capítulo 4

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Durante el trayecto hacia un destino desconocido para ella, se sintió incomoda. Veía como Fred hablaba con entusiasmado sobre algo, pero un sonido sordo llenaba sus oídos y su corazón regresaba una y otra vez a Laurie.

¿Por qué su mente tenía que torturarla siempre?

Sintió la mano de Fred posarse suavemente sobre la suya y mirarla directamente a los ojos con genuina preocupación.

—¿Te encuentras bien, Amy? Estas algo distraída hoy, ¿hay algo que te preocupe?

Toda la culpa recayó en ella. Las dulces palabras de Fred y su tono cálido la hicieron sentirse más culpable por estar pensando en otro hombre.

—Sí— contestó—, solo estoy pensando en mi familia.

—No te preocupes, ellos deben estar bien.

—Estoy segura que sí, pero eso no quita el hecho que los extrañe mucho.

—Los volverás a ver, Amy. Ellos seguían ahí mismo y cuando llegues los abrazaras con fuerza.

Ella asintió con una leve sonrisa.

—¿Te gustaron las flores? Yo mismo las escogí para ti— preguntó luego de unos segundos de silencio.

Claro que le habían gustado. El ramo abarcaba casi la mitad de la mesa redonda de la entrada y era casi tan alto como un pequeño busto. Las flores de tonalidades rosadas combinadas con blanco y rojo decoraban el aparador de su habitación y era un constante recordatorio de que Fred era quien debía ser su esposo.

—Son muy hermosas, muchas gracias, Fred—dijo tímidamente.

El le besó la mejilla y quedó paralizada por un momento.

Esos no eran los labios que ella quería sobre su mejilla, lo sabía muy bien, pero no podía simplemente aceptar ser el segundo plato de Jo.

Sí la amaba tanto como para escribir canciones para ella, ¿por qué no venía y le pedía quedarse con él?

Quizá fue solo una confusión del señor Laurence y la hacia sentir peor. Quizá aquella maravillosa canción no era para ella.

Un horrible dolor en el pecho se instaló dentro de la rubia y ella solo asentía a cada cosa que Fred decía.

No quería hacer nada más que llorar.

En algún momento el carruaje se detuvo y el rubio la ayudó a bajar, le tendió el brazo para comenzar a caminar por los hermosos jardines que aún consevaban ese color verde que no hacía nada más que recordarle los ojos del castaño.

Lo escuchó hablar sobre Londres, sobre las máquinas de imprenta y cómo ansiaba manejar el negocio de su padre.

El día gris sobre ellos se extiendía mientras caminaban lentamente admirando el paisaje.

Ella sabía no serían una mala pareja, tenían varias cosas en común y era un hombre decente para tener hijos con él.

¿Pero por qué su corazón no cooperaba con ella? De alguna u otra manera, en su mente solo se repetía la frase de Laurie ese magnífico día soleado donde todo se arruinó. Era casi como una súplica.

Se sentaron cerca de un estanque.

Amy miró el agua pacífica con algunos nenúfares sobre el agua y flores acuáticas.

No debía ser egoísta.

—Me alegro de oír que todo va bien. ¿Cómo ha estado tu familia?— preguntó ella girándose en su dirección.

—Todos muy bien, mi hermana te extraña especialmente y tiene una niña hermosa.

—¿Es la primera cierto?

FALLING | Amy & Laurie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora