Los Abandonados

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A Marta le gustaba trabajar en los cementerios, de hecho una de sus tareas favoritas era limpiar las tumbas de aquellos que no recibían visitas, ya sea porque la muerte los había reunido a todos juntos en un solo lugar o eran aquellos que, si tenían familiares, estos decidían que no valían la pena visitarlos porque sus almas ya descansaban en otro plano.

Había una tumba en particular a la que siempre se quedaba un rato mirándola, le pertenecía a una niña que tan solo tenía unos seis años al morir. En su lápida figuraba el nombre de Sarita, ella había sido enterrada hacía muchísimo tiempo, nadie venía ya por ella, era una tumba más que se encontraba en el camposanto, pero a Mirta le llamaba la atención lo que había en la tumba de Sarita, allí yacía sentada en el suelo una linda muñeca de porcelana, a esa mujer le encantaba verla aunque estuviese llena de tierra y suciedad.

Marta cada vez que la veía quería llevársela a casa y restaurarla, esa muñeca era preciosa con su castaño y largo pelo, el vestido verde aguamarina que le tapaba los pies, de hecho la intemperie estaba haciendo de las suyas con aquella belleza.

—Ay, sos tan linda para estar acá—dijo Mirta con ese tono sobrador que caracteriza a las desubicadas como ella. Se acercó más a la lápida, agarró a la muñeca y la dejó a un costado para limpiar los líquenes, tierras y otras cosas que hacían que las inscripciones en la piedra fuesen ilegibles.

Mirta no hablaba, se quedaba callada mientras hacía sus tareas, parecía un ente más del cementerio, incluso los visitantes a veces se llevaban un buen susto cuando la veían deambular entre las tumbas, que al darse cuenta de que en realidad se trataba de una mujer viva, se quejaban en la administración porque ella no era capaz de disculparse, pero eran quejas que quedaban en la nada porque nadie quería tomar el puesto de Marta por lo que echarla no era una opción. Era una mujer extraña. Nunca nos gustó.

—Te voy a llevar a casa—le dijo Marta a la muñeca, le acarició los falsos cabellos antes de darse la vuelta para marcar el final de su turno y también darle la espalda a Sarita. Ni se molestó en hablarle a la tumba, se fue con la muñeca y sus productos de limpieza.

La excusa que dio las demás era que solo se iba a encargar de restaurarla, para devolvérsela a Sarita, pero solamente fue eso, una excusa. Porque sí, la muñeca había recuperado un poco de su viejo esplendor, pero Marta la adoraba tanto que no podía dejarla, todos los días la peinaba y la limpiaba para que el polvo no se acumulara en su perfecta cara.

Yo conozco a Sarita y es una niña muy buena y encantadora, que cuando se dio cuenta de que su preciada muñeca no volvería con ella, se entristeció mucho. Su espíritu, siempre dulce y calmado, comenzó a agredir a todo aquel que pasaba cerca de su tumba, haciendo el aire más frío o hiriéndolos.

Esa niña quería vengarse de Marta, la esperaba todos los días para hacer de su vida un infierno, pero cuando la muy asquerosa anunció su baja por jubilación, Marta jamás regresó.

No voy a olvidar la decepción de Sarita, las cosas que se nos consagran en la tumba son nuestras, nadie puede hacerse con ellas. Esa muñeca se la dejó su madre cuando Sarita murió para que le hiciera compañía hasta que las dos pudiesen estar juntas de nuevo, sin embargo, eso jamás sucedió. Sarita está en este plano porque aun la espera, nadie tiene el corazón para decirle que nunca más la volverá a ver.

Está anclada a esta tierra, pero no puede salir del cementerio porque está consagrada y para ella es una tarea imposible atravesar esos muros, pero yo no lo estoy. Al morir, me dejaron en este lugar en una tumba sin marcar y compartí y sigo compartiendo, un pedazo de tierra con numerosos espíritus anónimos.

Nadie lastimaba a nuestra dulce niña.

Los Abandonados no nos íbamos a quedar de brazos cruzados e ideamos un plan para que la vieja decrépita devolviera lo que es nuestro. Las almas en pena no le debemos nada a nadie, ni tampoco nos regimos por la moralidad de los mortales.

Una vez que dimos con ella, empezamos por cosas pequeñas, golpeando puertas, tocando el timbre, luego movimos algunas cosas de lugar, como vasos, llaves y también cambiábamos a la muñeca de lugar, lo hacíamos durante el día y mientras ella no estaba presente, nos aprovechamos de que con su edad y la poca lucidez que le quedaba, dejaba sus cosas por cualquier lado.

No era divertido, queríamos verla sufrir por hacerle daño a nuestra niña, así que decidimos redoblar la apuesta y el acoso nocturno fue nuestro siguiente paso. No íbamos a dejarla en paz.

Caminamos por el pasillo de su mediocre casa, hicimos que escuchara nuestras pisadas, hasta jugamos con la harina y dejamos nuestras huellas en el piso, nos daba mucha gracia como se sobresaltaba de cama. Pero, todo estaba a punto de terminar.

Mi parte favorita fue el momento en que nos hicimos más fuertes al alimentarnos de energía negativa, cuando llegaba la noche nos reíamos, susurrábamos cosas sin sentido solamente para molestarla, incluso una niña sin nombre, se introdujo dentro de la muñeca y le decía cosas horribles a Mirta, quien se veía cada día más agotada y ojerosa debido a la privacidad del sueño.

—Ladrona—dijo la "muñeca" entonando cada sílaba como si fuese un canto—quiero a mi mami, llévame con mi mami.

Adoré ver la cara de horror de aquella horrenda mujer, la pobre intentó cubrirse con las sábanas que eran igual de viejas que ella, sin embargo, eso no podía salvarla de nosotros, ya que rápidamente se vio desprovista de toda defensa posible, si es que se podía considerar aquel acto de esconderse como tal.

La muñeca se elevó por los aires y esta vez nuestros oídos se regocijaron con sus gritos de horror.

—No te lleves lo que no es tuyo.

Los Abandonados emergimos uno a uno como sombras negras, coreando al unísono No te lleves lo que no es tuyo, nuestra energía tan poderosa que las luces de la habitación titilaron, los gritos y llantos de terror de Mirta dándonos más fuerza y que en cuestión de segundos, las bombillas de luz estallaron en mil pedazos.

Luego se hizo el silencio. Tardaron varios días hasta que alguien reportó olores nauseabundos, cuando la policía entró a la casa a determinar que había pasado, se dieron cuenta de que la casa siempre había estado ordenada, nadie había forzado la entrada ni tampoco faltaba nada de valor.

A Mirta la encontraron tendida sobre la cama, tapada y lista para dormir, pero sus manos sobre su pecho indicaron otra cosa.

Nosotros habíamos jugado con su mente hasta matarla.

Tras esto, regresamos a nuestro hogar, al cementerio. Mirta ni tenía parientes así que los que se hicieron responsables de ella fueron los administradores del cementerio, ellos se hicieron cargo de sus cosas. Uno de ellos se dio cuenta de que la muñeca de Sarita se encontraba allí y la devolvió adonde pertenecía.

Nuestra niña era feliz nuevamente y cada vez que alguien se tomaba el atrevimiento de tomar nuestras pertenencias, los Abandonados tomaremos cartas en el asunto.

Cuentos de BrujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora