Capítulo 4

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- No sabía que tenía esas habilidades, Señorita Andrea.

La voz de la madre de Gonzalo los saco del trance, dio unos pasos sútiles alejándose de su amigo. Muestra una sonrisa algo nerviosa mientras regulaba sus pensamientos antes de responder algo.

- A mi querido padre le gustaba la música. - Dijo, aquello no era mentira, es más su padre era conocido por ser un músico. - Por ello, estoy incursionando las Artes.

- Es ciertamente sorprende como ha logrado tocar una pieza como esa. - La señora la algaba, siendo interrumpida por el señor que anteriormente le había pedido ayuda a su amigo.

- ¡È meraviglioso! (¡Es maravilloso!) - El señor se acercó a ellos aplaudiendo vivaz mente. - Suoni in modo incredibile, signorina. (Usted toca increíble, señorita)

- Apprezzo le sue parole, signore. (Aprecio sus palabras, caballero) - Responde ella inclinando levemente su cabeza. - È un onore poter soddisfare le vostre orecchie. (Es un honor poder complacer sus oídos)

Lo había conseguido. Era el centro de atención y eso era lo que su madre deseaba, la gente se acerca, dando comentarios atinados con respecto al tema y unos otros tratando de retarla con piezas imposibles.

[...]

Agradecía haber encontrado un pequeño balcón sin gente, quería encorvar su figura y sacarse por instantes los zapatos de tacon. Baja por las gradas del balcón, para poder adentrarse en un encantador jardín. Se acerca a los bancos cercanos a la pileta y toma asiento, mira a sus alrededores y decide quitarse esos molestos zapatos.

Sus dedos sienten el largo césped y ríe, en su casa no podía hacer eso; siente cosquillas y siente como su piel se vuelve una con el césped y la tierra mojada. Deja los zapatos en el banco y empieza a andar, mueve sus pies sin algún sentido hasta que se da cuenta que esto podría ser alguna clase de baile nuevo creado por él. Se mueve con gracia y elegancia, como si de ballet tratase, empieza a dar vueltas y choca con el pecho de alguien.

- ¡Perdón! - Se disculpa apresuradamente, recuerda instantáneamente que no trae esos zapatos molestos.

- Tranquila, Andrea. - Dice entre risas su amigo, mejor dicho, mejor amigo.

- Ari malo. - Dice, haciendo un puchero. - Me asustaste.

- Lo lamento pero me dió gracia verte bailar
así.

Andrés frunce el ceño y se acerca al banco donde descansaban sus zapatos de tacón, la planta de sus pies estaban llenos de barro y alguna que otra pequeña piedrita que no sentia; sujeta la basta de su mono y se acerca a la pileta, donde limpia sus pies.

- Tu madre te está buscando. - Andrés susurra algo inaudible. - ¿Ha pasado algo?

- Si, no, no sé.

- Tranquila, pequeña. - Dice abrazándolo, pone su barbilla sobre su cabeza, agradecía la diferencia de altura. - Sólo respira.

- Te vas a ensuciar.

- Me importa poco.

[...]

Parece que los rumores se expanden a pasos gigantes. Pues las fotos de él acompañado de Gonzalo en aquel jardín fueron difundidas tan rápido como su pequeño espectáculo con el piano.

Su madre había mandado a callar al sujeto que difundió aquella foto, mientras que Andrés ahora estaba encerrado en su habitación, castigado a causa de esa foto. Aquella señora que se encargó de darle traumas y miedos hasta este instante, estaba que ardía en cólera.

- No puedo creer que algo así haya pasado. - Volvió a repetir, caminando de un lado al otro. - ¿Por qué tenías que salir? ¿Por qué ese niño tuvo que seguirte?

Estaba cabizbajo y en silencio, tratando de encontrar alguna solución rápidamente para que la dignidad de su apellido no se viera afectada. Su cabeza daba vueltas, estaba cansado, ya no podía más. ¿Por qué los problemas lo perseguían?

- Tengo que hablar con la familia Coronel, tenemos que solucionar esto. Su hijo va a manchar tu nombre. - Leonor estaba despeinada, sus manos iban a sus cabellos jalándolos para luego rascar sus manos frenéticamente, un tic que tenía desde antes de casarse. - Por mientras, te quedarás aquí, en casa. - Andrés asintió apretando sus manos. - Tienes prohibido salir. Nadie puede salir ni entrar sin mi permiso.

- Si, madre.

- Necesitas un guardaespaldas. - Dijo rotundamente, sacando su celular buscando algún contacto que le sirviera. - Contrataremos uno, que este las veinticuatro horas del día y los siete días a las semanas detrás tuyo.

- Pero..

- Pero nada. Con esta barbaridad, tu reputación se va a ver afectada, suficiente tengo cuando preguntan por Andrés. - Sus palabras fueron mucho para él, sus ojos se llenaron de lágrimas, odiaba ser tratado como una mujer pero no podía refutar nada. - Mañana vas a tener a tu guardaespaldas y hasta que la familia Coronel no se haga presente ante el suceso no saldrás.

Su madre salió la habitación, dejando ver cómo el mayordomo se hacía presente con un tazón de cereales y un vaso de leche para que desayunará. Lo dejó sobre su escritorio para luego dejarlo solo, nuevamente.

Sus sollozos invadieron la habitación, le lanzó a su cama a llorar. Esperaba que su cuerpo se deshidratara a causa de tantas lágrimas, también quería que su mente olvidará todo lo que su madre le decía. Deseaba que en ese accidente hubiera fallecido con su padre para no vivir todo lo que vivía, seguro donde fuera que estuviera su padre estaría mejor, podrían jugar fútbol o hacer carreras largas para sus piernas cortas y cortas para las piernas largas de su padre.

Quizás debería dormir para siempre, ese era un pensamiento recurrente para su corta edad, era mejor que recibir clases de postura y caminata para actuar como señorita o pasar tres a cuatro horas con un estilista para que su cabello rizado perdiera el frizz.

Sus ojos se cerraban lentamente, tenía sueño y esperaba no despertar.

[...]

- Lo siento, no fue mi intención. - Volvió a repetir, con la cabeza abajo y su mirada desesperada. Su padre lo miraba furioso mientras que su madre trataba de evitar que su esposo golpeara a su hijo.

- ¡¿Sabes lo difícil que va a ser evitar que pidan su mano?! - Volvió a gritar, golpeando el bastón con el suelo de madera. - Ni el dinero que tenemos va a solucionar esto.

- Disculpame padre, pensaba que no había nadie ahí. Encontrarme con Andrea fue una coincidencia.

- Son unos niños, deberían de dejarlos en paz. - Comentó su madre, levantándose de su asiento. - Deja a Ari en paz.

El señor frunció el ceño y giro su rostro, sintiendo como su esposa e hijo salían del Salón. No sabía cómo solucionar el problema y esperaba el momento en que Leonor se hiciera presente para acordar algo.

OBLIGADO A SER MUJERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora