una debilidad por las cosas pequeñas y frágiles. Entre más nos adentrábamos, menos monos veía y más severas eran las reprimendas de las madres por mantener a las crías en el nido, usualmente pegándoles con ramas. Eso lo tomé como un mal augurio, pues los animales conocen su hábitat mejor que nadie y no quería imaginar que bestia estaban tratando de evadir.

En un punto del recorrido, las sombras cubrieron casi todo el lugar, había escasos rayos de luz que se colaban por una que otra entrada o agujero en las coronas de los árboles. En esa casi absoluta oscuridad escuché un pesado aplastar de hojas a mis espaldas, luego otro a mi derecha y por último un crujir de las ramas sobre mi cabeza. Entre más nos adentrábamos  escuchaba más de esos sonidos, pero por la gran velocidad a la que íbamos, los perdíamos rápidamente. Miré a Bleda quien estaba sudando, la cara se le torno roja y azotaba sin parar al caballo para que fuera más rápido. Me dio curiosidad de saber cómo estaba su compañero, miré hacia adelanta y Sigis, quien antes estaba justo frente a nosotros, ahora se encontraba a más de diez metros y cada vez la distancia se hacía mayor. "Apúrate Bleda, se ve que tienes miedo" — Sigis apenas se oía por lo lejos que estaba. "Cállate, ¿No ves que el tesoro pesa mucho? Lo voy a tener que soltar" — Bleda estaba muy frustrado. "¡No! ¡No, por favor!" — Le dije aterrado, a lo que Bleda respondió con una risa burlona. De repente los sonidos se detuvieron por completo, un silencio se apoderó del bosque entero, Bleda dejó ir un suspiro de alivio, yo me sostuve fuerte de su pecho otra vez, él me propicio una mirada de desprecio. Cuando el bosque queda en silencio es porque un gran depredador está cerca, lo que no sabía es que dicho depredador no estaba solo. 

Ciudadela de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora