CAPÍTULO 1

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NEREA

Guardo el móvil en el bolsillo del pantalón, me cuelgo la mochila y salgo de mi habitación. Bajo las escaleras de dos en dos rumiando por llegar tarde a clase el primer día después de las vacaciones de navidad. Abajo encuentro a mi padre limpiando la cocina y mi hermano preparando las mesas. En menos de una hora el bar tiene que estar abierto y recibiendo a los primeros clientes, madrugadores o trabajadores, que comienzan su jornada tan temprano como nosotros. En cuanto mi hermano me ve, deja lo que está haciendo y me pasa el mandil.

 —Necesito que me cubras hoy —me pide en voz baja y lanzando rápidas miradas a la cocina con esos ojazos verdes que ya me hubiera gustado heredar a mí también.

 —N-no me jodas, Adrián, qu-que hoy se vuelve a clase.

 —Lo sé, y lo siento, pero tengo una entrevista de trabajo y no quiero faltar.

 —Y-y-y yo no quiero faltar a classss-se —protesto y suelto un resoplido cuando mi hermano pone las manos sobre mis hombros y me pide que respire.

 —No es lo mismo.

 —Como se entere papá...

 —Que se entere cuando ya me haya ido.

Adrián recoge su chaqueta del perchero de pared que tenemos en la entrada del bar, lo que para nosotros es el recibidor de nuestra "casa", y sale sin ni siquiera despedirse o darme las gracias. El tintineo de la campana al abrir y cerrar la puerta alerta a mi padre, que sale de la cocina secándose las manos con un trapo. Por la calva le caen gotas de sudor por el calor de los fogones. Al comprobar que quien se ha ido ha sido mi hermano y no yo, lanza el trapo al suelo con ira.

 —¡Ya se está escaqueando! —vocifera con ese torrente de voz que, acompañado a su metro ochenta y cinco, asustaría a cualquiera— ¡¿A dónde ha ido ahora el cafre de tu hermano?!

No le contesto, no estoy de humor para aguantar su mal carácter. Dejo la mochila a los pies de la escalera y me pongo el mandil sin mucho entusiasmo. Estudiar no es lo que más me gusta en el mundo, pero habiendo repetido segundo de bachillerato y siendo el primer día de curso no quería faltar. Además que prefiero mil veces ir a clase y aguantar a los pesados de mis compañeros que estar aquí trabajando todo el día. Mi silencio pone de peor humor a mi padre, que se acerca a mí desafiante y me coge de un brazo.

 —Responde cuando te pregunto —me exige.

 —No lo sé, solo me ha pedido que le cubra —consigo decirle del tirón y soltándome de él.

La relación con mi hermano no es igual a como hace unos años, se ha deteriorado bastante. En otro tiempo le hubiera deseado suerte con esa entrevista y no me molestaría cubrirle. Ahora le ayudo a regañadientes, pero todavía soy capaz de mentir por él, aunque mi padre lo adivina en seguida.

 —Ya, claro. Seguro que ha ido a pedir trabajo. Algún otro puesto en cualquier sitio con un sueldo de mierda que le habrán buscado sus amigos. Cualquier excusa para no estar donde debe estar; aquí, trabajando con su padre.

Una vez más prefiero guardar silencio y terminar de poner las mesas que faltan. De mientras, mi padre sigue despotricando de mi hermano, diciendo que ojalá no le den el trabajo, que no encuentre nada en ningún sitio. Luego recoge el trapo que tiró y se mete en la cocina, aunque todavía le oigo decir que Adrián es un inútil, que con el cerebro de chorlito que tiene jamás le contratarán en ningún sitio, que el único sitio donde puede y debe estar es aquí.

Me entran ganas de rebatirle todo lo que está diciendo y defender a mi hermano. Él es muy capaz de todo lo que se proponga, pero le faltan alas para volar. Mi padre nos las corta cada vez que tiene ocasión, no las deja crecer ni un centímetro. Pero discutir con él es como golpearse contra un muro inquebrantable una y otra vez. A veces desearía volver a unos años atrás, cuando éramos felices y todo iba bien.

¿El amor puede sanar?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora