Las cálidas manos de la inocencia
lo arrastraban hacía el infinito vacío,
de su ya moribundo corazón,
y lo obligaban a recordar
lo dulce de los aullidos sofocantes que ella le daba.La rabia, el cólera, la peste, incluso la reciente enfermedad
él creía tener de todo,
pero sus venas eran más puras que su corazón,
Era eso, estaba enfermo de amor.Su cabello, gran éxtasis del amanecer,
el brillo de sus ojos, más grande que el de la Luna,
su sonrisa, el único río al cuál quería arribar para después perderse,
Pero era más invisible que una flor en invierno.Esperaba tomar su mano,
Y no dejarle caer
sin embargo,
lo peor había acabado.De las lágrimas y los anhelos
de los cuales viviría hasta ese inhóspito momento.
Maldito ese momento,
malditas las lágrimas de desesperación que lo invadían.El sentirse inútil,
desgraciado,
sin amor ni cura,
sin fortuna ni piedad.Con un egoísta sentimiento de soledad
que lo llenó hasta que expiró,
la vida se había ido de sus ojos,
ya sin ese brillo, ya sin ese amor divino,Ya sin la esperanza de ver ese hermoso crepúsculo.
Pero su espíritu jamás murió se quedo vagando,
como cualquier mortal,
vagando en busca de ese desesperado deseo: encontrarla.