Parte 1

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De los cerros altos del sur, el de Luvina es el más alto y el más pedregoso. Está plagado de
esa piedra gris con la que hacen la cal, pero en Luvina no hacen cal con ella ni le sacan ningún
provecho. Allí la llaman piedra cruda, y la loma que sube hacia Luvina la nombran Cuesta
de la Piedra Cruda. El aire y el sol se han encargado de desmenuzarla, de modo que la tierra
de por allí es blanca y brillante como si estuviera rociada siempre por el rocío del amanecer;
aunque esto es un puro decir, porque en Luvina los días son tan fríos como las noches y el
rocío se cuaja en el cielo antes que llegue a caer sobre la tierra.
…Y la tierra es empinada. Se desgaja por todos lados en barrancas hondas, de un fondo que
se pierde de tan lejano. Dicen los de Luvina que de aquellas barrancas suben los sueños; pero
yo lo único que vi subir fue el viento, en tremolina, como si allá abajo lo hubieran encañonado
en tubos de carrizo. Un viento que no deja crecer ni a las dulcamaras: esas plantitas tristes
que apenas si pueden vivir un poco untadas en la tierra, agarradas con todas sus manos al
despeñadero de los montes. Sólo a veces, allí donde hay un poco de sombra, escondido entre
las piedras, florece el chicalote con sus amapolas blancas. Pero el chicalote pronto se
marchita. Entonces uno lo oye rasguñando el aire con sus ramas espinosas, haciendo un ruido
como el de un cuchillo sobre una piedra de afilar.

Luvina de Juan RulfoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora