Al parecer, Adam ya había pensado en el tema de la puerta, colocando una fuerte tabla por encima, lo que le permitiría pasar una parte de su cuerpo por ella, aunque pronto la nieve lo cubriría todo.
Como si me hubiese leído la mente, dijo:
—Tenemos que darnos prisa, si queremos pasar por ahí, James no nos oirá con esta tormenta. —Para poder pasar, tuvo que realizar unos movimientos de malabarista, aunque parecía que todo lo hacía con elegancia.
Un poco de calor se extendió sobre mí al entrar en la gran sala.
Lo que más me llamó la atención, fue que no había ni una sola foto, cuadro o adorno a nuestro alrededor, ni en las paredes.
Las ventanas estaban totalmente cerradas ya que la nieve las cubría por completo.
Me entretuve mirando la habitación, hasta que me di cuenta de que Adam me seguía llevando en brazos.
Decidí que, aunque me encontraba muy a gustito, él debía de estar agotado de llevarme todo el rato.
—Ya... y- ya e-estoy mejor. P-puedes bajarme. —Maldita sea ¡Deja de tartamudear!
Él ni siquiera me miró cuando habló.
—Seguro. —Una sonrisilla de suficiencia asomó en sus labios, mientras fruncía el ceño.
Llegamos a una pequeña sala, la cual estaba ocupada por un chico, tal vez James, que leía un libro frente a la chimenea.
Al parecer, no me había oído llegar con Adam.
—¿Ya has acabado el trabajo?
—James. Tenemos visita.
James se giró lentamente en el mullido sillón, tan lentamente que parecía que tenía miedo de lo que se iba a encontrar —¿Quién coño es esta? —dijo como si no estuviese allí, cosa que me molestó lo suficiente como para soltar un bufido de superioridad, consiguiendo que volviese a centrar su atención en mí.
Mala idea.
Sus negros ojos me miraban con tanta intensidad que quedé atrapada en ellos.
Parecía que trataban de echar un vistazo a mi mente, eclipsando cualquier acción que estuviese realizando, incluyendo respirar.
Esto era malo, muy malo. ¿Qué estaba pasando? Oía los latidos de mi corazón, funcionando de forma errática. ¿O eran los ruidos de la chimenea?
—James. —Esa voz con tono de reproche me sacó del ensimismamiento, aunque no del frío que seguía calándome —La encontré en el parque en medio de toda la nieve. Creo que tiene hipotermia.
¿Cree que tengo hipotermia? Mmmm... ¿Qué era la hipotermia? Ya ni me acuerdo, no sería importante.
Ahora solo necesitaba una siestecita reparadora entre esos cálidos brazos.
Comenzando a cerrar los ojos me acomodé mejor e intenté dormir de una vez por todas. ¡Si no fuera por que alguien me hizo un súper pellizco de monja en el brazo!
A pesar del frío, logré levantarme lo suficiente como para agarrar la mano que me había pellizcado y clavarle lo más profundo que pude la uña en la palma de la mano. ¡Dulce venganza!
—¡Ay! ¡Bruja ingrata! ¿Pero tú de que vas? ¡Solo quería despertarte para darte esto! —gritó el guapísimo chico que se encontraba frente a mí, chupándose la herida con el ceño fruncido y la otra sujetando una taza de chocolate caliente que despedía un humillo caliente.
Encontrando la voz que se había escondido de mí hace poco, contesté con un tonito insolente:
—No me gusta.
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Susurros
Teen FictionAnnabeth Lambie no sabía lo que le esperaba después de que en una extraña tormenta de nieve, en un pueblucho en medio de la nada, un desconocido la salva de los brazos de la muerte. Tendrá que dejar a su madre adoptiva, a su mejor amiga, y a un pasa...