capítulo 7

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El cielo gris la hacia sentirse más triste y pensó en lo mucho que extrañaba el verano, pero al contrario de su hermana, el sol siempre saldría de nuevo.

¿Por qué Dios debía llevarse a los mejores antes de tiempo? Y Beth era literalmente la bondad personificada, la mejor de ellas, no había más que amor y dulzura en su corazón.

Extrañaría verla tocar el piano y estar sentada cerca de la chimenea jugando con sus muñecas.

Cuando se enteró de su muerte, sintió que perdió una gran parte de su corazón y lo que lamentó fue el no haber tenido la oportunidad de decirle adiós. Sabía por su familia que Beth no tenía miedo a morir, porque en fondo ella era la más fuerte de todas, incluso más que Jo, porque esa fortaleza provenía únicamente del amor.

Dejó en su falda la biblia, intentó buscar un pasaje que la confortara, pero se le hacía imposible; su mente retornaba una y otra vez a su hermana mayor.

Tocó la cruz de ébano en su cuello e imploró por el alma de Beth, aún que, sabía que  seguramente estaba en el paraíso, era lo mínimo que podía hacer por ella.

Se secó las lágrimas con la manga y soltó un suspiro. No había cosa que deseara más estar en casa; extrañaba los brazos de su madre.

Oyó unas pisadas en el pasto y las ignoró, seguramente era Matilde con una taza de té. Sintió una mano posarse en su hombro e inmediatamente se dio vuelta para ver quién era, había expresado estrictamente que no quería visitas.

El rostro de Laurie apareció frente a ella y las ganas de llorar aparecieron nuevamente, él la abrazó por los hombros antes de separarse y que se sentara a su lado.

—¿Todavía la usas?—preguntó mirando la cruz sobre su pecho.

Asintió con la cabeza y la vergüenza afloró en ella, evitó mirarlo y se enfocó en la biblia entre sus piernas.

—Cuando tenía unos...— dijo Laurie e hizo una pausa para tomar la biblia— cinco o seis años, mi abuelo materno murió y recuerdo que mi madre me leyó un versículo que hasta hoy recuerdo— habló mientras pasaba las páginas—. ¿Quieres que te lo lea?

—Bueno—respondió.

—“Él enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado" —citó con voz solemne— citó—. No sé lo que es perder a una hermana, pero créeme que comprendo tu dolor, Amy y quiero que sepas que siempre tendrás mi hombro.

Sintió el impulso de abrazarlo y así lo hizo, después de todo, viajó para acompañarla. No podía enojarse con él.

—Beth era la mejor de nosotras— dijo luego de que se separaran.

Laurie unió sus manos y sus pulgares comenzaron a trazar círculos sobre su piel. Un leve sonrojo apareció en sus mejillas al recordar como la estrechó contra él y la consoló mientras lloraba amargamente.

Las dudas sobre su amor se iban desapareciendo poco a poco, con lentitud, pero con el paso de los días, las actitudes y gestos del castaño la iban convenciendo.

Evitó su mirada y se fijó en el pasto, sintiéndose culpable por pensar en otra cosa que no fuese Beth.

Oyeron un carraspeo detrás de ellos y Amy inmediatamente soltó las manos del castaño y distancio ligeramente sus cuerpos, instaurando lejanía.

Matilde dejó la bandeja de plata y se retiró en silencio cuando ella le expresó un corto "gracias".

—¿Quieres café?— le preguntó Amy, escuchando su corazón latir en con fuerzas en sus propios oídos.

—Sí, por favor—respondió Laurie con una medie sonrisa.

Se inclinó y sirvió la bebida caliente en las tazas, con una de azúcar para Laurie y con leche para ella, se la ofreció y se estremeció al sentir los dedos del castaño tocando los suyos al recibir la taza.

Trató de no mirarlo con todas sus fuerzas y se concentró en el café dando vueltas en el interior de la taza, pero el color de la bebida le recordó sus rizos y nuevamente sintió un ardor en sus mejillas.

Sintió el suave toque familiar de la mano de Laurie sobre su espalda, trazando círculos sobre sus omóplatos.

—Nunca te pregunté porque no trajeron a Ester con ustedes—dijo Laurie dejando la taza sobre sus rodillas.

—No sabes lo que me hubiese gustado recorrer París con ella, pero no quiso—respondió Amy mientras dejaba la taza en la mesa de café—, dijo que estaba muy cansada para un viaje así.

—Matilde parece ser igual de buena eso sí.

—Le tengo tanto cariño como a Hannah y Ester. Es una mujer muy noble.

El asintió.

Había una incomodidad y tensión evidente entre ellos y Laurie no sabía como tratar a Amy puesto que mostraba cerrada hacia él.

—No me voy a casar con Fred—dijo ella repentinamente y din dejar de mirar la taza—. Yo simplemente no lo amaba como debería ser.

—Escuché sobre eso.

—No fue por ti, sino por mi misma y tu no tienes la obligación de decir o hacer nada—dijo con voz firme pero sin mirarlo a los ojos—. Lo hice porque no lo amaba como debía y no necesitamos hablarlo, sé que no viniste aquí...

—Te amo— la interrumpió.

La confusión se reflejaba en el rostro de la rubia mientras que su tía y Matilde miraban desde adentro como el castaño le tomaba de las manos y hablaba con más seguridad de la alguna vez demostró.

—Más que todo y cualquiera en este mundo.

—Pero...

—Necesito que sepas que no viaje solamente para acompañarte en tu duelo, Amy, o sea, sí, pero estoy dispuesto a ser lo que tú quieras contigo—dijo acariciando sus manos—, ya sea, como amigos o algo más. Pero ten en cuenta que te amo, realmente te amo.

Amy aún no termina de procesar las palabras, solo podía observar sus manos unidas.

—Eres la primera en todo, en mi corazón y ojos, y no tienes que aceptarme, pero te amo, Amy March.

Una mano del castaño viaja hacia su mentón y la obliga a mirarlo. Ambos se miran a los ojos y él siente la necesidad de cerrar todo espacio entre ellos.

—Te amo, Amy—repitió una vez más.

Algo dentro de ella quería llorar, eran demasiadas cosas juntas: el suave tacto de sus dedos sobre su piel, su pulgar acariciando las comisuras de sus labios, la manera en que la observababa y trataba de llegar hasta el fondo de su alma, además de aquellas palabras que nunca esperó oír de los labios de él.

Y fue ahí cuando finalmente los labios del castaño se estamparon con urgencia contra los de ella, dejándola unos segundos paralizada para luego aceptar el beso, y era simplemente maravilloso. No hubieron mariposas, ni fuegos artificiales, sino que hubo burbujas reventando en su corazón que le tomaban el oxígeno de sus pulmones. La otra mano de Laurie pasó serpenteando desde sus piernas hasta afianzarse en su cintura y apegarla a él, sin embargo, el se retiró violentamente y se levantó quejándose.

Parte del café se calló sobre sus piernas y otra gran parte sobre su torso, mojando y quemando la piel del castaño.

Rápidamente ella trató de ayudarlo, pero un grito de la tía March la detuvo.

—Mejor voy al baño—dijo Laurie sosteniéndose el chaleco y la camisa con un pañuelo, pero con una sonrisa de oreja a oreja.

FALLING | Amy & Laurie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora