Cap. XI El Puente

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En el vuelo, Jonathan trató por enésima ocasión de contactar o hallar algún medio de transporte que nos trasladase a Pascua. Era cierto que hasta hacía unos años estaba prohibido encender un móvil en los aviones, la tecnología ya había resuelto esos riesgos. Hasta Wifi había en el avión. Sus intentos fueron infructuosos. Después de dos horas de lucha virtual se entregó de lleno al descanso. Durmiendo el resto del viaje, mientras yo me comía las uñas. Imposibilitado de conciliar sueño, retomé la búsqueda del transporte. Y allí, después de haber pasado tanto tiempo, pude disfrutar de nuevo de aquella sonrisa a medias que había perdido. Era ELLA, un grupo de jóvenes investigadores, estudiantes y científicos, cumpliendo labores de enseñanza y aprendizaje, le hallaron vagando cerca de la ladera norte del Rana-Roraku, en el sureste de la isla, durante una de sus periódicas expediciones a las canteras del volcán antes mencionado.
La noticia acababa de ser publicada por ellos mismos y en una imagen tomada con una antigua cámara portátil se podía observar su níveo rostro bañado por un sol radiante. Su larga cabellera danzaba con alegría. Pronunció unas breves palabras a requerimientos de su interlocutor.
“¡Buenos días! ¡Saludos cordiales desde acá! Quisiera decir muchas cosas en este momento, pero como el tiempo disponible está limitado trataré de ser breve. Yo me siento tan extraña y emocionada al mismo tiempo, por estar aquí en esta pequeña isla; espero que cada persona que esté recibiendo esta transmisión se encuentre lo mejor posible. Para los que creyeron, gracias, muchas gracias. Mi repentina llegada a Pascua confirma que su fe no fue en vano. No fe en mi persona, al final, todos somos instrumentos vivientes de Dios, sino en el acontecimiento y sus extraordinarios realizadores. Aquí estoy, viva, respirando, aún para quienes dudaron. De todas maneras, yo no soy más importante que ustedes. Mi misión es la misma de todos: una misión encomendada desde siempre y para siempre, recordada con esperanza. Esa misión no es otra que hallar al Dios dentro de nosotros, aceptar su paternidad, reconocer que somos sus hijos, comportarnos como tales y hacer su voluntad. Y su voz nos dice “Sed perfectos, así como yo soy perfecto”. Sin embargo, tiempo habrá más adelante para hablar sobre este tema con profundidad. Yo estoy aquí, en Rapa-Nui, y me quedaré aquí; siento que debe ser de esta manera, supongo que cuando mi madre venga a buscarme y me otorgue la felicidad de verla a ella y a mi hijo me iré. Aunque no sé si regresaré a mi país de origen. Aún ahora me siento muy nerviosa, un tanto deslumbrada, diría yo, con esta tarea por cumplir. La cual ni yo misma tengo una idea clara, como va evolucionar. Escuchen sus propias voces, así nuestros frutos maduraran en una gloria individual, pero de alcances colectivos. Les pido paciencia y comprensión, tolerancia; soy humana y como tal puedo cometer errores, equivocarme, tener miedo o vacilar. De todas maneras, es lindo estar aquí, con ustedes, necesito su apoyo. Yo sola puedo hacer muchas cosas, pero juntos lograremos la totalidad de las metas que nos han sido encomendadas. Y aun cuando se supone que esto es una bienvenida de parte de ustedes, mis queridos y fortuitos anfitriones, yo les aseguro una bienvenida mucho mayor, una bienvenida de nuevo a un mágico y hermoso plan: La Elevación Espiritual de cada ser amante de la verdad más verdadera, la Primera Fuente y Centro de la Creación, alguien a quien solemos llamar Papá Dios. Al fin y al cabo, el concepto del Padre Universal es el concepto más elevado que puede tener el ser humano de Dios. Pero Dios es mucho más que un Padre Infinito, mucho más que un Creador Amoroso, mucho más que una Eterna Fuente de Sabiduría, mucho más que un Controlador Absoluto. Él es todo eso y mucho más. Amor, como energía, vierte sobre nosotros su aliento y fraternidad, Él verdaderamente se aflige en cada una de nuestras desventuras y ríe nuestras alegrías, crece cuando crecemos y se glorifica con nuestras glorias. Muchas gracias. Que la máxima Luz les ilumine”.
Después de estas pocas palabras, no obstante, valiosas. Ella caminó hacía el concurrido y emocionado grupo, luego de unos abrazos y otras expresiones de alegría se dispusieron a tomar un refrigerio, cobijados por el improvisado techo de una tienda de campaña. El interlocutor, conductor de la jovial expedición, y artífice de la grabación expresó sentirse muy emocionado por haber redescubierto a María, junto a sus compañeros y alumnos. Como hombre de ciencia y de espíritu científico, nunca tomó demasiado en serio los hechos acaecidos con el inicio de la capacitación del Primer elevador espiritual del Planeta. Sin embargo, ahora, gozando de la presencia de Mariángeles, no se podía permitir el lujo de dudar. Estaba convencido, no tenía la menor idea o teoría acerca de las posibles repercusiones del evento, pero sentía una inmensa felicidad por haberse equivocado. Además de agregar que tenía mucha hambre, con todo lo acontecido no había ingerido bocado alguno. Se despidió con amabilidad y con un emotivo y efusivo “Que la Paz sea con vosotros” cerró la entrevista y hasta allí la transmisión.
Si este señor se hallaba emocionado yo lo estaba el doble. Yo amaba a esa mujer, nada más verla me causaba variadas sensaciones. Observe la grabación varias veces, deteniéndola de cuando en cuando para admirarle y perderme en sus facciones. La resolución de la imagen era del todo óptima. A pesar de la antigua cámara con que fue grabada. Aparte de una que otra fluctuación, causada por el intenso viento, pude ampliar la estampa de mi querida Musa, antes perdida, hasta llenar la pantalla con su sonrisa taciturna, con sus ojos verde-grises. Su ropa era la misma que estaba utilizando el día en se “fue”, su cabello había crecido de nuevo, retomando aquella gallardía, abundancia y longitud de antaño. No lucía maquillaje alguno en su tez, los labios se entreabrían un tanto pálidos, al natural. Se veía más delgada, menos cachetona, un poco más blanca, así como su pelo castaño oscuro había aclarado mucho su tono, brillando con cada destello solar. Luego de terminar la improvisada conferencia y contemplar la explosión de alegría del grupo explorador, se hizo un sencillo moño con su propio y despeinado cabello, tomando un emparedado de relleno desconocido y un vaso, con un no menos incógnito contenido, proporcionado por una chica muy hermosa que se encontraba con el grupo.
Al arribar a Santiago regresó de sus brumas oníricas, muy animado. Me relató de ciertas proezas eróticas obtenidas en su imaginario mundo paralelo y no se lamentó en absoluto por haberse perdido la videoconferencia.
—Sólo hay que reproducir la memoria y listo. En cambio yo, que no soy una máquina, no podría retornar a ese magnífico sueño por voluntad propia —comentó muy ufano y displicente —¡Vamos! ¡Cambia esa cara! Conozcamos a tu dulce Dulcinea.
Buscamos un lugar apartado en el aeropuerto, un pequeño cafetín escondido en el ala norte del mismo. Observamos la grabación mientras merendábamos. Luego de verla reparé en el rostro de Jonathan, buscando algún rastro de emoción y alegría, el cual no encontré. Me sorprendió mucho su actitud. Se encontraba pensativo, serio, quizás hasta arrepentido ¿Arrepentido de qué? No tenía la menor idea de lo que pensaba.
Apurado por el silencio y la curiosidad le pregunté el porqué de su mutismo. Y su respuesta no pudo ser más confusa.
—Me encontraba pensando qué hago yo aquí y que cosas espero conseguir, aprender u obtener de este viaje o búsqueda. No sé, tú eres el que está enamorado de ella, yo sólo...
Guardó silencio.
—¿Tú sólo qué?
—Mira, no sé cómo explicarlo. Ella es muy linda, parece ser sincera, tiene un cierto carisma espiritual, es agradable. Al verla y oírla entiendo porque te enamoraste de ella. A simple vista se ve que es especial. La chica rubia que le obsequió el refrigerio era (con mucho) más hermosa que Mariángeles. Tiene esa clase de sonrisa que haría que matases al Papa si te lo pidiera. No sé, sus ojos, su boca, su nariz, su cabellera dorada, todo en ella. No soy muy bueno para describir esas cosas. Detalles. A pesar de esa belleza alegre y desenfadada ella, se veía bastante opacada con María de los ángeles y su sutil tristeza. ¿Cómo te lo digo? Mariángeles sonríe y es afable en el video, sin embargo, existe un cierto aro melancólico en su mirada, en su hablar. Taciturna, dirías tú. ¡Ay, ya me enredé!
—Pues sí, te estas enredando y me tienes muy confundido. No tengo idea adónde quieres llegar —le dije, aunque estaba totalmente de acuerdo con su descripción.
—La cuestión es que para ti esa mujer lo es todo, significa corazón, vida, alma y muerte. Para mí no y la verdad es que ahora mismo, no me interrogues por qué, siendo sincero no lo sé, son sentimientos muy confusos y raros, me pregunto: ¿Cuál es mi afán en verla? O sea, no me malentiendas, sé que todo el acontecimiento y ella misma son importantes. Pero para oír su mensaje, que es lo esencial, o parece ser lo fundamental, del asunto, sólo tengo que verla por Televisión o Internet. Ni más ni menos. Sería el mismo resultado que verla en persona —explicó.
Le comenté que no estaba de acuerdo, no es lo mismo hablar con ella, conversar, intercambiar impresiones, emociones, sentimientos con una persona, que observarla desde un frío aparato a miles de kilómetros de distancia. En definitiva, no existía comparación. Él argumentó que yo decía eso porque me encontraba enamorado de ella y por lógica quería tenerle cerca de mí. Nada reprochable, él también hubiera deseado lo mismo si fuese yo, no obstante, él no era yo. “Gracias a Dios”, agregó.
Ya camino a Valparaíso, en el tren, conversamos parte del trayecto acerca de esas ideas y sentimientos que experimentaba. Por mucho rato estuvo cerrado en su posición de desánimo agudo, luego me otorgó la razón a medias en algunos aspectos. Conviniendo en que podía ser alguna clase de crisis de fe y duda que ya en otras ocasiones le había afectado. Me pidió que no tocásemos el tema por un tiempo, por lo menos no durante el resto del viaje, necesitaba meditar y repensar todo el asunto.
—No te preocupes, después volveré a ser el mismo loco que te siguió, ciegamente, en esta insana cruzada. Déjame disfrutar de este pequeño periodo de lucidez —manifestó a medio sonreír.
Por lo menos se tomó las cosas por el lado deportivo. A mí realmente me perturbó ese repentino cambio de actitud. Me sentí solo. Sin embargo, todavía me quedaba el consuelo, la seguridad, si en algún momento dado, las fuerzas me fallaban él, tomaría la decisión de acarrear conmigo, si era preciso. Mientras persistieran sus dudas no habría tal socorro. Estaba solo, con mi destino, con una meta tan anhelada como desconocida. Esto me hizo pensar en mí mismo. ¿Qué era lo que yo esperaba de este viaje? ¿Aprendizaje? ¿Conocimiento? ¿Reconocimiento? ¿Amor? ¿Espiritualidad? ¿A Jesús? ¿A Dios? ¿La Verdad de todas las cosas? ¿Qué buscaba yo realmente?
La respuesta, o parte de ella, fue sencilla: a María de los Ángeles. La verdadera cuestión era: ¿Qué esperaba yo de ella?
Una vez en Valparaíso Jonathan y yo, olvidándonos de la cuestión anterior, nos dirigimos hacia los muelles. En un desesperado intento de encontrar medios de transporte que nos llevara a Pascua. Ya habíamos agotado todas las posibilidades por aire y ahora probaríamos por agua. Nuestra esperanza se centraba en un bote rápido, en el que pudiésemos llegar en unos pocos días. No teníamos muchas opciones y si muchos muelles privados que examinar. Nos separamos y comenzamos la búsqueda, yo hacia el norte y él al sur. Si alguno encontraba algo positivo llamaría al otro. Sabíamos que las posibilidades eran ínfimas y lo más seguro era que no encontrásemos nada y habría que empezar todo al día siguiente; pero un último intento no caía mal ese día.
Era casi ya las 5:00 de la tarde cuando inicié una extensa caminata, preguntando aquí y allá. Después de dos horas el resultado era desalentador, no había un solo bote que fuera a la Isla de Pascua. Un señor, dueño de un yate se ofreció a llevarnos, pero el precio de alquiler más sus honorarios como capitán eran demasiados exorbitantes y hube que omitir la oferta. Aunque no podía olvidarla del todo, podríamos reunir un grupo de personas que fueran a Rapa-Nui, me imagino que con la misma intención de nosotros y así el costo sería menos oneroso por cabeza. Era una remota oportunidad, sin embargo, quizás funcionase.
La Situación no resultaba nada favorable. Oscurecía. La mayoría de los botes estaban solos, otros se encontraban en reparación. Algunos puestos se hallaban vacíos y otros tenían programada una actividad diferente y opuesta a mis propósitos. Ya abatido y con el ánimo por el suelo, me dispuse a revisar las dos últimas marinas que restaban en los muelles del norte. Un vigilante, no muy amable, por cierto, me abordó apenas entré. Inquiriendo sobre los propósitos de mi prolongada y sospechosa estadía en los muelles. Me informó que había sido monitoreado mi presencia.  Solicitó una explicación a mi extraña conducta. Yo, sin muchos rodeos, le indiqué que buscaba un bote que me transportase hasta la Isla de Pascua porque los vuelos hacia allá estaban copados y la lista de espera era impresionante. El motivo de tal congestionamiento, gracias a Dios, lo conocía muy bien. Había escuchado la noticia en los medios. Cambiando su actitud de malas uvas, me indicó el lugar donde estaba anclado un bote rápido de alta tecnología, cuyos tripulantes, un grupo de turistas japoneses y filipinos, habían manifestado su deseo de partir hacia Rapa-Nui. Regresarían a la isla por la curiosidad que le despertaba la reaparición de Mariángeles pues esta había sido una de sus escalas antes de llegar a Chile y conocían bastante bien la isla, habiendo permanecido en ella varias semanas. La noticia era toda una maravilla, excepto por un pequeño detalle: estaban por zarpar. De un momento a otro el yate dejaría la marina en busca de la dichosa Pascua. Olvidando llamar a Jonathan, salí corriendo hacia el lugar, señalado por el vigilante, correspondiente a la nave en cuestión. Le ubiqué con facilidad, era la única embarcación con todas sus luces encendidas y en medio de la noche me fue imposible no verla. Lo malo es que esas luces estaban en movimiento. Me acerqué, todo lo rápido que pude, haciendo ademanes y señales. Era difícil que me vieran y no esperaba que lo hicieran, fue un intento desesperado para llamar su atención. Contrario a todo eso, del maremágnum de luces, surgió una menuda figura que respondió a mis señales. En apariencia, muy alegre y ufana, el pequeño asiático se despedía parado en la cubierta de popa.
No pudiendo dejar escapar la ocasión, redoblé mi carrera, arrastrando la maleta, cuyas diminutas ruedas protestaban por el abuso. Observé que todavía se encontraban cerca de las camineras de la marina. Calculé un sitio en donde interceptar la trayectoria de la luminosa nave. El japonesito, luego me enteré que era japonés, me miraba sorprendido y sin dejar de saludar. El mejor sitio para interceptar a la embarcación era un pequeño puente en construcción, que haría las veces de pasarela entre las dos marinas. Agotado por el esfuerzo llegué al susodicho puente, como pude le grité en ingles que yo deseaba ir a Pascua con ellos. Japonés entró al bote, reclamando la atención de sus compañeros. Esperanzado, observé como el bote bajaba de la velocidad, para luego tomar rumbo hacía donde yo me encontraba. El vigilante vociferaba a lo lejos algo sobre el puente que no alcancé a entender. Viendo cercana la nave turística, intenté cruzar el paso para llegar al otro lado de la marina. En medio de aquella oscuridad, contento por la realización de mis deseos, sentí como el improvisado piso de aquel puente, aun no terminado, cedía bajo mis pies. Caí en las frías y enlutadas aguas, hundiéndome en el canal, pues yo no sabía nadar.

María de GabrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora