epílogo 2

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—Quédate, por favor— pidió Amy con manos en los costados de Laurie cuando él decidió que era hora de irse.

Aquellos ojos verdosos y trasparentes como el agua lo miraban desde su pecho con gran esperanza, casi como una súplica, pero el castaño sabía que no debía; ya era indebido estar a solas con ella y mucho más estar a solas con ella, en una habitación, en la noche, sumando a eso que sí la tía March llegaba a enterarse de la visita nocturna, lo mataría únicamente con la mirada y lo enterraría ella misma a pesar de su condición delicada.

—Quédate conmigo, por favor— dijo esta vez con un puchero en sus labios antes de pegar su cabeza al pecho del castaño.

¿No haría daño si quedaba unos minutos más, verdad?

—Solo quiero escuchar como late tu corazón.

Realmente pensó que era la prueba más difícil que le había tocado y lamentablemente él era un hombre débil.

Laurie le devolvió el abrazo y escondió su cabeza entre los cabellos dorados de ella.

—Solo unos minutos, ya es tarde— respondió mirando el reloj de mesa en el velador.

Y sentía tan malditamente maravilloso. Era una sensación burbujeante que le recorría todo el cuerpo, de arriba a abajo y daba gracias a Dios por permitirle que poder a abrazar a Amy todos los días.

Le acarició el cabello, que caía con gracia sobre su espalda y destacaba con la luz amarilla de los focos y velas.

No podía esperar la hora de estar casado con ella. El tiempo se hacía infinitamente largo, aún que, ni habían acordado una fecha, más que nada por decoro y respeto por la muerte de Beth, ya que, solo habían pasado un par de meses, pero podía imaginarse como sería, lo soñaba cada noche, así como también otras cosas en las que no debía pensar.

Soltó un suspiro y el bajo la mirada para verla.

—Me encanta estar en tus brazos.

Aquellas simples palabras inocentes, hicieron que un leve rubor subiera por sus mejillas y se le erizaran todos los vellos del cuerpo. Se recordó a sí mismo que estaban solos, en una habitación, completamente en privado, pero justamente por eso, la tía March se quedó en la habitación en medio de los dos.

No debía pensar cosas indebidas, pero cuando el calor del cuerpo de la rubia traspasaba las delgadas telas del camisón y la bata de dormir, le era muy difícil, especialmente cuando ella se aferraba a él en un agarre casi mortal, pegando sus cuerpos totalmente, haciéndolo sentir todas las suaves curvas de ella contra él.

Y Laurie era un hombre tan débil.

Sin notarlo hasta que sintió como los dedos de la rubia se metían entre sus mechones oscuros, sus manos viajaron a través de su espalda, retorciendo un mechón rebelde en su dedo con gran delicadeza al mismo tiempo que lo miraba con una gran sonrisa plasmada en sus labios rosados.

Una mano del castaño viajó desde la cintura de Amy hasta el mentón, ahí entre su mandíbula y su cuello, sus pulgares comenzaron a acariciarle la piel sin querer.

Demasiado débil.

Sabía que debía irse, pero cuando los brazos de Amy rodeaban su cuello y le acariciaban la nuca, mientras ella se inclinaba hacia él para cerrar el espacio entre sus labios; simplemente no podía. Había una fuerza mayor y mucho más fuerte que él que lo obligaba a apretarla contra sí y estampar sus labios contra los de ella.

Y cuan maravilloso era. Simplemente su mente no alcanzaba a dimensionar los suaves que eran los labios de Amy March; pero necesita más.

Hay una llama dentro de ella que lo hace querer arder y sin darse cuenta, aquel beso se hizo profundo, desesperado, tal como su estado actual por ella. Reconocía ese estado: un calor subía por su espalda y le recorría todo el cuerpo, pero este era diferente; como abrazar al sol, una nova, porque eso era Amy, el Sol y él giraba alrededor de ella como la Tierra.

FALLING | Amy & Laurie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora