CAPÍTULO 5

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ALMUDENA


 —Esa de allí es tu compañera, ¿no?

Nerea sale al patio, deja la mochila sobre la montaña de mochilas apiladas en el banco y se acerca hasta el profesor con las manos en los bolsillos de su chaqueta. Él le reprocha por llegar tarde a clase, a lo que ella contesta encogiéndose de hombros con aire indiferente.

 —Sí, es ella —le aclaro a Lorena.

 —El otro día teníamos latín a primera hora y también llegó tarde.

 —Y ayer a lengua —añade Lara.

Por lo que se ve, es algo habitual en ella llegar tarde a la primera hora de clase. O no llegar, directamente, como ocurrió la semana pasada un día como hoy a esta misma hora. A pocos metros de llegar a su altura, Nerea se incorpora a la carrera. Como deportista que soy, no puedo evitar fijarme en las zapatillas de deporte que usa. Estoy convencida de que acabará con los pies reventados, esas no son muy adecuadas para hacer ejercicio.

Su forma de correr tampoco es la mejor, no sube lo suficiente las rodillas, casi va arrastrando los pies, y por como suben y bajan sus hombros seguro no está respirando como es debido. Va a acabar desfondada en dos vueltas, como suele ocurrirle a Lorena, aunque la voy ayudando para que mejore en eso.

En pocas zancadas la superamos, y al pasar por su lado me he fijado en que respiraba por la boca. Mal, muy mal. Le va a entrar flato en nada. Cruzamos la pista de fútbol y al llegar a la esquina vuelvo a observarla. Ahí está, la mano sobre el costado. Nunca falla. Cuando ella entra al campo de fútbol, nosotras ya estamos saliendo. La pobre se ha quedado atrás, no es capaz de seguir el ritmo de los demás.

Entonces se detiene y se pone a caminar. El profesor le vocifera desde el otro lado del patio que se ponga a correr o le pondrá una nota negativa, pero ella hace oídos sordos y solo se limita a caminar más rápido. Nosotras ya vamos por la mitad del patio, a punto de llegar hasta la zona donde se encuentra el profesor. Si no fuera con ellas seguro que lideraría la comitiva, puedo correr a mucho mejor ritmo que este.

Al pasar junto al profesor, le veo resoplar y apuntar algo en su libreta. Tampoco creo que le importe mucho suspender esta asignatura. Ni esta ni ninguna. Ni siquiera el trabajo de ética. Me he pasado todo el fin de semana esperando que me envíe lo que tenga ya empezado, pero solo he recibido excusas. Estoy planteándome preparar por mi cuenta la biografía de otras cinco mujeres más por si acaso. Pienso entregar ese trabajo completo aunque lo tenga que hacer yo sola.

Llegamos de nuevo al campo de fútbol y no tardamos ni dos minutos en recorrerlo. Nerea ya ni se esfuerza por caminar rápido, y mientras una mano la mantiene en el costado donde le ha dado flato, con la otra se abanica la cara. No me extraña que tenga calor, aunque sea primera hora de la mañana y estemos en enero, no se ha quitado la chaqueta antes de empezar a correr y debe estar sudando. Todo mal.

Estamos a pocos metros de alcanzarla. El resto de compañeros la esquivan para superarla, pero yo le pido a las chicas que continúen sin mí y ralentizo el paso para trotar a su lado. Ella no parece darse cuenta de mi presencia, gotas de sudor le caen por la frente y la cara la tiene pálida.

 —¿Estás bien? —me preocupo por ella.

Nerea no responde sino que de repente cae en redondo. Suerte que he reaccionado a tiempo y he evitado que su cabeza chocara contra el suelo. En seguida llamo al profesor que corre rápidamente hacia nosotras, y muchos de nuestros compañeros se acercan para saber qué ha ocurrido.

 —¿Qué le ha pasado? —pregunta el profesor cogiendo sus piernas y elevándolas.

 —No lo sé, de pronto se ha desvanecido.

¿El amor puede sanar?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora