NEREA
Me molesta el estridente pitido que hace mi tostadora al cumplir con el tiempo programado. Impaciente, la desenchufo para que deje de sonar antes y comienzo a untar la mantequilla en las tostadas. Hoy he preferido levantarme un poco más temprano para que me de tiempo a comer algo antes de irme a clase, no quiero volver a desmayarme en gimnasia como la última vez, qué lache pasé. Suerte que Almudena estaba allí para ayudarme. Sonrío inconscientemente al pensar en ella, la tarde de ayer fue genial. Solo charlamos de todo un poco, admiramos las vistas y nos fuimos, pero hacía mucho tiempo que no me sentía tan relajada acompañada de alguien que no fuera Hugo.
Mi hermano entra ajetreado a la cocina y se sorprende de verme tan temprano. Él siempre madruga para ayudar a mi padre a poner el bar a punto para abrir. Al ver que estoy preparando mi desayuno arquea las cejas y lo señala con un simple cabeceo.
—No qui-quiero morirme de hambre hasta la-la-la hora del recreo —le explico sin mencionarle lo ocurrido hace apenas unos días, ni él ni mi padre lo saben, pensarían que estoy dejando de comer aposta cuando no es la realidad.
—¿Desde cuándo te mueres de hambre?
—Desde siempre, pe-pe-pero era muy vaga pra-para levantarme temprano y de-desayunar.
En parte es verdad, aunque puedo aguantar sin comer hasta la hora del recreo sin que el hambre me moleste mucho, no quiero ir desmayándome por correr en el patio. Mi hermano saca del microondas el vaso de leche que he puesto a calentar y añade sin que se lo pida varias cucharadas de colacao.
—¿Y tú desde cuándo me-me-me ayudas?
—Siempre te ayudo, soy tu hermano.
Decido callarme lo que pienso. Sé que últimamente está más pendiente de mí por lo que le dije la última vez sobre que hace tiempo dejé de verle como un héroe. Le dolió escuchar eso, aunque no me lo haya dicho. Remueve el colacao para que se disuelva bien y lleva la taza hasta una de las mesas del bar. Termino de untar la mantequilla en las dos tostadas y me siento allí. Adrián se sienta conmigo, aunque él no come nada, solo se limita a mirarme.
—¿Qué pasa? ¿Po-po-por qué me miras tanto? —inquiero nerviosa.
—¿No puedo mirarte?
—No.
—Vale.
Adrián se da media vuelta sobre la silla para darme la espalda.
—¿Mejor así?
—Qué idiota eres —contesto sin reprimir una carcajada.
Hacía mucho tiempo que no le veía hacer bromas, me gusta esa faceta suya. Adrián vuelve a sentarse normal y mira la hora en su reloj de plástico barato que compró en el chino del barrio hace unos meses. Mi padre no debe tardar mucho en volver del almacén al que va cada semana para llenar la despensa. Almudena me preguntó si mi padre fue siempre un amargado y la respuesta es que no. Cuando era pequeña éramos una familia feliz. Él era bueno y amable. Todo se truncó cuando empezó a engañar a mi madre con mi tía, creo que en el fondo se siente tan miserable que paga sus remordimientos con sus hijos.
También me siento mal de no haberle sido sincera a Almudena respecto a mi madre. Ella se ha abierto conmigo hablándome de su situación, revelándome algo tan privado como que es adoptada, pero yo no he sido capaz de contarle que mi madre está en un centro de desintoxicación. Y no se lo he contado por vergüenza, lo que me hace sentirme peor.
Una pregunta se me forma en la garganta, pero no soy capaz de hacerla en voz alta. Aún resuena en mi cabeza la voz de mi madre pidiendo ver a su hijo mayor, al que no ve desde hace meses. Sé la respuesta que él me dará y por eso llevo estos días callada, pero a la vez siento que estoy traicionando a mi madre si no hago lo que me pidió.
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¿El amor puede sanar?
RomantizmAlmudena y Nerea tendrán que hacer juntas un trabajo para clase. Hasta ese momento no se habían dirigido la palabra, pero ahora deberán aprender a trabajar juntas y llevarse bien. A pesar de las diferencias que pueda haber entre las dos jóvenes de f...