Seguí sin rechistar a Adam a través del patio principal -porque sí, tenía un patio principal- y nos introducimos en el interior.
Dentro estaba decorado como en Downtown Abbey, con velas por todas partes, pues ya estaba anocheciendo, y cuadros hermosos, que desentonaban un poco, pero que le daban un toque alegre al lugar.
Una humana ataviada con uniforme de sirvienta nos recibió para cogerle el abrigo a Adam, y me dedicó un asentimiento de cabeza.
Él estiró los brazos en un gesto de sueño -Tu sección será la de los sirvientes, y Emma te enseñará el sitio -dijo somnoliento.
Se marchó subiendo las enormes escaleras de mármol recubiertas por una alfombra roja, y perdí toda esperanza de volverle a ver esa noche.
No quise llamarle para no parecer una niña pequeña, así que giré en redondo y miré a la impasible cara de Emma.
Me moría de hambre y ella debió de darse cuenta de ello porque nos fuimos directamente a la cocina, un pequeño habitáculo en el que se posicionaba una redonda mesa partida y astillada por todos lados.
Emma me preparó una ensalada y me dio un trozo de pan seco. Esperó un tiempo a que terminase -no mucho ya que a buen hambre no hay pan duro- y nos dirigió a mi habitación.
Cuál fue mi sorpresa al averiguar que iba a tener que compartir habitación con todo el sector de servicios.
Incluidos los hombres.
Aunque la zona era enorme, las literas eran de tres, y todo estaba impoluto, se notaba el sofocante ambiente de aglomeración. Algunos hombres, destinados a realizar las tareas sucias para los metamórficos, caminaban tranquilos por entre las camas con sus musculosas y bronceadas espaldas desnudas debido al aire libre y ejercicio, bromeando entre ellos.
Las mujeres por su parte, también charlaban ruidosamente e iban en camisones o pijamas sin pudor alguno.
Se notaba que era la peor habitación ya que el calor que desprendían los cuerpos, sumado al de la calle, provocaba que comenzase a sudar de nuevo.
—Supongo que estarás cansada, así que mañana serán las presentaciones. Te dejo aquí.
Emma, que no había hablado mucho durante el trayecto, me señaló cual era mi cama y desapareció mezclándose entre la gente y dejándome acompañada, pero a pesar de ello muy sola.
Me dirigí a mi litera, y por suerte me había tocado la primera, la verdad es que no querría estar todos los días escalando para dormir.
Sin saber donde estaba el baño, y decidida a no cambiarme entre ellos, salí llevándome una ropa de muda y cepillo.
Justo al salir, sólo tuve que seguir la pista de agua que dejaban las personas en forma de charquitos por el pasillo, hasta encontrar las duchas. Entrando, un mayor calor se apoderó de mí -cosa que ya creía imposible- cuando sentí el vapor del agua caliente que desprendían unas veinte duchas colocadas en filas.
Por suerte, el baño no lo compartíamos con los chicos, y ya era muy de noche; casi no había nadie duchándose , así que escogí la ducha que mas higiénica me pareció y en cinco minutos ya estaba limpia y con renovadas fuerzas.
Me dirigí a la puerta para salir, pero pronto me encontré en el suelo con dolor en el trasero. Me había caído en un charco y debido a eso mi pijama había quedado empapado.
Paré de frotarme mi pobre culo y miré hacia una mano con las uñas perfectas que me ofrecía su ayuda.
Seguí la longitud del brazo con la mirada, pasando por la piel quemada hasta detenerme en unos labios rosas y secos y unos ojos chocolate que me recordaron a los de Lacey.
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Susurros
Novela JuvenilAnnabeth Lambie no sabía lo que le esperaba después de que en una extraña tormenta de nieve, en un pueblucho en medio de la nada, un desconocido la salva de los brazos de la muerte. Tendrá que dejar a su madre adoptiva, a su mejor amiga, y a un pasa...