7. Piezas clavadas

16 1 2
                                    

El edificio estaba en alerta máxima, con Arlecchino reuniendo a todos los soldados posibles y registrando tantas habitaciones como se pueda, pero en cierto momento empezaron fuertes estruendos: primero en la zona norte, después en el oeste, luego casi encima de ella, hasta que, por la rejilla de ventilación, se oyó algo rebotando. Un soldado Fatui se acercó a investigar, solo para ser recibido por una potente explosión que lo mandó a volar por los aires.

—¡Señorita Arlecchino! —gritó un fusilero a lo lejos— ¡Están en el segundo piso!

Otro potente estruendo sacudió la estructura.

—¡Pues atrápenlas!

—Señora... están atravesando las paredes.

Un terremoto ocurrió y esta vez apareció un enorme boquete en el techo, del cual saltó todo el equipo de Kusanali con Klee capitaneando. Empezaron a correr mientras lanzaba todas las bombas que tenía a su disposición: bombas saltarinas, minas especiales, un potente ataque que destruía la piedra y pequeñas chispas que las ayudaban a confundir a sus perseguidores.

El grupo avanzaba a toda prisa tras Klee, haciendo su mejor esfuerzo por esquivar los escombros que iban dejando y las balas de los Fatui, los cuales eran incapaces de frenar su avance, logrando llegar hasta la entrada del edificio: una pesada puerta de acero reforzado, la cual logró aguantar la gran mayoría de las bombas de Klee.

—¡¿Y ahora por donde?! —gritó Sayu con desesperación.

—¡Todas atrás y cierren sus ojos! —gritó Klee mientras lanzaba un explosivo distinto: una enorme pelota hecha a imagen y semejanza de Dodoco.

Aquel objeto se estrelló contra la puerta, detonando con tal fuerza que hizo volar por los aires toda la fachada, incluido un balcón y algunas columnas.

El grupo quedó anonadado ante el destrozo ocasionado por aquella detonación.

—¿A cuánto vendes esas bombas? —preguntó Dori con asombro.

—¡Ahí están! —se escuchó a lo lejos, seguido por varios disparos al aire.

—Luego discuten eso, hay que irnos —dijo Sayu mientras sacaba de su ropa unos pequeños frascos.

—¿¡Tú también usas bombas!? —preguntó Klee con ilusión.

—No son como las tuyas. —Sayu rompió el frasco y lo tiró al suelo. Una nube de humo comenzó a expandirse por los alrededores—. Hora de irse.

El grupo empezó a correr hacia la ruta que habían usado para llegar mientras esquivaban disparos y proyectiles tirados aleatoriamente. El humo retrasó a los Fatui lo suficiente como para que ellas pudieran sacarles ventaja y llegar al camino que las conduciría hacia su embarcación.

Cansadas y con las piernas adoloridas, lograron llegar a la costa solo para llevarse la desagradable sorpresa de que su medio de transporte había desaparecido.

—¡¿Dónde está nuestro barco?! —preguntó Kusanali con temor.

Una voz burlona respondió aquella pregunta

—Su barco acaba de partir, me temo que tendrán que volver a comprar su boleto.

El grupo volteó, encontrándose casi de frente con Dottore y un enorme batallón de fatuis, los cuales se apresuraron a rodearlas mientras les apuntaban todas sus armas.

Dottore comenzó a caminar alrededor de ellas con una sonrisa triunfante y empezó a improvisar un monólogo.

—Inocentes palomillas, tan cerca de la libertad solo para al final ser traicionadas por esta. Desde que pusieron un pie en este lugar debieron de prever que yo ganaba en todos los finales posibles... Pero trataron de aferrarse a su confianza y perdieron.

El gran rescate de Klee (#PGP2023)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora