𝗖𝗮𝗽.𝟭: 𝙼𝚒𝚌𝚑𝚒𝚔𝚘

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[02/05/2050]
Isla Kyushu, Japón.
Prefectura de Fukuoka.
Ciudad: Kitakyushu.

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-Hey niña, despierta.

Abrí los ojos al oír esas palabras.
Lo miré, era una de esas personas que siempre me despertaba para ir a la sala de "juegos".

Claro que antes me daban un desayuno, como decían, sin energía suficiente nadie puede "jugar".

Un pan tostado con aceite y azúcar, a su lado un café.

-Se supone que los niños de mi edad no deben tomar café- Lo observé y me miró con una sonrisa.
-Para tener 10 años estás muy espabilada... Tranquila, el café es para que te mantengas despierta más horas, una vez a la semana no te hará daño... A ti seguro que no- Dijo.

Mantenerme despierta, se a lo que se refería, cuando me lleve a la sala de "juegos" me pondrán inyecciones y medicamentos, seguramente también me harán cortes.

No es algo nuevo, desde que tengo uso de razón paso por esas cosas, todos los días.

Lo veo algo normal, algo común en mi día a día.

Todos los niños que hay aquí exageran, tampoco duele tanto.

Además 𝐩𝐚𝐩𝐚́ es muy bueno con nosotros, cada vez que salimos de esa sala nos da dulces.

Muchos niños intentan escapar, dicen que extrañan a sus padres, no lo entiendo, si solo tenemos un papá y siempre está con nosotros.

Terminé de desayunar.
Le agarré la mano a ésta persona para que me llevase a la sala.

Yo observaba el lugar.

Niños corriendo.
Niños llorando.
Niñas sangrando.
Niñas gritando.

Muchas personas se veían por los largos pasillos, caminaban con prisa.
Hombres y mujeres con batas blancas, como la de los médicos.
Entrando en diferentes habitaciones cada 15 minutos.

Minutos cruciales, en los que se podía observar cuántos niños pequeños soportaban los medicamentos, inyecciones, cortes, mutilaciones.

Pequeños cuerpos que utilizaban para experimentar, para obtener al humano perfecto.

Un humano con mucha inteligencia y fuerza.

Un humano capaz de destruir.

Un humano incapaz de sentir.

Un humano que no haga preguntas innecesarias, que analice, que observe, que actúe.

En un gran edificio, de 50 plantas, observarás a miles de niños entrando y miles de niños muriendo.

Es lo normal, todos los días.

Cuando llegué a la sala de "juegos" papá me estaba esperando con una gran sonrisa.

-Papá- Lo miré.
-¿Estás preparada hija?
-Siempre lo estoy- Le dije mirándolo a los ojos.

Me tumbaron en una camilla, boca arriba, me ataron los brazos y piernas.

Completamente inmóvil.

No estoy asustada.
Ni tengo miedo.

Vi como una mujer se acercaba con una aguja.

Es lo típico, una inyección para ver si mi cuerpo aguanta el veneno.

Al inyectar, el brazo al principio suele hincharse y dormirse.
Es raro, sientes un cosquilleo.

Empiezo a tener muchas náuseas y a tener arcadas.

Me desatan y me ponen de lado.

Pero no llego a vomitar, se me pasa a los minutos.

El Último ExperimentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora