Cap. I Recuerdos

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Mi primer recuerdo de ella es un poco neblinoso. Como la escena de alguna vieja película, que, repetida tantas veces la imagen se disuelve en un espacio desgastado por el uso y el desuso y quizás por esa razón no sobrevive sino detalles perdidos y difusos. El Sol brillaba con intensidad tras sus pequeños y raudos pasos. Vestía de manera dinámica: pantalones de Jean azul muy ceñidos y un poco gastados, una blusa naranja oscuro o vino tinto, no recuerdo exactamente cuál era su color. En el momento le catalogué como pelirroja, pero resultó un efecto visual causado (quizá) por el cintillo ámbar que adornaba su lacia y castaña cabellera. De su rostro recuerdo la misma expresión que observaría en ella siempre: una figura abstraída, esculpida por una voluntad inexorable hacia motivos invisibles e irreales, difícil de definir. Bella, misteriosa y perdida en el silencio de su mundo interior. Como si su fantasma cruzara ante mí mientras el cuerpo vivía y respiraba en otros paradigmas y lugares.
Sus ojos también sobresalen en esa brumosa memoria, tenía ojos de muñeca, con largas pestañas y escasas cejas. Glóbulos muy redondos, saltones, verdes e inmóviles; fijos en un no sé qué del cual no me percaté en aquel instante. No reía ni lloraba, no estaba enojada ni tampoco emocionada, ni siquiera estoy seguro de que estuviese seria; simplemente ella no se encontraba en su rostro, mucho menos en su boca. Suena confuso y desentonado, fuera de lugar, paradójico (bueno, qué sé yo a que más suena), esa era su actitud en ese instante. Lo peor fue que muchas veces le poseyó de nuevo ese talante de extraño desenvolvimiento. La máscara enmudecida, de tonos blancos, una musa arrebatada hacia unos aposentos ajenos a la vista del mundano mortal y ajenos, dicho sea de paso, también a ella misma, su alegría y sus aspectos conscientes. He llegado a creer que de mí también lo era: un Mundo Prohibido.
Calculo que Mariángeles tendría unos trece años en ese momento, yo: unos diecisiete. Sus trece abriles ya le habían convertido en adulta, madurez sin experiencia destinada a ahogarse en su propio poder. A veces la fuerza nos hace ser débiles, cuando le poseemos a destiempo, sin que estemos preparados para ella.
Hasta allí llega la extensión de aquel primer encuentro. Cruce de vidas y pensamientos que no tuvieron ningún significado especial, en esa ocasión. El cual yo deseché al olvido por la misma circunstancia: no era relevante. Jamás pensé que llegara a ser un ser importante en mi vida, ni mi amiga, ni mi confidente, admirada fuente de inspiración; mucho menos una obsesión y tortura, un amor inmaculado del cual no me pude limpiar nunca más. Mi sangre se manchó de la grandeza que yo le otorgué, mi corazón enfermó de ella y su agonía crónica no halló más que curas momentáneas, píldoras inútiles que retrasaban el dolor sin aliviarlo por completo. Mi mente se perdió en los predios de palabras escritas en aquella sangre contaminada que me liberaba y condenaba a un mismo tiempo.
Mucho tiempo después conocí a Rhona Herrera. Persona con quien creí tener una conexión dejà-vú. Llegó a ser una gran amiga y compañera. Hecho que se la debo a esa alarma del subconsciente que me decía conocerla de otro lugar o tiempo determinado.
Para ese entonces no me acordaba en absoluto del ya descrito primer encuentro y no les asocié hasta mucho después; cuando volví a ver a María de los Ángeles.
Habían pasado unos tres o cuatro años y pensé que era Rhona (a quien no veía en meses, había perdido toda pista de ella) y mi impulso inicial fue ir a su encuentro y abordarla con un abrazo o algo por el estilo. Sin embargo, al detallarla bien, descubrí que no era Rhona. Impactado por el asombroso parecido de ambas mujeres, traté de acercarme a ella poco a poco entre la gente, pensando "quizá es su hermana o algún pariente cercano y quizás me pueda informar de Rhona".
Nos encontrábamos en un salón, lleno personas que habíamos asistido a una reunión. Era un taller de auto ayuda, una terapia de grupo. Ella portaba un distintivo, como todos los presentes, en su pecho en el cual se leía claramente su nombre: MARIA. No era Rhona, de eso podía estar seguro. Se parecía muchísimo, quedaba saber si eran parientes en algún nivel.
Tenía el mismo tipo de mirada: hipnótica y profunda, pelo castaño, largo y liso. Los mismos hoyuelos en sus mejillas al sonreír, la boca grande y carnosa, nariz sobresaliente y de puntas redondeadas. En fin: casi gemelas. Sus principales diferencias se encontraban (colocados de forma contradictoria por un dios desconocido) en los elementos que más les hacía semejantes: sus ojos y bocas. Si bien María tenía los ojos grandes, saltones y de un color verde-gris, los de Rhona, variaban de tono según la incidencia de luz en ellos. Cambiaban de aquel verde profundo a un color ámbar, inclusive café. No soy un experto en la materia y no sé por qué ocurría eso, lo único que sé es que resulta ser un efecto visual característico de algunas personas; sea cual sea su naturaleza. Sus miradas eran diferentes aun siendo parecidas. La de María era más irreal y perdida, humorosa, a veces sin sentido, de difícil y cifrada expresión, casi carente de ella. Rhona desplegaba una mirada más viva e inquieta, a pesar de su profundidad. Real, daba la seguridad del enfoque en el objeto o persona, blanco de su atención. Con Mariángeles no funcionaba de esa manera. Muchas veces atravesaba con la vista los objetos y/o personas. Como si estos fueran meros cristales transparentes que se pudieran trascender o como si no existieran. En cuanto a sus bocas, Rhona la tenía pequeña, aunque un tanto más carnosa, muy expresiva y sensual. En María los labios se mostraban estrechos y finos, sin sensualidad. Eran atractivos a su modo. Con una extraña emisión de espiritualidad, más capacidad para la risa y el desdén.
Ambas voces eran iguales, de eso si estoy seguro.
Prácticas, inteligentes, decididas, arrolladoras y en apariencia dueñas de sí mismas, con sentimientos fuertes y con orgullos desarrollados de forma suficiente, amoldados a sus propias personalidades. Voluntades más de energía mental que corporal; en fin, todos esos detalles comunes que les ataban sin ellas saberlo ¡Y, aun así, eran distintas!
Una muy humana, con un gran corazón; la otra muy espiritual, con una gran alma.
Mucha gente, a estas alturas del relato, se preguntará, quizás, en qué beneficia esta comparación de María (muy conocida por todos) con una chica desconocida. Digo esto porque aún debe estar presente en la memoria de mucha gente los hechos que hicieron de Mariángeles un personaje de relevancia internacional. Cuyo caso fue blanco de seguimiento público, especulaciones filosóficas y religiosas, opiniones controversiales e inclusive: estudios científicos. Todo esto contrastaba con una Rhona Herrera incógnita. de la cual yo mismo no supe más, de quien no sé ni siquiera si está casada, si tiene hijos, si trabaja, si le interesó el incidente con María y cuál era su punto de vista. Tampoco sabía de su salud, si vivía aún. Pudiera parecer cruel, pero es una posibilidad, un accidente, una enfermedad rara; qué sé yo.
La trascendencia del hecho en sí es sencilla y hasta muy lógica. Los residuos subconscientes de aquel encuentro inicial con María me ayudaron a establecer contacto con Rhona, argumentando la supuesta conexión dejá-vú con ella, cuando la realidad era que había conocido antes fue a María de los Ángeles y no a Rhona. Mucho menos era una persona relacionada conmigo de presuntas vidas pasadas, en el supuesto caso de que la reencarnación sea cierta. Luego su amistad me permitiría conocer de antemano la personalidad y los rasgos generales de María. Quizá yo comencé a enamorarme de Mariángeles a través de las virtudes de Rhona. Eso explicaría en parte porque yo me sentí identificado y atraído por ella de manera inmediata ¡claro, si ya conocía su alma! Le sabía y le quería desde antes. ¡Cuántas veces no creí amarla desde mil años atrás! Por supuesto, yo no caí en cuenta de tal cosa sino hasta ahora. Antes creía que era el destino, Dios nos había juntado porque ella era un ser esencial para mi vida y respiración y llegué a pensar que yo también sería el complemento perfecto para ella.
Lamentablemente para mí, no fue así y nos alejamos sin ni siquiera darnos cuenta...
Habiendo hablado de los primeros recuerdos ahora me toca describir los últimos. Cómo podría olvidarlos, están tan llenos de claves, palabras dulces, confesiones, risas, alegrías, tristezas y nostalgias que sería imposible solamente el hecho de pensar en ello (en echarles al olvido). Nada, o casi nada, ha escapado de mi memoria, ningún detalle fue menospreciado y es mucho lo conservado en mí de aquellos instantes postreros.
De los detalles físicos del ambiente destacan la luz y la cristalería, el espacio y la tranquilidad del mismo. Murmullos aquí y allá interrumpían con suavidad el silencio del pequeño café donde nos encontrábamos. Personas concentradas en ellos mismos o en sus acompañantes, pendientes de los indicadores del Dow Jones o de la conversación efectuada con un colega o un potencial cliente. Todos esos detalles nos otorgaban un cierto anonimato exquisito. Tomábamos café, ni más ni menos, como lo que éramos: dos viejos amigos que se querían de formas diferentes; yo la amaba con locura y devoción incondicional y ella me quería, tan sencillo como eso y tan complicado que nunca supe hasta donde llegaba el grado de su querer.
Su vestimenta era sencilla y dinámica, el rostro reflejaba su habitual semblante casi inexpresivo. Sonreía a media luz, le faltaba energía a su boca para emitir más libre alguna alegría. Las puertas interiores de sus ojos se abrieron ante los míos y por momentos logré mirar más allá de la muralla, alcancé algunos secretos mientras otros permanecieron escondidos en sus más misteriosas profundidades. Le sentí, a pesar de su aparente aflicción, mucho más tranquila y relajada que yo, quien era un manojo de nervios, temblando ante su presencia. Así era ella, siempre segura de sí misma; muy pocas ocasiones le vi perder el control, parecía tener las respuestas a todo, su visión le permitía un vasto espectro de posibilidades que, sin embargo, muchas veces no utilizaba.
Discutíamos, entre otros tópicos, sobre el desarrollo y expansión de las enseñanzas predicadas por el Maestro Oriental Ganid. Analizando los acontecimientos, comparando ideas y expectativas personales, frente a un acontecimiento fuera de lo común suscitado por dicho personaje. Aunque, si el suceso parecía o tenía algo de extraño, esa rareza se perdía en el marco de la misma situación irregular de decadencia religiosa que experimentaba el planeta en esos momentos. Si añadimos a la nihilista receta el vacío espiritual y las carencias morales del hombre moderno, el resultado era poco menos que un caos. Todos necesitamos un algo en que creer, Dios, la iglesia, la ciencia, un líder político; en fin: una institución o alguien (visible o no) que simbolice y de vida a toda una gama de esperanzas e ilusiones. Cuando ya no quedó nada digno en que depositar la fe, acumulada por la variada y heterogénea raza humana, una anarquía mística se apoderó de nuestras maltratadas y abandonadas almas. Habíamos visto caer nuestras creencias, profecías y cultos en un abismo de descreimiento, incomprensible, inimaginable. Habíamos crecido seguros en nuestras convicciones y dogmas ¿cómo poder vivir ahora sin ellos? ¿Con qué nuevas o viejas esperanzas alimentaríamos nuestros espíritus atribulados?
-¿Tú crees que sea cierto lo que se dice de él? Dicen que es una especie de profeta del siglo XXI. Le atribuyen una sabiduría celestial -me preguntó María muy intrigada.
A decir verdad, yo pensaba que, a pesar de cierto liberalismo en sus ideas, ella aún era muy religiosa y se hallaba, por ello, atada al pasado. Creí que esos temas no le interesaban demasiado y que sólo era curiosidad ante las características peculiares del asunto.
- No lo sé, no estoy seguro de nada todavía. De todas maneras, hay que tener mucho cuidado en qué creer, a veces la prensa exagera y quizá están haciendo de un granito de arena una montaña gigantesca - respondí.
Ya hacía tiempo monitoreaba la carrera de Ganid y si bien no llegaba a conclusiones tan elevadas, a mi parecer inmoderadas, asumía que algo de cierto podría haber en ellas.
-A lo mejor si es lo que afirman y puedo estar equivocado -recalqué.
-¿Tú crees?
-Es una posibilidad.
Ella se encogió de hombros y revolvió un poco su café antes de sorberlo. Bajó su mirada, impidiendo observar algún pensamiento a través de ella.
-No sé por qué, pero todo esto llama mucho mi atención, siento que es importante para mí, aun cuando desconozco las razones que le dan relevancia dentro de mí -añadió muy seria y contrariada
- Yo sólo conozco algunos detalles, supongo que no mucho más que tú. Tengo entendido que es un Maestro Oriental dedicado, según sus propias palabras, a revivir o reforzar la fe perdida en las enseñanzas de Jesús. Ignoro su origen, él (al parecer) nunca habla de eso, dice que es irrelevante su lugar de procedencia, lo importante es el mensaje: la renovación de la Religión de Jesús, sustentada en hacer la voluntad del Padre y en el amor al prójimo.
- ¡Vaya! ¡Y todavía afirmas no saber más que yo! - exclamó sorprendida.
Todo su rostro se iluminó en una sonrisa, en sus ojos brilló algo que era más que alegría y que no encuentro parangón para describirle.
-Creo que exageras -dije un tanto ruborizado.
Aún no estoy seguro si me sonrojé en un acceso de pudorosa modestia o por el aspecto radiante de su expresión. Quizás por ambas causas.
-Yo pienso que no. Tu conocimiento en estas cosas es muy amplio, deja tu falsa humildad para alguien que no te conozca bien -replicó con gran seguridad en sus palabras; las cuales agradecía, por supuesto.
Reí.
-¿Y qué desea saber la señora? -inquirí divertido.
Ella tomó aire, como si fuera a sumergirse en aguas profundas, hizo una pausa y, afinando su artillería hacia mí, comenzó a disparar preguntas a discreción.
-¿Es un Profeta?
-No soy la persona más indicada para afirmar o negar tal cosa.
-Está bien, cambiaré la pregunta: ¿Tú crees que sea un Profeta? ¿Qué piensas de él? ¿Qué expectativas y hechos esperas de él?
-¿Qué creo yo?
-Sí.
Esta vez la pausa la hice yo.
-Para serte sincero mi cerebro del nuevo milenio no asimila con facilidad el término "Profeta". Me suena a augures y visionarios de un remoto pasado. A trucos de mago de feria. Reconozco en él un gran carisma espiritual y el hecho mismo de su aparente sencillez, admiro su actitud cordial, sin poses estudiadas ni ínfulas de erudito o santo, él no va esparciendo la idea de que su verdad es la única verdad.
-Sin embargo, él sostiene que su misión, incluida su predicación y sus enseñanzas, son de fuente o por orden divina - atacó Mariángeles con astucia.
-Buena observación. Aunque creo que los medios han distorsionado sus palabras.
-O sea: no es un Profeta.
-Elijo decir no, aunque a veces me da la impresión de estar equivocado.
-No obstante, él hizo una profecía ¿eso no lo convierte en Profeta? -repostó enérgica e inquisitiva, captando toda contradicción que se escapara de mis labios.
Había Olvidado ese detalle. Era verdad: él había predicho un acontecimiento de índole místico-espiritual apenas unos días atrás.

María de GabrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora