Capítulo 1

183 11 0
                                    

Ya estábamos otra vez con la misma situación de siempre. Yo, encerrada en el baño mientras pasaba la fina hoja de mi pequeña cuchilla, sacada de un viejo sacapuntas, por encima de la pálida e fina piel de mi brazo izquierdo. Tan solo quería sentir dolor, ese dolor físico que hacía desaparecer cualquier dolor psicológico y me aliviaba por dentro.

Ese dolor del cual una vez te acostumbras no puedes huir de él.

Es triste que una chica de 17 años como yo, que aún le quedan muchísimas cosas por vivir, esté en esta situación. Pero yo tan solo sentía que ya había vivido bastante sufrimiento en mi vida como para dejarlo correr como si nada.

Des de que mi padre murió cuando yo tan solo tenía doce años, dejándome sola con mi madre la cual pasaba gran parte del día fuera y no volvía hasta altas horas de la noche o, simplemente, no volvía a casa hasta que no pasaban dos días, todo cambió.

A partir de esa edad dejé de relacionarme con la gente por el simple hecho de que la mayoría se burlaban de mi porque no tenía sus mismos gustos, porque no tenía padre o porque simplemente tenía miedo de encariñarme demasiado con alguien y después perderlo de cualquier forma como me pasó con mi padre. Entonces, un año después de todo ese sufrimiento, descubrí mi tubo de escape por donde desahogarme de toda la mierda que hay acumulada en el mundo.

Exacto, hablo de mi querida amiga la cuchilla.

Me relajaba ver como caían pequeños ríos de sangre a través de los cortes que me hacía. Sádico, lo sé, pero a mí no me importaba ya que eso me alejaba de todo lo que odiaba o me hacía sufrir. Por desgracia, hubo un momento en el que se volvió una rutina y a la mínima que me sentía excluida o renegada, me encerraba para seguir el mismo ritual de siempre.

Al cabo del tiempo dejé de hablar con mi madre, ya que aparte de que no aparecía nunca por casa, cuando lo hacía tan solo se dignaba a coger una de sus cervezas y sentarse al sofá a ver la televisión para al rato quedarse dormida en un profundo sueño. A veces se le iba la cabeza y me acababa pegando algún que otro manotazo a causa de la cantidad de alcohol que corría por sus venas.

Pero a mí nunca me importó, ya que siempre he pensado que de alguna manera u otra me lo merecía.

Tan solo hicieron falta que pasasen tres años más para que finalmente se cansara de mí y me abandonara en esa sucia casa para poder empezar una ''nueva vida'' en la que no incluía a su única hija, según me dijo ella. Y como os estaba explicando al principio de todo, aquí me hayo ahora.

Mi nombre es Melanie Sanders, tengo 16 años y odio completamente mi vida.

Me encontraba encerrada en el baño, aunque no sé por qué tenía la puerta cerrada si la única que vivía allí era yo. Cuando vi que mi brazo izquierdo ya acumulaba bastantes cortes y sangre, dejé la cuchilla al lado del grifo para al instante abrirlo y limpiarme la sangre que había desprendido. Al noté que ya había dejado de brotar sangre de mis heridas, volví a bajar la manga de mi sudadera y volví al salón como si nada.

Abrí la nevera en busca de algo para comer, pero no había rastro de nada que se pudiese digerir (sin contar medio limón y un tetrabrik de leche el cual estaba caducado). Tenía que salir e ir a comprar algo de comida para al menos tener la nevera ''decente'', o sino moriría de hambre.

Aunque en el fondo eso no me importaba.

Cogí las llaves y me dirigí hacia la puerta de casa para salir y al instante cerrarla de un portazo.

Empecé a caminar por esas iluminadas calles. Daba gusto andar por ahí, sobre todo si estabas sola. Llevaba puestos unos pitillos negros con algún que otro agujero por la altura de las rodillas, unas converse viejas de color negro y una sudadera bastante ancha de color morado de un grupo llamado Bring Me The Horizon acompañado de un beanie negro.

Hacía el típico viento mañanero que causaba que mi larga melena castaña galopase levemente por cada paso que daba.

Al llegar al supermercado, agarré uno de esos carros metálicos que habían en la entrada y tranquilamente empecé a pasearme por los largos y anchos pasillos de ese supermercado, el cual con suerte no estaba muy lleno a esas horas. Empecé a coger unas cuantas cosas: Carne, algunos vegetales, bebida (preferiblemente Coca Cola y cerveza) y algún que otro dulce para picar y esas cosas.

Al acabar de coger todo lo necesario, me dirigí a la caja para pagar todo lo que había cogido. Había una joven chica pelirroja de unos veinticinco años la cual trabajaba en ese lugar y después de ofrecerme una simpática sonrisa, procedió a pasar toda mi compra por la caja registradora. De momento todo iba perfectamente, hasta que se percató de que había comprado cervezas.

-¿Tú no eres muy joven aún para beber cerveza?- Preguntaba extrañada mientras fruncía el ceño y leía la marca de la cerveza.

-No es para mí, es para mi madre.- Mentía para así poder comprarla.

La chica se encogió de hombros mientras seguía pagando lo demás y yo iba guardando todo lo que había comprado en unas bolsas. Al acabar le pagué lo correspondiente y salí tranquilamente por esa puerta. Pasaron unos cinco minutos y ya estaba en el salón de mi casa guardando cada cosa en su respectivo lugar. Exhausta, me levanté la manga izquierda de la sudadera que llevaba puesta para poder comprobar que los cortes no se habían infectado. 

Hoy era lunes y no tenía que ir a clases ya que al cabo del tiempo en el que mi madre me abandonó, dejé de ir al instituto. No le veía sentido ir a un sitio en el que sabía que tan solo iba a sufrir y sufrir, cada día más.

Decidí ir a buscar el montón de CD's que tenía en la habitación ya que no tenía nada más interesante que hacer. Desplegué mi larga colección y empecé a observarla hasta encontrar alguno que me apeteciese oír. Avenged Sevenfold, Green Day, Sum 41, My Chemical Romance...

Ninguno me convencía en esos instantes hasta que miré mi sudadera y supe que podía ponerme a escuchar. Agarré el disco Sempiternal de Bring Me The Horizon y lo introduje en el pequeño reproductor de CD's que tenía. Con suerte mis vecinos no estarían en casa y podría escucharlos tranquilamente. Apreté el botón ''Play'' para que al instante empezase a sonar Can You Feel My Heart.

Can you hear the silence? 

Can you see the dark?

Can you fix the broken? 

Can you feel... can you feel my heart?

Can you help the hopeless? 

Well, I'm begging on my knees,

Can you save my bastard soul?

Will you wait for me?

Empecé a tararear la letra de la canción mientras me ponía a ordenar la casa, ya que aunque viviese sola no me gustaba tenerla desordenada. Era una de mis manías. Cada vez que escuchaba esa canción la piel se me ponía de gallina, des de la primera vez que escuché esta canción, me sentí identificada con la letra. Es como si el mismísimo Oliver Sykes supiese la situación en la que me encontraba y hubiese escrito esta canción explicando mis pensamientos y sentimientos.

Al cabo del rato, cuando ya estaba sonando And The Snakes Start To Sing, una fuerte lluvia empezó a arrasar las claras calles de San Diego. Cualquiera diría que con el buen tiempo que hacía hace un momento, se fuese a poner a llover. Empecé a observar por los grandes ventanales de mi casa a gente correr hacia sus casas o simplemente abrir sus paraguas.

Al instante la calle se vació, y pude ver como un chico de unos veinte años caminaba lentamente con la cabeza gacha y tan solo la capucha de su chaqueta cubriéndole la cabeza. Era como si no se diese cuenta de que estaba diluviando y de que se estaba empapando entero.

De repente, el chico se paró a escasos metros de la puerta de mi casa, y por lo que pude comprobar, aún no se había dado cuenta de que llevaba largos minutos observándole. De repente, alzó la cabeza y dudosamente picó varias veces en la puerta de mi casa.

¿Quién debía de ser ese chico?

Let's scream until there's nothing left. (Vic Fuentes)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora