Capítulo 1

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Tenía los ojos grises, un color que no era muy normal. Si no fuera por un pequeño detalle, ya habría comenzado a gritar.


Y es que me sentí tan tentada a acercarme a ese par de ojos como si fuera un enorme y gigantesco imán.


Yo no era del tipo de chicas que creía en el amor, no, pero tampoco me iba noche tras noche a conocer a un chico nuevo.


Pero él no hacía nada más que mirarme.


Extrañamente, eso no me inquietaba.


No sentía nada más que el deber de acercarme, y de hecho así lo hice.


Primero un paso, luego otro , y ya estaba. Él alzó una mano, intentando hacer un contacto con la suave mejilla. Mientras, permanecía quieta, ansiando el toque de su mano.


—¡Señorita Lambie! ¡Señorita Lambie, despiértese ahora mismo!


Levanté la cabeza pesadamente, mirando hacia el molesto ser humano que había osado interrumpirme.


Una vieja ceñuda me miraba atentamente, a la espera de una respuesta.


—Váyase a la...


—¡Annabeth quiere decir que no volverá a pasar! —Aparté la mirada de la vieja, para encontrarme con la cara de mi fiel amiga Lacey, una chica con un pelo rubio cortado por la altura de la barbilla y unos ojos almendrados que miraban con verdadero pánico hacia la señora, quien nos miraba a mí y a Lacey como si fuéramos una pelota de ping-pong.


¡Ahora lo recuerdo! Me había dormido en clase de historia, una asignatura cuya profesora, la señorita Flavor, no me causaba mucha simpatía, como habréis podido comprobar. La verdad es que a nadie le provocaba ningún sentimiento que no fuera el terror, o la ira.


Incluida a mí.


Traté de buscar una excusa convincente, pero lo único que se me ocurrió en ese momento era que no había podido dormir de tanto estudiar historia. Ja. No me lo trago ni yo.


No, mejor bajar la cabeza, asentir y pedir disculpas como cualquier persona normal en su sano juicio.


Mientras que la vieja me gritaba su aburrido sermón, me dediqué a observar a mis demás compañeros, que aparte de tirarse bolitas de papel, o mirar asustados a Flavor, no hacían nada interesante.


Ésta es la aburrida y monótona vida de Annabeth Lambie, señores. Pasen y... mejor no vean, se aburrirían.


Iba a tener mucha suerte si no avisaban a Beth, mi madre adoptiva, por mal comportamiento.


Aunque como no suele estar en casa, por su trabajo como asistenta de una familia de ricachones, el rollo sobre responsabilidades se podría aplazar una semana.

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