Cap. V Escogencia

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Intenté buscar la fragancia de su alma en el ambiente, sin embargo, no pude hallarla. La sentía muy lejos, en un lugar desconocido y al cual no me era permitido penetrar, ni yo, ni mis pensamientos. No estaba allí, en el matizado horizonte valenciano, tampoco se encontraba en Venezuela o en algún lugar que tuviese nombre, tiempo o espacio. Y no saber de ella me frustraba. Tener la certeza que no sabría más de Mariángeles me sumía en una ira irracional contra todo. Sobre todo, contra mis creencias y en quienes creía. Me encontré en un momento de negación total, renegaba de todo y todos, menos de ella y lo que sentía por ella. Tenía miedo de comprobar los murmullos de mi espíritu y por eso renegaba de ellos. Catalogando verdades sublimes y hermosas como insensateces sin sentido. En el fondo de mi ser, bullía una idea fabulosa que me horrorizaba. Temblaba de sólo pensar que fuese cierto. ¿Con qué ojos e intenciones debería verle después de esto? Claro, siempre y cuando le volviera a ver. Ya que todo me indicaba que no le vería más.
El resultado de mis reflexiones nocturnas arrojó una idea no comprobable, certificada por mis sentimientos. Era la pieza que faltaba en el desconcertante rompecabezas, significado en mí injustificada negación de Ganid y sus palabras. Voces provenientes desde mi íntimo ser bramaban su verdad, misma verdad que venía a ser poderosamente mía y luego de todos. Me enfadé con él porque sabía que decía la verdad y deseaba con todas las fuerzas de mi corazón que fuera una mentira. El sueño utópico de un visionario, una equivocación o que no tuviese ningún efecto sobre mí o Mariángeles. Nada que incluyera una separación total entre ella y yo.
Sin embargo, era tarde para lamentaciones. Todo estaba claro para mí. Lo comprendía, sin que por eso lograra sentirme mejor. No poseía prueba alguna de lo que sentía. No obstante, yo sabía que María de los Ángeles era la persona seleccionada, ella estaba llamada a ser el primer Elevador Espiritual del planeta ¿por qué ella? Lo ignoro. No tengo la menor idea, sobre las razones consideradas para su elección. La verdad es que por mucho tiempo lamenté su escogencia. Yo le quería tal como era, de carne y hueso, con sus defectos, pero presente. Aun cuando estaba casada le podía ver en persona, tocar sus manos, sentir su voz y su esencia cerca de mí; ahora ni siquiera podía tener esa pequeña dicha de verle. Temía, con mucha razón, que su próximo estatus de figura universal le alejara más de mí. Eso sin contar que el crecimiento de su nivel espiritual rebasaría con creces los míos. Nada más de pensarlo me intimidaba su nueva faceta. Pensé que sería una estrella inalcanzable, mucho más lejana que antes. Le visualicé muy superior a mí, percibiéndome no merecedor de su cariño o atenciones.
Cuando Jonathan se enteró por teléfono que no terminé de ver la rueda de prensa convocada por Ganid casi le da un sincope.
—Si no lo ibas a grabar por lo menos hubieras tenido la decencia de verlo —me dijo un poco molesto.
—Lo siento, hubo un apagón en esta zona y el generador de emergencia de la localidad aún no ha sido instalado totalmente —mentí.
Ocultando los incoherentes actos que me impidieron observar dicho mensaje.
—Bueno, no importa, tienes suerte de que yo lo haya grabado. Sería cuestión de ponernos de acuerdo para hacértelo llegar.
—Okey, déjame colocar algunos elementos en línea —dije, conectando mi vieja computadora.
Oí a Jonathan riendo a través del speaker del teléfono, pues yo estaba de espaldas al mismo.
—¿De qué te ríes? —le pregunté extrañado.
– ¿Yo?... No, de nada... ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!
—Como siempre te burlas de mi computador.
—No te ofendas ¿Pero cuando vas a cambiar ese dinosaurio?
—Mi economía no es tan buena como la tuya, estoy trabajando en eso.
—Está bien, está bien. Verte sentado frente a la maquinita de pensar a vapor me entran ganas de reírme.
—¡Ya! ¡Déjate de esas cosas y transmite la información de una vez! —exclamé, un tanto disgustado.
—¡Allí va! Espero que aguante el cacharrito; son unos 49 megas, ¡agárralo fuerte no se vaya a desarmar! —Contesto del otro lado de la línea, todo divertido.
“Muy gracioso” pensé.
Jonathan era un amigo, contacto de las redes sociales. Vivía en Caracas y además de bromista, cibernauta cenobita declarado, no muy cuerdo que digamos y digno representante de la llamada Post New Age, era un incansable seguidor de los pasos de Ganid. Tenía unos equipos de computación bastante superiores a mis humildes y vetustos “cacharritos” como él los llamaba a veces. Equipados con no sé cuántos Giga Hertz, Implantes AI instalados en la Unidad COM-MODEM, sistema explorador VR4, Pantalla Fluid Cube 3D y otras ventajas que escapan mi comprensión. Realmente mis conocimientos en ese campo eran muy limitados, cualquier chico de secundaria sabía más que yo al respecto. No así él, que sin ser un genio, poseía una vasta experiencia en ello. Apenas cumplía en esos días los 18 años, pero yo a su lado sólo era un discípulo atrasado y él un maestro en artes tecnológicas que yo nunca dejaba de admirar. Muchas veces no se tomaba las cosas muy en serio, como todo adolescente, sin embargo, cuando se trataba de Ganid cambiaba de actitud y hacía gala de una convicción y disciplina realmente desconcertante; casi fanatismo.
—¿Quién es Mariángeles? —preguntó de repente, sacándome de orbita por un momento.
—¿Qué? —respondí confuso y desubicado —¿Mariángeles?
—Sí, Mariángeles; la misma que viste y calza.
—Es una larga historia —le advertí —no es algo que te pueda contar por teléfono.
—¡Oye, sólo te pido que me digas quién es, no que me cuentes toda su vida!
—Es una chica que me gusta —contesté antes de que se pusiera más histérico.
—¿Es tu novia?
—No, ella está casada.
—¿Casada?
—Sí.
—¿Contigo?
—No. ¡Ojalá!
—¡Ay mi Dios! ¿Ya lo sabe su esposo? —exclamó riendo.
—No seas tonto, ella y yo no tenemos nada, somos amigos y nada más.
—Sí, claro, amigo el ratón del queso —manifestó incrédulo —lo mismo le dijo papá a mi madre acerca de sus amigas y ahora soy hijo de padres divorciados.
—Está bien, no me creas, pero hay una cosa que si has de saber de ella —anuncié lo más convincente posible.
—¿Qué será?
—Ella es persona seleccionada, María de los Ángeles esta llamada a ser el primer Elevador, eso te lo aseguro.
Un profundo silencio se dejó escuchar a través de la pantalla. Después de un rato, una sonora carcajada resonó en mis oídos, rompiendo el mutismo generado por mi anuncio.
– ¡Ahora si se te fundió el Procesador! ¿Cómo se te ocurre tal cosa? ¿Es una broma acaso? Yo sabía que el cacharrito te iba a echar a perder el cerebro Esa cosa debe tener una fuga de rayos gamma o microondas. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!
—No, es en serio.
—¿Lo dices es serio?
—Sí.
—O estás loco o el amor que sientes por esa niña te ha cegado —concluyó Jonathan, muy escéptico.
No lo culpo. Era lógico que dudara, yo mismo trataba de no creer, pero existía dentro de mí una fuerza que me decía que era de esa manera.
—No es una niña, tenía 22 años antes de desaparecer, sin rastros.
—Sí, claro, apenas 4 años mayor que yo ¿tienes alguna prueba de lo que afirmas?
—No sé. Quizá... – reflexioné por unos instantes —ella desapareció hace 10 días y no se le ha vuelto a ver desde entonces.
—Eso no prueba nada.
—Se desvaneció, o se fue, sin equipaje, sin ropa, sin dinero y sin su hijo ¿No te parece extraño?
—Puede ser que haya sufrido un accidente o este secuestrada, no sé, algo parecido.
—No, imposible, yo estuve con ella ese día y le dejé frente a su casa y hasta donde yo sé ella no llegó nunca. Su familia no sabe nada desde el momento en que salió a verse conmigo.
—¿Le viste entrar a su casa? Quizás pudo ir a otra parte en vez de entrar.
—No, la verdad es que no.
Intenté recordar los detalles. Casi podría asegurar que sujetó la puerta con la intención de abrirla, sin embargo, un gran camión cruzó la calle en ese preciso instante y para cuando este hubo pasado, ella ya no estaba allí. Supuse que había ingresado a su hogar. Le expliqué esto a Jonathan, logrando remover algo de su incredulidad.
—¿Y por qué otra razón crees que es ella? —preguntó un poco más interesado.
—Ya te lo dije: siento que María de los Ángeles es la persona seleccionada. No tengo pruebas absolutas, pero estoy seguro de que es ella —afirmé.
—No sé, es algo difícil de creer.
   —Lo sé, el sólo hecho de escucharme diciendo estas cosas, me hace sentir extraño y paranoico. Sin embargo, ella es la persona seleccionada, nada me hará pensar diferente ¡si hasta se despidió de mí en un sueño! —exclamé convencido.
—¿Cuál sueño?
A continuación, le narré el sueño de los mangos y los nueves, poniendo especial énfasis en el hecho de su apariencia, siempre le había soñado como ella era antes y en este sueño en particular le había imaginado con su apariencia actual, pelo corto, un poco más gordita, etc. Nombré la soledad de las calles, la fugaz aparición de su marido, el taxista sin rostro, el tren, las habitaciones vacías y las bolsas compradas en un supermercado inexistente o invisible.
Él lo grabó todo y quedó en contactarme luego. Me dijo que iba a reflexionar el tema y consultar con su gente en la red acerca de una posible interpretación del sueño. Lo cual, si no significaba nada, le serviría para poner su mente a trabajar en algo. No importando lo descabellado que fuera. Recomendándome que no le contara a nadie de eso, porque si alguien iba a ingresarme a un sanatorio ese era él.
A pesar de su escepticismo inicial había logrado convencerlo un poco, lo suficiente como para interesarse en el tema y tratar de comprobar su veracidad. Aunque yo no tuve que esperar mucho tiempo para terminar de corroborar mis presentimientos. Dos días después de la maratónica conversación con Jonathan vinieron a mi casa el esposo y la madre de Mariángeles. Pensaron que yo podría saber algo sobre su paradero o que le ayudaba a ocultarse. Yo, no les pude dar mucha información. No sabía mucho más que ellos, excepto, claro está, de lo que presentía. Pero no era algo que les pudiera decir.
Rogaron que me comunicara con ellos si sabía de algo.
Ellos si me proporcionaron una información vital. Corroboraron parte de los rumores de la gente: se había ido sin el niño, sin dinero, sin ropa. Me explicaron que la cuenta bancaria de María de los Ángeles se encontraba intacta, habiendo hecho varios depósitos en los últimos meses, pero ningún retiro, traspaso o cualquier tipo de transacción con su ficha de créditos. Los vecinos no sabían nada de ella y algunos manifestaron haberme observado caminar solo, cerca de su residencia la tarde de su desaparición, nombrando entre otros detalles el paso del camión apenas crucé la calle y como volteé a ver hacia la puerta.
Era lo que necesitaba escuchar, no cabía duda, yo tenía razón. Mariángeles fue llevada esa tarde. Todavía no me explicaba porque nadie logró verle cuando le acompañé hasta su vivienda, quizá en ese momento ya se había ido y a quien conduje hasta la puerta era algo así como una imagen residual materializada de su persona; una especie de sombra de su espíritu y su figura.

María de GabrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora