Na Jaemin

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Y como todas las noches, el pequeño Jaemin llevaba un vaso de leche junto a un libro de cuentos hacia su cama, se acostaba entre las suaves sábanas y leía debajo de ellas con una pequeña linterna, la cual estaba agotando las baterías. Su madre, por otro lado, entraba a escondidas esbozando una sonrisa cada que veía aquel bulto brillante. Su hijo de tan solo cinco años demostraba un inusual interés en la lectura, y a comparación de los demás niños de su escuela, demostraba tener un coeficiente mucho más alto. —Nana, hijo, ya es hora de dormir— Su madre levantaba las mantas de a poco mientras buscaba la manera de acariciarle el cabello a su niño, el pequeño solo asentía, tomando el vaso de leche entre sus manos para pegar un gran sorbo y así volver a su posición inicial. —Mamá, ¿qué seré de mayor?— Preguntó Jaemin mirando a su madre. —Lo que tú quieras ser cariño.— La mujer besó la frente de su pequeño dándole las buenas noches, pero él quería más respuestas. —¿Seré bueno, mamá?— La preocupación del menor era notable. —Claro que lo serás mi amor. Eres un gran niño y estoy segura de que podrías cambiar el mundo si así lo quisieras.— La mujer revolvió el cabello de Jaemin, arropándolo en su cama. —Buenas noches mi niño.— Se apagaron las luces de la habitación y la madre fue a la suya para poder descansar.
La noche pasaba lentamente para el pequeño, el cual tenía su cabeza inundada de dudas sin respuesta, el futuro le parecía algo preocupante a pesar de su corta edad y parecía importarle más lo qué sería de él, que jugar con carros y superhéroes como el resto de sus amigos.

El despertador sonó aproximadamente a las seis y media de la mañana y Nana despertó, hizo su clásica rutina matutina junto a su madre y luego de desayunar, fue a la escuela en compañía de su mamá. En la entrada, el pequeño se despidió corriendo hacia dentro mientras miraba hacia atrás y agitaba su mano en forma de despedida.
—¡Buenos días, señor Na!— Todas las mañanas, su profesora lo saludaba alegremente tal como al resto de niños, los hacía pasar y luego de que hubiera orden, comenzaba su clase. —Hola Jaemin ¡buenos días!— Mark, su compañero de clase, siempre lo saludaba con un abrazo. —¡Hola Mark!—.
Ambos chicos hacían sus actividades juntos, eran bastante inteligentes y normalmente terminaban antes que el resto, por lo que dedicaban su tiempo libre a jugar con los juguetes que había en el salón. —Niños, en unos minutos saldrán a recreo. Guarden sus cosas y saquen su comida—. En la entrada del salón se reunían los pequeños, Haechan, Mark y Jisung, quienes siempre acompañaban a Jaemin para jugar y hacer cosas típicas de niños de corta edad. El recreo fluía con normalidad, los pequeños jugaban y comían en un rincón del patio, en cuanto ven a una profesora llevar a un chico tomado del brazo mientras lloraba. —¿Quién es?— Preguntó Jisung mordiendo un poco de su manzana mientras seguía con la mirada al desconocido niño. —Nunca lo había visto— Mark alzó sus hombros y nuevamente volvió al juego, pero los demás quedaron con la duda en su cabeza.
El recreo había terminado y los chicos volvieron al salón expectantes a la vuelta del pequeño anónimo, pero al no verlo, simplemente se concentraron en hacer sus actividades. El día pasó rápido y sin darse cuenta ya estaban siendo recibidos por sus madres en la salida de la escuela.
—Mami... ¿Hay niños malos?— Su mamá abrió sus ojos un poco extrañados por la pregunta que el niño le hacía, pero rápidamente ingenió una respuesta. —No cariño, no hay niños malos, solo malos padres. ¿Pasó algo hoy?—. El joven Jaemin negó con su cabeza tomando la mano de su madre con una sonrisa y juntos se fueron caminando a casa. La verdad es que en la cabeza del niño solo podía rondar la imagen de un joven desconocido, un joven que lloraba y aparentemente, sufría. 

El resto de la semana fue monótono, todos los días se resumían en jugar en el recreo y hacer sus pocas tareas. En casa, Jaemin leía y veía algunos de sus programas favoritos. —Hola cariño, hoy llegué temprano y te traje esto— El padre del niño solía llegar en la noche por su trabajo, así que verlo temprano lo alegró bastante. —¡Papi!— Saltó a sus brazos sin estar muy inmerso en el regalo, lo tomó agradeciéndole y a los segundos recibió un suave empujón de su padre indicándole que lo abriera. —¡Cuentos de misterio!—. El padre sabía la fascinación de su hijo por la lectura, así que para Nana, era un regalo perfecto. —¡Muchas gracias, papá!— Luego de un amoroso abrazo de agradecimiento, corrió a leer una de sus nuevas adquisiciones.
Después de leer su primer libro de misterio, Jaemin comenzó a desarrollar un gran interés por lo policial, a pesar de que fuera un cuento infantil, él quería saber, conocer y analizar a las personas más a fondo.

Jaemin creció interesado en la medicina y la psicología, sus padres siempre le dieron todos los medios para poder estudiar debidamente y ser siempre el mejor. Por suerte, Nana supo aprovechar cada una de las herramientas y siempre destacaba en todo lo que se proponía, siendo un chico sumamente feliz y correcto.

El paciente perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora