Capítulo 5

168 12 0
                                    

Cuando me levanté de la cama, no me dolía nada. El extraño remedio, con sospechosos ingredientes implicados, había funcionado.

No encontré a James por ninguna parte, por lo que supuse que se había ido. Bajé corriendo las escaleras, y abrí sin cuidado el cajón de la mesita en la entrada, soltando un suspiro. La carta seguía ahí. La cogí y me la llevé a la habitación, dejándola en la cama y decidiendo si abrirla o no.

¿De verdad quería tener algo más que ver con ellos? No era estúpida, sabía que me podrían volver a dar una paliza, pero eso no me había detenido antes.

Decidiendo que no quería ser una cobarde, la abrí de una vez por todas.

Me encontré con un extraño polvo morado, parecido a la arena pero mas ligero, algo así como purpurina. Dentro, también había un nota que decía:

"Una única unidad. Aprovechadla"

Nada más, unos polvos y una nota es todo lo que había.

Con un dedo, cogí un poco y lo olí. Olía a frambuesas, a coco, a día de lluvia... olía a todo lo que me gustaba, atrayéndome... Quería tomarlos, seguro que sabían muy bien.

Drogada por el olor de los polvos, me apresuré a meterlos todos en un bote, y probarlos.

Degustarlos era mucho mejor que olerlos, mucho mejor. Me encontraba en éxtasis, saboreando cada uno de ellos, mientras se deshacían en mi lengua como copos de nieve. Pero quería mas.

Sí, muchos más de esos ricos polvos, que me hacían estar feliz, ilusionada, enamorada de la vida incluso. Cogí el bote y de un trago me los tomé todos, sintiendo que me llenaba por dentro, como si la felicidad se pudiese saborear.

Me acabé el bote relamiéndome los labios, y aunque todavía persistía esa sensación de alegría, también uno de ansia, más, más, más, quería más.

Pero no tenía más. Cogí un vaso de agua y me enjuagué, tratando de quitarme el sabor de la boca. Un poco mejor, me dirigí al baño para darme una ducha de agua fría, todavía sentía que algo no cuadraba.

Salí de la ducha sin sentirme mejor. De hecho me encontraba peor. Sentía los órganos anudandose entre ellos, y una pastilla no ayudó. Sintiendo náuseas, corrí al baño y lo eché todo, entre toses. Limpiándome la boca con cierto regusto metálico, miré hacia el váter.

Estaba manchado de sangre.

Asustándome, lo limpié todo lo más rápido que pude, y me entretuve pensando si llamar a Beth.

Tal vez no era lo mejor, saldría a la luz lo que he estado comiendo, y polvos no era exactamente opción para explicar la situación.

Pero vomitar sangre era una cosa seria. Si volvía a repetirse, pediría ayuda.

Me concentré en otras cosas, como llamar a Lacey; no iba a contarle nada, ni implicarla, sólo necesitaba alguien con quien hablar.

Muchas veces siento eso. Siento que no puedo hablar ni con mis amigos, que no comprenden. Que estoy sola en este mundo, y que para que estoy aquí si no soy feliz. No os confundáis, quiero mucho a mi amiga y a Beth, pero hay algo que nunca funciona. Me gusta ir a mi rincón, al jardín blanco como yo le llamo, a ver pasar a las demás personas, y eso a veces me hace pensar que en verdad casi nadie notaría mi ausencia. Siento que mi vida es aburrida, y lo odio, que siempre va a ser así, odio las rutinas que todo tenga que ser igual, quiero que sea diferente, quiero cambiar mi vida, no quiero ser una más entre millones de personas en el mundo.

Nunca lo he expresado en voz alta, pero siempre me carcome por dentro.

Suspirando, cogí el ordenador para buscar "metamórficos", y encontrando un sinfín de términos científicos y relatos obviamente inventados.

SusurrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora