Cap. III Concomitancia

16 3 12
                                    

Sobre esta coincidencia de nombres bromeaba a María de los Ángeles.
-¿No serás tú María de los ángeles? Digo: tu primer nombre es María
-¿Yo? No vale, imposible -respondió ella incrédula y sonriente --¿Cómo se te ocurre tal cosa? Yo estoy casada y tengo un hijo ¡qué voy a estar siendo yo!
-¿Por qué no? Eso no te resta méritos, al contrario, tendrías a tu favor un cierto toque maternal que otorgarle al asunto.
-Estás loco, lo más seguro es que sea una chica virgen consagrada a un determinado servicio espiritual y humanitario desde niña.
-Estoy consciente de eso, sólo bromeo; pero yo creo que tú eres una persona muy espiritual y ante mis ojos pareces ideal para esa tarea, a pesar de tu esposo y tu hijo.
Ella me miró con tristeza al oír la afirmación. Quizá se sentía culpable de no poder corresponderme.
-Gracias -contestó en baja voz.
Siempre trataba de eludir el tema desde que ella se había casado. Sin embargo, en ese momento dejé escapar aquel pequeño comentario. Lo cual significaba una confirmación a sus sospechas acerca de mis sentimientos por ella. Aunque yo deseaba expresarle mi amor nunca le decía nada, temía distanciarnos más de lo que ya estábamos. No quería atribularle con mis necesidades, ahora que ella había encontrado un rumbo a su vida, además de las responsabilidades y respeto que les debía a su esposo e hijo.
Al menos así, en la situación de amigos, le veía de vez en cuando para charlar y compartir algunos instantes. Encuentros en sí que no tuvieron, en ningún momento, nada de irregular o de adultero. Ella respetaba su matrimonio y yo la respetaba a ella. Confieso que muchas veces me contuve para no mostrar mi cariño. En líneas generales nada pasó entre ella y yo. Éramos conscientes de que nuestros papeles ya habían sido asignados o escogidos y cualquier desviación sería traumática para todas las partes; sobre todo a su pequeño e inocente hijo.
-De todas maneras, creo conocerte lo suficiente para afirma tal locura -agregué medio en broma.
Aunque mi tono fue más bien triste.
Ella suspiró, observó su taza de café vacía y colocándola a un lado, con suavidad y elegancia, como si ésta obstaculizara o dificultara sus palabras, confirmó uno de los extraños rumores que de vez en cuando oía en mi cabeza y los cuales yo creía inciertos.
-Si existe una persona que me ha conocido como en realidad soy, en el sentido de tener un mayor conocimiento sobre mi persona y mis respuestas emocionales, sin que por eso hubieses tenido acceso a algunos secretos y detalles muy íntimos, que talvez nunca sabrás, esa persona eres tú.
Era algo que yo sabía, pero oírlo de sus labios me llenó de una sublime y absurda alegría. Era un privilegio que nadie más ostentaba, me hacía sentir que yo era único en su vida y que jamás existiría otra persona, a excepción de mí mismo y los errores que yo pudiera cometer, que me excluyera de ese pequeño lugar en su corazón.
-Yo pienso lo mismo de ti, me conoces tan bien. En muchas ocasiones te adelantas a lo que voy a hacer o decir, como si leyeras mi mente...
-...O tu corazón -interrumpió, completando la frase, como para confirmar su poder sobre mis pobres capacidades amatorias.
-O mi corazón -admití, sosteniendo mi mirada cómplice de la suya.
-Ojalá y pudiera leer la mente -se quejó, con tristeza -no te imaginas la cantidad de dolor que evitaría; a mí y a los míos.
No pude saber si se refería a mí o a otras personas.
-Entiendo -dije.
Sentí que el puente levadizo había sido bajado y si alguna vez tuviese la oportunidad de contarle de mis aún palpitantes sentimientos era en ese preciso instante.
Decidí echar afuera de mí pecho los cantos y verdades de aquel monstruo sublime que vivía por ella y para ella; aunque sobrevivía sin ella.
-Debo confesarte algo -enuncié a media voz.
Mariángeles me observó atenta, con aquella expresión característica en ella, a medio camino entre la alegría y la aflicción. Sus ojos verdes gris estaban en mí y sentí que me pertenecían esa mirada y esa ocasión. Fueron pocos segundos, lo admito ¿qué otra cosa podía pedirle mi corazón sin forzarla a traicionar sus propios sentimientos y deberes?
-Lo sé -dijo, con cierto aire de pitonisa.
Sin esperar que yo terminase mí confesión.
Yo escuché muy bien sus palabras, sin embargo, hice caso omiso y fui directo al grano, con el alma en la mano.
-No te he podido olvidar Mariángeles, aún te quiero... te amo. Suena ilógico y absurdo, me doy perfecta cuenta de ello y sé, también, que talvez no sirva de nada. Espero, de verdad, no ofenderte ni hacerte sentir incomoda, simplemente es lo que siento.
-Lo sé, yo lo sabía ¿tú crees que no te conozco? ¿Crees que soy insensible? Yo tengo sentimientos, soy de carne y hueso y siento tu cariño. Aunque no entiendo porque dices que es ilógico.
-Bueno, tú estás casada y... -ya a estas alturas me había puesto nervioso
-Y tengo un hijo -ella, una vez más, complementó mi falta de palabras.
-Y tienes un hijo -asentí, sin dejar de mirarle.
-Eso no importa, por lo menos para el amor no. Supongo que el verdadero amor tiene que ser así, incondicional, puro, sincero, no siendo relevante el hecho de sí estoy casada o no y mucho más allá de los hijos y el tiempo.
Yo me limité a verle y gozar su expresión. un poco incrédulo de mí mismo y de ella. ¡Mariángeles y yo hablando de ese tema como si tal cosa! Ambos, sin simulaciones o falsas poses, comentábamos, calmados de aquel pasado que aún insistía en estar en nuestro presente; y talvez nuestro futuro.
-Además -continuó ella -yo también debo decirte algo. Hoy por hoy me encuentro aprisionada en este matrimonio, mañana quizás no sea así. Estoy cansada de ver a mis amistades a escondidas para no molestarlo a él y no tener un problema. ¿Por qué debe ser de esa manera? Yo no estoy haciendo nada malo. Muchas personas han dejado de visitarme para evitar sus malas caras, es muy incómodo. No entiendo que le disgusta de las personas y porque es tan asocial. Es muy irónico, tanto que me negué a ser la misma de antes y elegí precisamente a alguien que me ha empujado, sin yo darme cuenta, a ser la misma Mariángeles del pasado. ¡Por Dios! ¡Tengo una cabeza, dos pies, dos manos, como todo el mundo! ¡Soy igual a todos! Es lógico que quiera tener relaciones y amistades, vida social o comunitaria con otras gentes. Me siento como una golondrina condenada a la esclavitud. Atada a un encierro casi voluntario, ya que yo permito ser encerrada, mientras mis instintos me ruegan volar al Sur. Me siento limitada, no puedo hacer esto o aquello porque al señor no le gusta. No es justo ¿Acaso lo que yo piense o sienta al respecto no importa?
¡Cuánta energía y decisión había en sus palabras! Se le veía un tanto atribulada pero firme y majestuosa en sus afirmaciones.
¡Tamaña confesión! No cabía duda de que era una tarde llena de sorpresas esperadas, pues ese también había sido uno de los pequeños murmullos en mi cabeza. Eran ciertos dos de mis presentimientos, eso era demasiado. ¿Significaría el fin de su matrimonio? ¿Qué posición debía tomar? ¿Cómo convencer a mi corazón que no construya las más variadas y grandiosas ilusiones?
Sin embargo, no dejaba de sentir pena por ella, un fracaso es un fracaso y María, con todo lo fuerte que pareciera ser, es humana y por lo tanto debía dolerle mucho su decisión. Siempre y cuando ya estuviese decidida.
- Te lo digo Robert: Me separé de José - anunció con fuerza.
No me atreví a hacer pregunta alguna. Yo estaba fuera, aun cuando le quisiera tanto. No tenía derecho a inmiscuirme; era un problema entre marido y mujer, los terceros siempre sobran en este tipo de situación y yo no sería la excepción. Y, lo digo con sinceridad, la primera persona en quien pensé fue en el niño, luego en ella y por último en mí. Lamenté la oportunidad que habíamos perdido mucho antes de todo esto, antes de su matrimonio y de conocerlo a él. Meditando lo diferente que fueran las cosas, sí me hubiese aceptado.
-Creo que tú y yo nos fuéramos entendido bien - comenté nostálgico -si el destino hubiera jugado a nuestro favor.
Cualquiera vería rastros del más desvergonzado de los egoísmos en esas frases, no obstante, la verdad es que salieron desde lo más profundo de mi alma. Además: ¡Claro qué lo creía! ¡Teníamos tanto en común! Nos conocíamos bien el uno al otro ¡por supuesto qué hubiese funcionado!
-Yo también pienso lo mismo, pero ya no hay remedio, lo nuestro no pudo ser y ahora mismo, como podrás comprender, yo sé que sí lo haces, no deseo nuevas ataduras a un hombre. Necesito mi espacio, quiero desarrollar mis proyectos, estudiar, trabajar, vivir sin la impresión de que estoy ofendiendo a nadie por hacer algo que a mí me parezca correcto, pero a él no. Quiero estar sola, permanecer así y no creo querer iniciar otra relación; lo siento Robert, tienes que entenderlo: no quiero que sufras por mí, no te hagas falsas ilusiones - dictaminó con amarga disciplina.
El mensaje era clarísimo; doloroso para mí. Era cierto, claro, justo y sincero.
-Te comprendo perfectamente -respondí -y sabes que puedes contar conmigo incondicionalmente, para lo que sea y como sea, como siempre ha sido. Confía en mí.
-Lo sé y no tienes idea como te lo agradezco. Seamos amigos, es lo único que tengo para ofrecerte... aunque una nunca sabe que vueltas da el mundo.
La conversación giró luego hacía otros derroteros. Evitamos seguir hablando del mismo tema. Supongo que ya habíamos confesado suficiente y cada cual necesitaba tiempo para pensar en ello. La tristeza se disipó, fue divertido y alocado; casi volvimos a ser los mismos de cinco años atrás, cuando nos empezamos a conocer y ninguno de los dos imaginaba siquiera que nuestras sonrisas se enredarían entre tanta maraña de aflicciones profundas y soledades aisladas que apenas llegaron a acompañarse con calores inadecuados a nuestros desamparos espirituales.
Recordamos aquellos tiempos de los chistes malos, las discusiones intelectuales y, por supuesto, los temas místico-religiosos.
Prometimos hablar con más calma luego, ella se fue de nuevo a su vida. Le acompañé hasta su casa. Dejándola en las puertas de la misma. Yo regresé a mi cuarto vacío, a mis papeles y borradores inconclusos. Mi vida era, y continúa siendo, para mi desgracia, inédita e inacabada. La trama desaparecía página a página, encerrada bajo una llave implacable y anónima que indudablemente se tornaba en intimidad.

María de GabrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora