El espejo

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El aspecto de la casa era bastante agradable, pensó Gisela Arreola. Sus ahorros se habían ido en el alquiler de esa casa, la mujer era una madre soltera de un pequeño niño que se llamaba Brian, cuya edad era de cinco años. La casa estaba ubicado en el barrio de Morón, en la provincia de Buenos Aires, Argentina, por supuesto que la vivienda tenía algunos detalles pero no eran nada graves.

Los padres de Gisela llegaron un poco después para ayudarla a organizar y armar algunos muebles mientras el niño exploraba las habitaciones de la casa, no tenía jardín. Estaba contento ya que su mamá le había dicho que tendría un cuarto para él solo, algo que le alegraba mucho porque en casa de sus abuelos, el niño compartía el cuarto con su mamá.

El niño estaba en el ba, le habían pedido que se lavara las manos antes de comer, sin embargo él era más bajito en comparación a sus compañeritos, él usaba un banquito para poder alcanzar pero con la mudanza se habían olvidado de colocarlo y no tuvo más opción que llamar a alguien para que lo ayudaran.

Brian salió corriendo hacia la cocina ya que su mamá lo estaba llamando para comer. Su mamá había pedido pizzas y empanadas para festejar que tenían un lugar propio, el cual Brian comía con mucho gusto, mientras veía algunos dibujos animados en el celular de su mamá, todavía no les habían conectado el internet así que era el entretenimiento que había encontrado por el momento.

Las horas habían transcurridas con normalidad y ya se había hecho de noche, Gisela y Brian estaban solos y a punto de irse a dormir. La mujer arropó al niño y le contó el cuento de Hansel y Gretel, uno de los favoritos de Brian. Al finalizar, Gisela se dirigió a su habitación no sin antes darle un beso en la frente a su hijo.

—Te amo, mami—susurró Brian mientras este se giraba hacia uno de los lados para dormir más cómodo.

—Y yo a vos—respondió Gisela con ternura, apagó la luz y dejó la puerta entreabierta.

Gisela estaba agotada, las mudanzas requerían mucho esfuerzo y aún le quedaban ciertas cosas por acomodar, como su ropa, por ejemplo. Frente a la cama había quedado su espejo que lo tenía desde que tenía quince años, siempre intentaba que el espejo no apuntara directamente a la cama, en su época de adolescente leyó y escuchó sobre esas supersticiones que había alrededor de esos objetos y las entidades que se escondían en ellos. Sin embargo, Gisela estaba muy cansada como para moverlo, no era pesado pero ya se encontraba acostada en la cama como para querer levantarse de ella.

Enseguida se quedó dormida.

                                                                                              ~o~

Había pasado un mes que se habían mudado a esa casa, Gisela se sentía con mucho malestar, mal humor y no le afectaba solamente a ella, Brian también estaba de peor humor y eso le repercutía mucho en su buen comportamiento en el jardín, las notas en el cuaderno de comunicados eran cada vez más frecuentes y hasta había asistido a reuniones en las cuales le preguntaba si todo estaba en orden en la casa.

Gisela no entendía bien que sucedía, de un día para otro, todo empezó a salir mal, las cosas en la casa comenzaron a romperse y le estaba costando llegar a fin de mes. El padre de Brian los había abandonado cuando el niño tenía dos años, Gisela podía entender, con mucho dolor, que Santiago quisiera separarse de ella, pero nunca aceptó que al separarse de ella, incluiría a Brian.

Y eso no había sido nada fácil, con ayuda de sus padres había podido terminar su carrera universitaria, una suerte que no muchas en su misma situación podían tener y que gracias a ese sacrificio, podía darle al niño lo que se merecía.

En ese momento, Gisela se encontraba sola en la casa ya que su hijo se estaba con sus abuelos. Sus padres la ayudaban cuidando a Brian mientras ella trabajaba, en un rato ellos lo traerían a casa. Se acostó en el sillón y prendió la televisión pero estaba cansada, se sentía así desde hace mucho tiempo, no sentía que recuperaba sus energías.

Los párpados se le cerraron del sueño.

Pero algo no andaba bien, hacía frío, mucho frío, curioso porque era noviembre y el calor ya estaba haciéndose presente. Ella podía oír una risa, sonaba algo infantil pero siniestra a la vez, había algo más ¿estaba hablando?

Unas manos se apoyaron sobre su cuello y le apretaba con fuerza, Gisela no podía respirar. Gritó y se movió con desesperación, cayendo al suelo en el proceso, se llevó la mano a la cabeza y notó que estaba sangrando, ya que cerca del sofá había una mesa pequeña para el café y al caer se había dado la frente contra la punta de la mesa.

Empezó a toser, le dolía la garganta, Gisela quería ponerse de pie pero no conseguía hacerlo así que comenzó a gatear, por alguna razón ella no podía dejar de temblar. Respiró profundamente y exhaló, intentando recuperar la calma.

—Fue solo una pesadilla—se dijo a sí misma, aún tenía frío pero esta vez logró incorporarse y fue hacia el baño a limpiarse la herida de la frente. Sin embargo fue enorme la sorpresa cuando al encender la luz, vio las marcas en su cuello.

Gisela respiró agitadamente, estaba teniendo un ataque de pánico que se potenció cuando escuchó que algo se hacía añicos, quizás alguna botella. Acto seguido, unos pasos se hicieron eco en el pasillo.

—¿Quién está ahí?—gritó con una valentía que desconocía en ella ¿Acaso eran ladrones?

Nadie respondió, pero Gisela, de alguna forma, sabía que no estaba sola. Sentía mucho miedo, pero también ansiedad, la sensación de sentirse observada y no poder devolverle la mirada o enfrentarse a aquello que la acechaba. El corazón le latía a mil por hora, estaba sudando.

Gisela gritó cuando el teléfono comenzó a sonar, ella no podía moverse, sabía que había algo allí y no quería acercarse, es por ello que corrió a refugiarse en su habitación, cayó de rodillas al suelo y empezó a llorar.

Frente a ella estaba el espejo, pero no veía su reflejo, si no que veía la forma de una mujer joven, que no llegaba a ser adolescente, quien le devolvía la mirada pero de una forma muy aterradora. Sea lo que fuese, esa figura abrió la boca tan grande, emitiendo un gruñido.

Aquella criatura apoyó los dedos en el cristal del espejo y para horror de Gisela, traspasó el objeto provocando que la mujer gritara de horror.

                                                                                              ~o~

Nadie entendía que fue lo que pasó en aquella casa, los vecinos llamaron a la policía reiteradas veces porque los gritos, acorde a los testigos, eran desgarradores, aterradores y angustiantes.

Tres personas habían muerto, una de las víctimas era un niño. La victimaria fue identificada como Gisela Arreola y había sido abatida por los oficiales que habían intervenido tras el llamado.

Según los agentes, la mujer estaba en su dormitorio de pie frente al espejo, la habían encontrado fuera de sí, cubierta de sangre, con un cuchillo en la mano, murmurando cosas ininteligibles y cuando ella se abalanzó sobre ellos, con la mirada desencajada, no tuvieron más opción que dispararle a quemarropa.

Ninguno fue capaz de escuchar el lamento y los gritos de desesperación que provenían del otro lado del espejo. 

Cuentos de BrujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora