5. Laberinto

11 1 0
                                    

Confundida, rodeada de escombros y cansada... Sobre todo cansada. No podía levantarse ni ver con claridad su entorno y menos aún distinguir sonido más allá de una alarma estruendosa y gritos agudos que apenas alcanzaba a distinguir.

—¡Levántate! —ordenó una voz lejana— ¿Estás bien?

—Supongo —respondió alguien con tono apagado.

—Rápido, quítale esa cosa en la oreja antes de que despierte; no estoy dispuesta a escucharlo de nuevo. Yo iré por Klee.

—¿Por... por mí?

Una pequeña figura se acercó a Klee, quién, inconscientemente, escondió su rostro con sus manos.

—Me llamo Sayu —se presentó con toda la calma que pudo— y ella es Qiqi. Vinimos a rescatarte.

—¿Enserio? —preguntó con miedo e incredulidad.

—Sí, y no estamos solas: Vinimos con la Arconte Dendro, y también Diona.

—¿¡Diona!?

Kusanali interrumpió la plática.

—Chicas, no es por arruinar el momento, pero un gran contingente de Fatuis van hacia su ubicación. ¡Tienen que huir!

—¿Pero a dónde? 

—Encuentren un modo de llegar al tercer piso: ahí hay otro almacén abandonado: encuentren cualquier escalera, y una vez lleguen al tercer piso, busquen pasillos con ventanas y vayan hacia el norte. El punto de encuentro está en una largo pasillo con luces defectuosas; el único pasillo que las tiene. Con suerte nos vemos allá; corto comunicación.

Se empezaron a escuchar gritos a lo lejos.

—¡Ahí están!

Arlecchino se acercaba corriendo junto a un gran grupo de soldados, pero Kusanali les cerró la puerta de golpe.

—¡Largo de aquí! —gritó antes de dejar la mayoría de puertas abiertas y descomponer el panel de control. Una vez hizo eso, se metió a toda prisa a los ductos de ventilación.

Qiqi cargó a Klee, y junto a Sayu, empezó a correr por la otra salida, recorriendo los pasillos buscando con desesperación una escalera o cualquier camino que fuera hacia arriba mientras trataban de esquivar los disparos de los guerrilleros fatuis y a todos los soldados que aparecían frente o cerca de ellas, obligándolas a desviarse.

—¡Atrápenlas!

—¡Están frente a mí!

—¡¿A dónde se fueron?!

Vagaron sin rumbo por toda la instalación hasta que lograron divisar unas escaleras de emergencia que las llevaron al segundo piso, pero Arlecchino les pisaba los talones, encontrándose muy cerca de ellas; al punto que podían escuchar las órdenes que les gritaba a sus subordinados. Y tuvieron la muy mala suerte de casi topársela casi de frente en un pasillo.

—¡Las encontré! —gritó al ver a Qiqi y a Sayu, quienes gritaron de miedo y corrieron en la dirección opuesta.

En un intento de retrasar a Arlecchino, Sayu empezó a tirar en el pasillo cuenta cosa pudiera tomar: papeles, cajas, macetas, floreros, portarretratos, cuadros... Hasta que encontraron una gran alacena.

—¡Qiqi, tirará al frente!

Ella acató la orden, dejando a Klee en brazos de Sayu y empujando el mueble de tal modo que quedó atravesado en el pasillo y le impidió a Arlecchino saber si habían seguido de frente o habían girado hacia la izquierda, pero ninguna de las anteriores era cierta, pues se habían escondido en la habitación de la derecha y gracias a que la Fatui se barrió para cruzar la alacena a toda velocidad, esta no logró percatarse.

Una vez lograron perderla, volvieron a recorrer sin rumbo los pasillos hasta que por fin dieron con unas escaleras que las llevaron al siguiente piso, y al llegar , siguieron las instrucciones de Kusanali. Durante el camino, se toparon con Dori, quien se tuvo que separar de Diona por culpa de un grupo de soldados Fatui; pero les aseguró que ella estaba a salvo y en camino al punto de encuentro.

Dori las guio hasta un pasillo que era exacto al descrito por Kusanali, y de ahí, tuvieron que caminar un poco más hasta encontrar una puerta al final del todo. Por fin habían llegado a una zona segura.

Mientras se reagrupaba, en la sala de maquinarias, un aturdido Dottore despertó.

—¿Qué ha ocurrido? —se preguntó en voz alta, recordando de poco a poco.

Un soldado Fatui se acercó a él.

—Señor Dottore, la situación está en caos absoluto: Arlecchino ha perdido el rastro de esas niñas y la sala de control está inutilizada; no podemos garantizar la contención de los objetivos.

—Reúne un grupo de soldados en las afueras —ordenó con rabia—: tenemos que encontrar su medio de transporte.

—La señorita Arlecchino no está dejando salir a nadie.

—No me interesa lo que diga ella: esta operación es de alto secreto; no es de su incumbencia y debe permanecer al margen. Nuestro objetivo es la Arconte Dendro, el resto de esas niñas pueden morir sin ningún problema.

Dottore se quedó atrás, pensando en todas las posibilidades que tenía a la mano. Estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de atrapar a la Arconte, aún si eso implicaba tener que quistarse de medio a Arlecchino. Solo esperaba que las cosas no se enredaran más de lo que ya estaban.

El gran rescate de Klee (#PGP2023)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora