4. Jaque al descubierto

18 1 0
                                    

A Qiqi y Sayu les correspondía la tarea más compleja: infiltrarse en el bloque de celdas y sacar a Klee. Durante todo el camino fueron guiadas por Kusanali sin casi platicar, pues ninguna de las dos era muy expresiva y menos tenían algo que contar.

—¿Ustedes no platican mucho? -preguntó Kusanali intentando romper el hielo.

—No —respondió Qiqi con inexpresividad.

—Yo no suelo tener muchas pláticas —admitió Sayu—: mi maestro me dijo que no debo de hablar de más en las misiones, pues se me podría escapar algo importante.

Kusanali prefirió no insistir más y seguir adelante, pero en el fondo se sentía incómoda, pues le recordó al ambiente de su región: muy directos y con pocas o nulas emociones. Le inquietaba, pero tenía que dejarlo de lado.

—¿Kusanali? —preguntó Sayu, contándole sus pensamientos— Ya estamos en el bloque de celdas, ¿Ahora qué?

—¿Ahora qué...? —balbuceó Kusanali antes de recuperar la compostura— ¡Ah, claro! Escuchen: la celda de Klee se encuentra casi en el centro, y la complicación está en que los bloques de celdas son pasillos largos, por lo que tendrán que ser muy astutas para evadir a los guardias.

—¿Qué guardias? —dijo Qiqi.

—¡Aquí no hay nadie! —gritó Sayu, tratando de llamar la atención de alguien, pero ningún soldado apareció.

—¡Eso es imposible! —afirmo Kusanali— Vayan a la celda de Klee, de inmediato.

Ambas se apresuraron a seguir la orden. Forzaron una de las puertas de metal y entraron a una de las celdas.

—¡Está vacía! —dijo Sayu con miedo.

—Salgan de ahí, voy a revisar el resto del edificio.

Kusanali comenzó a buscar pistas o alguna solución, pero no encontraba nada, y se estaba comenzando a desesperar. Por su parte, Sayu decidió inspeccionar la celda, buscando algún indicio o lo que se que les pueda ayudar

—Mira la entrada. —Sayu tomó una pequeña tela del suelo—. Hay pequeños pedazos de ropa: alguien fue arrastrado sin cuidado alguno. Debemos seguirlo.

—Pero, ¿qué ocurre con Kusanali?

—No debemos depender de sus órdenes. El señor Kamisato me enseñó que, a veces, hay que ignorar las reglas y seguir tus instintos. ¡Vamos!

Sayu y Qiqi abandonaron la celda y empezaron a seguir los trozos de tela tan rápido como podían.

—Oigan, ¿¡A dónde van!? —preguntó Kusanali.

—Estamos siguiendo una pista —respondió Sayu.

El rastro continuo unos metros más hasta llegar a una puerta blindada custodiada por varios guerrilleros Fatui. Ambas se escondieron en una esquina sin iluminación.

—¿Qué es este lugar y como entramos? —cuestionó Sayu a Kusanali

—Se supone que es una sala de maquinaria —respondió pensativa—. En la habitación frente a ustedes hay una cinta transportadora que las debería llevar dentro.

Siguiendo las instrucciones, encontraron la cinta y avanzaron, pero a medio camino Sayu se detuvo.

—¿Qué ocurre? —dijo Qiqi.

—Siento que vamos a caer en una trampa —admitió con incomodidad— Tenemos que encontrar otra alternativa, solo para estar seguros. «Piensa mal y acertarás», diríamos en Inazuma.

—¿Cómo eso de ahí?

Qiqi señaló un espació hueco en el túnel de la cinta y ambas hicieron su esfuerzo para subir juntas. Aquel agujero las llevo a una especie de respiradero, encontrando frente a ellas había una serie de rejillas, por lo que decidieron ver a través de ellas.

La sala de maquinas resultó ser un cuarto de interrogatorio iluminado por un enorme candelario de plata, el cual colgaba de una enorme máquina. Klee se encontraba en el centro, desmayada, vistiendo unos harapos blancos y rodeada por una gran cantidad de soldados Fatui, los cuales apuntaba a la salida de aquella cinta transportadora con algo de nerviosismo.

—Lo suponía —susurró Sayu— Ahora, hay que liberar a Klee, ¿pero como lo haremos?

Ambas alcanzaron a ver un detalle: la máquina de la colgaba el candelabro se mantenía fija al techo gracias a unos soportes de dudosa calidad; soportes a los que se podía llegar a través del espacio hueco en el que estaban. No hizo falta decir nada, pues se encaminaron hacia su nuevo objetivo mientras escuchaban las pláticas de los Fatuis.

—¿De verdad van a aparecer unas niñas por ahí? —cuestionó uno de los soldados— ¡Son tan ridículas las ordenes de Dottore!

—¡Silencio! Si te escuchara decir eso, estarías muerto.

—Y muy pronto lo estará... —respondió una voz profunda.

De una entrada en el extremo contrario apareció con aires de grandeza y una sonrisa de oreja a oreja un hombre alto, de cabello corto y una mascara cubriendo la mitad de su rostro, vestido de un traje blanco con una capa grisácea que llegaba al suelo.

—¡Señor Dottore!

Sayu y Qiqi se detuvieron al escuchar ese nombre, pues les pareció importante preguntarle a Kusanali quien era él.

—¿¡Dottore!? —dijo con miedo— ¿Él está aquí?

—Mi querida Arconte, yo siempre estuve con ustedes —escuchó todo el grupo a través de su Terminal. Kusanali se horrorizó en el acto, Diona y Dori no sabían como reaccionar mientras que Qiqi y Sayu permanecieron calladas—: ¿De verdad creyó que todo esto era casualidad? La playa sin patrullas, la grieta que no encontramos, la poca vigilancia de los pasillos, que la señorita Diona haya podido comunicarse con usted contra todo pronóstico, el propio secuestro de Klee.

» Todo era parte de una compleja red de engranes. Y he de decir que salió mejor de lo esperado. Qué desafortunada es su presencia y la de sus amigas; y todo por querer ayudar a una completa desconocida. Su bondad excesiva le costará caro, y esta vez, ni todo el conocimiento del mundo la salvará.

Diona y Dori comenzaron a escuchar una gran cantidad de pasos acercándose a su posición, obligándolas a esconderse en un armario. Al mismo tiempo, comenzaron a tocar la puerta de la sala de control, ordenando que la abran inmediatamente.

—Señorita Kusanali, entréguese por las buenas y prometo que dejaré libre a sus queridas amigas.

—Promesas vacías viniendo de alguien como usted —dijo Kusanali con rabia y miedo, miedo de que los golpes en la puerta la echaran abajo.

Dottore comenzó a reír de forma escandalosa, lastimando los oídos de Diona y haciéndole sentir más aterrada de lo que ya estaba. Pero aquello fue interrumpido por Sayu, quien habló con irá

—Ya cállese la boca de una buena vez.

—¿Y qué piensas hacer para detenerme, pequeña? —preguntó desafiante.

—Quédese quieto y observe.

En la sala se empezaron a escuchar unos ruidos metálicos muy fuertes, algo que inquieto a los soldados y al propio Dottore, quienes voltearon al techo solo para ver como la enorme máquina y el candelabro se les caía encima de ellos, destruyendo una gran parte del suelo y activando todas las alarmas del orfanato.

Arlecchino estaba revisando papeleo cuando empezó a sonar la alarma y personal del orfanato apareció en su puerta.

—Mi señora, la sala de Maquinaria fue comprometida —advirtió un empleado.

—Señora Arlecchino, la celda de la prisionera está vacía.

—¡Alerten a todo el personal! —gritó Arlecchino, saliendo a toda velocidad de su oficina— ¡Quiero a todas las unidades disponibles en movimiento! ¡Aseguren todas las entradas y salidas de inmediato!

El gran rescate de Klee (#PGP2023)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora