Capítulo 3

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Capítulo 3

Vadier

En lo alto del poder dentro de aquella sala, podía invocar a aquellos que en su vida habían hecho un trato con Lucifer a cambio de algún beneficio para sus vidas, usandolos como marionetas demoníacas que podía mover de acuerdo a mi voluntad. Envié a otro par de almas desperdigadas al interior de aquel callejon donde el angel intentaba ocultarse, si lograba tener al hijo de Gabriel como rehen podria otorgarnos ventaja para ingresar al reino aun si fuera a base de tortura, algo muy propio de mi gente.

– Corre pequeña ave, corre a los límites y dejate consumir –.

Invoque a aquellas marionetas asesinas, materializandolas frente al escondite del ángel para obligarlo a salir, mientras que otro puñado de almas rencorosas se encargaban de cerrar todas las salidas cercanas, dejando libre solamente un camino sin rumbo aparente al comienzo del siguiente círculo, rumbo a mi querido río de sangre.

El momento de que el ángel tomara aire había durado más que un fugaz instante, al principio no parecía haberse dado cuenta de las presencias que habían aparecido frente a él, pero cuando advirtio aquellas almas que vagaban amenazadoramente, reaccionó tomando impulso alejándose de ellos por otro camino que ya había sido sitiado, miró a todos lados buscando una salida y tomó la única que había dispuesto; si el chico se creía lo bastante listo para huir con tal facilidad al escapar solamente le demostraría cuán equivocado estaba al solo limitarse a correr lejos de mis almas atormentadas.

– Maldita sea, ¿dónde está mi brújula? –Preguntó el ángel deteniéndose repentinamente al llegar al río– Por todos los cielos, ¿Donde estoy?

Era fácil notar lo agitado que se encontraba pues su pecho subía y bajaba con velocidad, el miedo que lo invadía era palpable en el sudor que corría por su frente al llegar a un ambiente mucho más caliente.

La trampa había funcionado y mi pequeño enemigo se encontraba demasiado cerca del foso, el calor se tornaba incipiente al grado de poder quemar a cualquier ángel menor, pero Theoden no era un querubín cualquiera, ni tampoco parecía un arcángel, él era diferente, lo había notado desde la primera vez que nos conocimos en el campo de batalla, cuando su espalda chocó con la mía y noté que su poder celestial se comparaba con el de un demonio de cabeza.

Poco a poco las almas se retiraron del sitio por temor a caer en la absoluta perdición, mientras que otros demonios nacidos en aquel fuego se arrastraban desde el interior del círculo buscando comer aquella luz resplandeciente y prometedora, es la primera vez que Theoden encaraba realmente las puertas de mi hogar en el séptimo círculo dejando atrás mi ciudad de almas atormentadas.

– Te daré la bienvenida a mi hogar –.

Me alejé para entrar a un pequeño pasadizo lleno de gritos de esclavos tanto físicos como sexuales atrapados en las paredes por todo el largo camino hasta los jardines de los suicidas atrapados entre los árboles donde, a solo un par de metros estaba el otro lado del río de sangre quedando en medio de ambos.

– ¿Perdido hijo de luz? –.

El ángel se encontraba en el otro extremo, donde a sus pies un líquido espeso y oscuro de aroma metálico fluía cual sangre por una vena, no tardó mucho en adivinar que sustancia era, no podía ser otro que el famoso río de sangre del que se les enseñaba como una leyenda a los ángeles infantes, lo cual significaba la entrada a los dominios del séptimo príncipe del infierno, el ahora sucesor del pecado de la ira: Vadier.

Manos se alzaron, pertenecientes a aquellos seres que quedaban atrapados entre la vida y la muerte, una especie de limbo además de una eficaz barrera para los visitantes no deseados; una voz retumbó desde el otro lado, tan conocida que hizo que la piel del rubio se erizara y automáticamente diera un paso hacia atrás, entornó los ojos y lo miró con odio.

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